Las imágenes católicas: ni idolatría ni paganismo

 

La acusación de que los católicos somos idólatras que adoramos imágenes y un notable maremágnum de consideraciones respecto a nuestras devociones es muy probablemente el reproche más habitual desde el lado protestante.

Sé que este artículo no va a cambiar prácticamente nada: por más que evidenciemos, Biblia en mano, que no existe prohibición alguna de construir imágenes y les enseñemos la diferencia entre adorar y venerar, la sentencia de los hermanos separados ya está dada: los 1.300 millones de católicos alrededor del mundo somos inexorablemente idólatras que faltamos el respeto al Señor con nuestras prácticas.

El ser humano ha realizado desde siempre pinturas, dibujos, esculturas y todo tipo de figuras como forma de comunicación y recurso para explicar algo. Aunque a muchos pueda en la actualidad resultarse rudimentario, se trata de un medio perfectamente lógico para explicar aquello donde las palabras no llegan a hacerlo con toda claridad. La expresión artística que el hombre utiliza para entender o manifestar lo ayuda a hacer visible lo invisible, ¿Acaso no dicen que una imagen vale más que mil palabras?

Existe a su vez una realidad humana, que es la caída del hombre a causa del pecado, a partir de la cual se comenzó a confundir a Dios, a mezclarlo con lo mundano, dando culto a otras cosas como si fueran dioses por medio de esculturas o imágenes idolátricas. A la luz de tales representaciones y su desviación del genuino culto al Creador se comprende la prohibición de hacer imágenes que encontramos en el Decálogo.

En lo referente a las primigenias comunidades cristianas, estas utilizaron las imágenes como medio para dar a conocer y difundir la fe en el Señor y a su vez la veneración y amor hacia María Santísima y los santos. Parece bastante sencillo regalar una Biblia a una persona en pleno siglo XXI, donde los índices de analfabetismo en los países desarrollados son mínimos, pero esto no era así hace dos mil años, y las representaciones eran lo que hoy llamaríamos un recurso pedagógico.

Esas imágenes que tanta confrontación y rechazo generan en los protestantes fueron herramientas válidas para “despaganizar” a muchas personas de buen corazón que muy probablemente no se hubieran convertido al cristianismo de otra forma. Fue así que con el tiempo surgieron representaciones como la de Jesús como el Buen Pastor, a la que después se sumaron las del Cordero Pascual y otros signos visibles para evangelizar y transmitir la vida de Cristo. Recordemos las catacumbas romanas, donde se conservan las imágenes que los primeros cristianos de la Iglesia perseguida por algunos emperadores legaron a las generaciones futuras, como las catacumbas de Santa Priscila, que datan de la primera mitad del siglo III.

El eje del debate

En lo concerniente a las representaciones artísticas, sean estas de Jesús, de María o de algún santo, ningún católico adora esa imagen, pues se trata fundamentalmente de un signo que facilita el recuerdo. Ni más ni menos que una ayuda para elevar los sentidos. Si el protestante cree que el católico necesita la imagen para orar es un error de comprensión suyo, no nuestro.

Estas breves palabras de Santo Tomás de Aquino en la Summa Teológica nos ayudarán a entender un poco más:

«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen»[1].

Remitiéndonos, como corresponde, al diccionario de la RAE, idolatría es la adoración que se da a los ídolos:

Adorar es «Reverenciar con sumo honor o respeto considerándolo como cosa divina. 2. Reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido».

¿Qué es entonces un ídolo? Es la imagen de una deidad, adorada como si fuera la divinidad misma, lo cual corroboramos fácilmente si “descomponemos” la palabra idolatría: ídolo es aquel que toma el lugar de Dios, y latría es el nombre dado al culto de adoración.

