San Pedro en Roma: una verdad histórica

Cuando los protestantes “sacan a relucir” algún trillado argumento para aseverar que San Pedro no estuvo en Roma, parecen suponer que con eso van a “tumbar” a la Iglesia Católica, pero si esperan borrar dos milenios de historia de un plumazo, aunque desconozco cómo puedan lograr su objetivo partiendo de crasos errores de interpretación de la realidad.

El asunto que vamos a analizar roza lo intrascendente, porque incluso en el caso de que San Pedro jamás hubiera pisado Roma, tranquilamente uno de sus sucesores podría haber optado por trasladarse a esa ciudad y cumplir con su ministerio allí.

Centrar el ataque en este punto lo que hace en realidad es mostrar que la persona o grupo que lo efectúa ignora que el Papado y Roma no simbolizan una unidad indisoluble en el sentido de que Pedro no siempre estuvo ahí y por tanto su ministerio no se encontró en sus comienzos relacionado con la ciudad. Basta repasar la historia de la Iglesia para ver testimonios como el de San Ambrosio, que en el siglo IV afirma: «allí donde está Pedro está la Iglesia Católica».

Hay hermanos separados que esperan encontrar en las páginas de la Biblia un detallado archivo de viajes de cada uno de los apóstoles, seguramente desconociendo que esa no es la finalidad con la que fue escrita. Como tampoco la Escritura debe contener “todo” ni ser la única fuente de información histórica. El propio San Juan desmiente categóricamente cualquier posibilidad de algo así:

Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros. (Jn 21,25)

Hagamos un ejercicio de memoria: sabemos que luego de la Ascensión del Señor sus apóstoles realizaron una cantidad de viajes muy importante cumpliendo su misión de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. En el año 36 aproximadamente San Pedro y San Juan se dirigen a Samaria a organizar la Iglesia luego de que esa comunidad aceptara la palabra de Dios:

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén tuvieron noticia de que los samaritanos habían aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. (He 8,14)

Es por esa fecha que se produce la conversión de Pablo camino a Damasco (He 9,1-8) mientras San Pedro realiza numerosos viajes misioneros. No podemos conocer con exactitud el detalle de las ciudades que visita, porque la Biblia se limita a informar que andaba recorriendo muchos lugares:

Pedro, que recorría todos los lugares, fue también a visitar a los santos que vivían en Lida. (He 9,32)

La tradición bien antigua de la Iglesia ubica a San Pedro como obispo de Antioquía durante unos siete años luego de ser liberado de la cárcel de Jerusalén en el año 42, momento en el que se dirige a la capital del Imperio Romano para ponerse al frente de aquella comunidad congregada por el propio Dios:

Los saluda la comunidad que Dios ha congregado en Babilonia; también los saluda mi hijo Marcos. (1 P 5,13)

Babilonia es aquí el término a considerar. Esta palabra se utilizaba para designar secretamente a Roma. Quien guste comprobarlo bíblicamente, lo verá no una sino seis veces en el Apocalipsis; como también en fuentes extrabíblicas el Apocalipsis de Baruc, los Oráculos Sibilinos y 4 Esdras.

Es imposible comprender esta expresión sin ubicarla en su contexto histórico. Los cristianos vivieron los primeros siglos bajo persecuciones, primeramente de parte de los judíos y luego, con especial virulencia, de los romanos, por lo que desde el principio se vieron obligados a practicar su fe ocultándose en las casas particulares de los fieles, y en las célebres catacumbas romanas.

A fin de demostrar su pertenencia cristiana sin ser descubiertos, utilizaban ciertas palabras que representaban determinados códigos. Por ejemplo, el símbolo del pez (Ichthys) era usado para reconocerse, mientras que la palabra Babilonia significaba la ciudad de Roma.

En los tiempos en que San Pedro escribe esta carta, la Babilonia del Éufrates, de Nabucodonosor, no era ni la sombra del esplendor de otros tiempos, era prácticamente una ruina y apenas vivía allí un 10 % de la población que supo tener, por lo que, aplicando el sentido común y valiéndonos de los documentos de los primeros siglos que testimonian a Pedro en Roma, es imposible argumentar que el apóstol hacía referencia a alguna ciudad que no fuera Roma con el nombre de Babilonia.