Por lo tanto, ídolo es un ser, un objeto, una cosa que es considerada como Dios y se pone en su lugar, creyendo que tiene poder y vida. Tenemos un ejemplo muy claro en la Escritura:

Los que se dedican a tallar estatuas de dioses no son nada por muchos que sean, y esas obras a las que quieren no sirven para nada. Sus partidarios no ven ni entienden nada, pero al fin se decepcionarán. ¿Cómo se les ocurre fabricar un dios o fundir una estatua que de nada sirve? Todos sus cómplices llevarán un chasco, y esos artesanos se pondrán colorados. Que se reúnan todos y se presenten. Verán cómo sentirán, al mismo tiempo, miedo y vergüenza. El herrero trabaja con la fragua y a martillazos da forma a su obra; la trabaja con la fuerza de sus brazos. Siente hambre y se cansa y se agota. El escultor mide la madera, dibuja a lápiz la figura, la trabaja con el cincel y le aplica el compás. Lo hace siguiendo las medidas del cuerpo humano, y con cara de hombre, para ponerlo en un templo. Para esto tuvo que escoger un cedro o un roble entre los árboles del bosque, o bien plantó un laurel que la lluvia hizo crecer. El hombre ya tiene para hacer fuego, para calentarse y para cocer el pan. Pero también fabrica con esa madera un dios para agacharse delante de él; se hace un ídolo para adorarlo. Echa la mitad al fuego, pone a asar la carne sobre las brasas, y cuando está listo, se come el asado hasta quedar satisfecho. Al mismo tiempo, se calienta y dice: «Me caliento mientras miro las llamas.» Y con lo que sobre se fabrica su dios, su ídolo, ante el cual se agacha, se tira al suelo, y le reza diciéndole: «Sálvame, pues tú eres mi dios.» No saben ni entienden. Sus ojos están tapados y no ven; su inteligencia no se da a la razón. No reflexionan ni son capaces de pensar o entender y decirse: «He echado la mitad al fuego, he puesto a cocer el pan sobre las brasas, he asado la carne que me comí, ¿y con lo que sobra voy a hacer esta tontería? ¿Y me voy a agachar ante un trozo de madera?» Ese es un hombre que se alimenta de cenizas; tiene su corazón engañado y se perderá. ¿No será capaz de recapacitar y de preguntarse: «¿Qué tengo en las manos sino puras mentiras?» (Is 44, 9-20)

Como hemos visto, idolatría es cuando se adora a una persona o cosa como si fuera Dios. Por su parte, cuando yo venero algo lo que estoy haciendo es apreciarlo, respetarlo, valorarlo. Los católicos sabemos que los santos y las imágenes no deben recibir adoración, porque esta corresponde solamente a Dios. El Catecismo lo resume así:

El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en más dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los "ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres", que "tienen boca y no hablan, ojos y no ven..." Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: "Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza" (Sal 115,4–5.8; cf. Is 44,9–20; Jr 10,1–16; Dn 14,1–30; Ba 6; Sb 13,1–15,19). Dios, por el contrario, es el "Dios vivo" (Jos 3,10; Sal 42,3, etc.), que da vida e interviene en la historia. (nº 2.112)

El Salmo 115 suele ser bastante citado por los protestantes en lo referente al tema en cuestión. Comparto el fragmento del mismo que tiene que ver con esta temática:

¡No a nosotros, Señor, nos des la gloria, no a nosotros, sino a tu nombre, llevado por tu amor, tu lealtad! ¿Quieres que digan los paganos: "¿Dónde está, pues, su Dios?" Nuestro Dios está en los cielos, él realiza todo lo que quiere. Sus ídolos no son más que oro y plata, una obra de la mano del hombre. Tienen una boca pero no hablan, ojos, pero no ven, orejas, pero no oyen, nariz, pero no huelen. Tienen manos, mas no palpan, pies, pero no andan, ni un susurro sale de su garganta. ¡Que sean como ellos los que los fabrican y todos los que en ellos tienen confianza!

Este Salmo no habla de las imágenes de los católicos, pues se refiere  a los ídolos de los paganos, presentando la inconsistencia de su creencia, pues estos asociaban a una estatua con un dios, con poder y vida.