Nada mejor que recurrir a la palabra del célebre historiador Eusebio de Cesarea, que en “La Crónica”, escrita alrededor del año 303 plantea:

«Se dice que la primera epístola de Pedro, en la cual hace mención a Marcos, fue compuesta en la misma Roma; y que él mismo indica esto, refiriéndose figurativamente a la ciudad como Babilonia».

Respecto a la duración del ministerio petrino en la capital del Imperio, tanto Eusebio como San Jerónimo hablan de unos veinticinco años, pero esta cifra no responde a algo continuo, porque Pedro estuvo nuevamente en la Ciudad Santa en el año 49 o 50. Esto denota que en el caso de Pedro su sede principal era Roma, pero los apóstoles eran considerados como un patrimonio de la Iglesia universal.

Treinta años después del martirio del apóstol, es decir, a finales del siglo I, el Papa San Anacleto construyó un oratorio donde los fieles se reunían. Tenemos también el testimonio del Papa San Clemente Romano, quien escribió una carta, contemporánea del evangelio de San Juan (90 d.C.), en la que relata la muerte gloriosa del pescador de Galilea.

Muchas son las referencias históricas que pueden encontrarse para reafirmar sin ningún tipo de dudas que San Pedro estuvo en Roma, y murió mártir en esa ciudad. Tomemos para el caso dos afirmaciones de San Ireneo, que entre los años 180 y 190 escribe en su obra Contra las herejías:

«En el dialecto propio de ellos, mientras Pedro y Pablo estaban predicando en Roma, y estableciendo los cimientos de la Iglesia».

«La muy antigua, y universalmente conocida Iglesia fundada y organizada en Roma por los dos Apóstoles más gloriosos, Pedro y Pablo; como también (señalando) la predicación de la fe que viene a nuestros tiempos mediante la sucesión de los obispos».

Y si seguimos indagando, comprobaremos que en el transcurso del siglo II nadie en la cristiandad ponía en tela de juicio de que Pedro hubiera muerto en Roma, ni que los obispos romanos fueron sucesores de Pedro y Pablo. Vale decir que no es que anteriormente se debatiera esta cuestión o hubiera dudas, es que simplemente no se conservan los datos suficientes para trazar un patrón al respecto.

Tengamos en cuenta que en las generaciones posteriores a la de los apóstoles estaba fresco el recuerdo de los acontecimientos y nada había para debatir sobre el asunto; el problema está en los actuales críticos de la religión católica, que recurren únicamente a la Biblia, lo que termina llevando a un callejón sin salida, porque la Escritura habla de ciertos temas, y la vida de San Pedro después de su encarcelamiento en Jerusalén evidentemente no es una de ellas. Tampoco en Hechos de los Apóstoles se nos dice cómo murió San Pablo, y eso no significa que no haya sido martirizado.

Por pruebas como las expuestas, que son lo suficientemente fuertes para anular cualquier juicio tendencioso sobre el tema, es que la New American Encyclopedia, de Estados Unidos, que parte de una nación protestante no puede ser sospechosa de favoritismo católico, expone en la sección sobre los Papas:

«Cuando San Pedro dejó Jerusalén vivió por un tiempo en Antioquía antes de viajar a Roma donde ejerció como Primado».

Es momento de ir concluyendo el artículo, dejando en claro a los que sueñan con “prender fuego” la fe católica disociando a Pedro de Roma, que el primado petrino no tiene ninguna dependencia respecto a su sede, sino que obedece a la elección de la persona de Pedro por parte de Jesús. Por citar un ejemplo, entre 1309 y 1377, es decir, gran parte del siglo XIV, la residencia del Santo Padre estuve en Avignon (Francia) y no en Roma, lo que no disminuyó en absolutamente nada su ministerio en todo ese tiempo.

Estas aclaraciones nacen fruto de uno más de los tantos malentendidos del lado protestante: la legitimidad del papado no se circunscribe a un lugar, sino a la promesa de Cristo a Pedro. Roguemos al primer Papa de la Iglesia del Señor que interceda ante el Padre del Cielo para abrir la mente y el corazón de aquellos que siguen buscando pretextos para no ser parte del único rebaño de Cristo.

Mariano Torrent