Para completar la “trinidad” de pasajes acusatorios, estos son los otros textos célebres que utilizan en sus ataques contra los católicos:

No te harás estatua ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. (Ex 20,4)

No te harás ídolos, no te harás figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo o aquí debajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. (Dt 5,8)

Mucho hay para decir al respecto. Primeramente hay que procurar entender el medio ambiente egipcio, que es de donde salían los israelitas, y de donde más influencia podían llegar a tener. Los egipcios habían llegado a la exacerbación extrema en lo tocante a la adoración de los astros, los fenómenos de la naturaleza y los seres creados.

Esto lo puede comprobar cualquier protestante con investigar sobre la palabra zoolatría. La enciclopedia digital EcuRed define esta práctica como «la adoración o culto de los animales, a los que se tiene por encarnación de la divinidad, propio de algunas religiones y sectas de algunos pueblos primitivos».

Egipto representaba el gran paradigma de lo narrado en el párrafo anterior. El portal agrega: «Los animales han sido considerados desde el principio de los tiempos como manifestaciones de poderes divinos, y han dado a su forma actitud, y comportamiento a distintos dioses o diosas. Esto ha ocurrido a lo largo de siglos y en todas las culturas, con el surgimiento de las grandes regiones de la tierra, las fuerzas más poderosas estaban sin duda en manos de la propia naturaleza. El hombre aún no sabía cómo dominarla, y su sentido de supervivencia lo impulsó a proyectar dones divinos en los seres que poblaban esa naturaleza».

Este era el panorama de aquellos tiempos, que encuentra su condena en el Antiguo Testamento, a lo que hay que agregar, por ejemplo, el fenómeno de la adivinación en la Mesopotamia antigua, que adquiría diversas formas en el intento de comprender, por medio de presagios, los misterios del mundo. Nada de todo esto, auténtica idolatría enraizada en la cultura de pueblos que aún no habían recibido la Revelación, puede compararse con lo que cree la Iglesia Católica. Basta un poco de formación para entender lo descabelladas que resultan ciertas críticas que se suelen escuchar.

En su concepción politeísta, al adorar los paganos a muchos dioses, esto representaba un peligro para el pueblo de Israel, cuyos habitantes se veían en la tentación de imitar las prácticas religiosas de las naciones circundantes.

¿Cómo sucedía esto? Primeramente tallando imágenes de dioses cananeos - becerro de oro - y dando a sus representaciones un culto inmoral por medio de la prostitución sagrada. Por esto Dios prohibía a los hebreos casarse con habitantes de estos pueblos, para evitar la contaminación con sus costumbres y devociones.

Tenemos aquí un punto muy importante, que da cuentas de lo insustancial del argumento protestante: los ídolos de los paganos reflejaban los vicios de esas poblaciones, que es exactamente lo contrario de lo que simbolizan las imágenes en el culto católico, que manifiestan las virtudes cristianas de aquellos que eligieron a Dios por sobre el mundo: La Virgen María, el Padre Pío, San Cayetano, etc. En cualquier santo que se piense se apreciarán virtudes como el amor, la caridad, la humildad y la entrega total a Cristo.

Es por esto que cuando leemos el pasaje del Éxodo o del Deuteronomio ya citados, donde aparentemente se está prohibiendo la realización de imágenes se está refiriendo al culto idolátrico, no a cualquier tipo de imagen. ¿Cómo justifico lo que digo? Compartiendo el versículo anterior del Éxodo:

No tendrás otros dioses fuera de mí. (Ex 20,3)

¡O sea que el punto de partida es la condena a adorar otras deidades! Esto va de la mano con lo expuesto respecto a la “contaminación” con las creencias y costumbres paganas que Dios quería evitar.

Tenemos más cuestiones a tener en cuenta respecto a Ex 20,4 y Dt 5,8: en ambos casos la palabra hebrea que se utiliza es pesel ( פסל ), expresión que se traduce como ídolo, en clara referencia a imágenes idolátricas. O sea que el decálogo en ningún momento prohíbe las imágenes representativas. ¿Cómo lo sabemos? Porque el término a utilizar en ese caso es tselem (צלם); como tampoco dice nada contra las imágenes decorativas, las esculturas o los grabados, porque la palabra en ese caso es pittuach (פּתּח)".

A todo esto, existe otra forma de demostrar que el problema no son las imágenes, y es que el propio Dios ordenó la realización de lo que, según los protestantes, es paradigma de idolatría y desviación. En Éxodo 25,1 encontramos al Señor indicando a Moisés cómo construir el Templo. Veamos que era el propio Dios quien iba a habitar el santuario:

Me van a hacer un santuario para que yo habite en medio de ellos, y lo harán, como también todas las cosas necesarias para mi culto, según el modelo que yo te enseñaré. (Ex 25,8-9)

Ahora repasemos qué ordena poner el Señor en el Templo donde Él iba a manifestarse:

Así mismo, harás dos querubines de oro macizo, y los pondrás en las extremidades de la cubierta. (Ex 25,18)

Aquí es el propio Dios el que manda hacer imágenes en el lugar “que Él mismo habitaría”. Siguiendo los lineamientos protestantes, ¿Dios es idólatra?

Los ejemplos claros y concretos que he ido compartiendo reafirman las premisas católicas: el pecado de idolatría no es fabricar la imagen. Tomemos otro ejemplo del Éxodo:

Moisés no bajaba del cerro y le pareció al pueblo un tiempo largo. Se reunieron en torno a Aarón, al que dijeron: «Fabrícanos un Dios que nos lleve adelante, ya que no sabemos qué ha sido de Moisés, que nos sacó de Egipto.» Aarón les contestó: «Saquen los aros de oro que sus mujeres, y sus hijos e hijas llevan en sus orejas, y tráiganmelos.» Todos se los sacaron y los entregaron a Aarón. El los recibió y fabricó un ternero de metal batido. Entonces exclamaron: «Israel, aquí están tus dioses que te han sacado de Egipto.» Se lo mostraron a Aarón, el que edificó un altar delante de la imagen y luego anunció: «Mañana habrá fiesta en honor de Yavé.» (Ex 32, 1-5)

El pecado radica en considerar que la imagen es el mismísimo Dios. “Los dioses que te han sacado de Egipto” consiste en otorgar al ídolo las virtudes de Dios, o sea, tributarle el honor que corresponde al Padre como Creador de todo cuanto existe. Ningún católico se arrodilla ante María para agradecerle alguna acción que sabemos que es propia de Dios.

“¡Pero inclinarse ante alguien es pecado!”

El ejemplo anterior me da pie a aclarar otro malentendido de parte de nuestros hermanos separados. En la Biblia, y en nuestra cultura, la inclinación ante algo o alguien no es para nada sinónimo de adoración. Basta pensar en el clásico saludo japonés, consistente en inclinarse ante la persona en una muestra concreta de respeto y aceptación, totalmente lejano a cualquier tipo de adoración.

Respecto a hincarse, lo primero a explicar es que las rodillas no adoran. La adoración es interior, responde a la mente y al corazón. El protestante juzga por apariencias, y de esta forma ignora que postrarse es sinónimo de veneración o respeto, pero nunca de adoración. Vamos a ir compartiendo algunas citas que ayudarán a fundamentar lo que digo.

Veneración a los ángeles:

Mientras Josué estaba cerca de Jericó, levantó los ojos y vio delante de sí a un hombre con una espada desenvainada en la mano. Se dirigió a él y le dijo: «¿Eres tú de los nuestros o de los enemigos?» Y él respondió: «No, yo soy el jefe del ejército de Yavé, y acabo de llegar.» Josué se postró en tierra, lo adoró y dijo: «¿Qué ordena mi Señor a su servidor?» (Jos 5,13-14)

Entonces Yavé abrió los ojos de Balaam: vio al ángel de Yavé de pie en medio del camino, con su espada desenvainada en la mano. Se arrodilló y se postró con su nariz en tierra. (Núm 22,31)

A los padres:

José retiró a los hijos de entre las rodillas de su padre y se postró delante de su padre hasta tocar el suelo con la cara. (Gén 48,12)

Entró Betsabé a ver al rey Salomón para hablarle en favor de Adonías. Se levantó el rey para recibirla y se postró ante ella; se sentó después en su trono y pusieron un trono para la madre del rey, la cual se sentó a su derecha. (1 Re 2,19)

A los profetas (“hombres de Dios”):

Del otro lado lo vieron los hermanos profetas de Jericó y dijeron: «El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo.» Le salieron al encuentro, se arrodillaron ante él y le dijeron: «Aquí hay entre nosotros cincuenta hombres valientes. Deja que vayan en busca de Elías, no sea que el espíritu de Yavé lo haya dejado en alguna montaña o valle.» El les dijo: «No manden a nadie.» (2 Re 2,15-16)

Llegó hasta el hombre de Dios y se abrazó a sus pies. Entonces se acercó Guejazí para separarla, pero el hombre de Dios le dijo: «Déjala, porque su alma está amargada y Yavé no me lo hizo saber ni me ha revelado el motivo de su pena.» (…) Ella se postró a sus pies y luego salió, llevándose al hijo. (2 Re 4,27.37)

A los reyes (“ungidos de Yavé”):

Y en seguida empezó a latirle fuerte el corazón por haberle cortado la punta del manto de Saúl, y dijo a sus hombres: « ¡Líbreme Dios de hacer tal cosa contra mi señor! ¡No puedo poner la mano sobre el ungido de Yavé! » Con esto contuvo a sus hombres y no les permitió lanzarse sobre Saúl. Saúl se levantó para salir de la caverna y prosiguió su camino. David salió también de la caverna detrás de él y lo llamó: «¡Oh rey, mi señor!» Saúl se volvió para mirar y vio que David estaba inclinado hasta tocar el polvo con su cara. David le dijo: «¿Por qué haces caso a los que te dicen que yo trato de perjudicarte? Hoy mismo tú has visto cómo Yavé te ha puesto en mis manos y yo no he querido matarte, pues me contuve al pensar que tú eres el ungido de Yavé. (1 Sam 24,6-11)

Algunos apuntes conclusivos

Si de verdad somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a las creaciones del arte y de la fantasía humanas, ya sean de oro, plata o piedra. (He 17,29)

El gran error protestante es, a mi juicio, condenar las imágenes por considerar que todas ellas, sin excepción, representan ídolos, partiendo de una interpretación desafortunada de la Palabra de Dios al suponer que allí se prohíbe toda imagen, lo que resulta absolutamente inexacto, como hemos estado viendo en el transcurso de este artículo.

El cambio de mentalidad que desde ciertas denominaciones cristianas nos piden a los católicos en realidad debe estar dirigido, como hace San Pablo, a los que poseen imágenes que consideran como dioses, tal como pasaba en Éfeso y Asia:

Un platero, llamado Demetrio, fabricaba figuritas de plata del templo de Artemisa, y con esto procuraba buenas ganancias a los artífices. Reunió a éstos junto con otros que vivían de artes parecidas, y les dijo: «Compañeros, ustedes saben que esta industria es la que nos deja las mayores ganancias. Pero como ustedes mismos pueden ver y oír, ese Pablo ha cambiado la mente de muchísimas personas, no sólo en Efeso, sino en casi toda la provincia de Asia. Según él, los dioses no pueden salir de manos humanas. No son sólo nuestros intereses los que salen perjudicados, sino que también el templo de la gran diosa Artemisa corre peligro de ser desprestigiado. Al final se acabará la fama de aquella a quien adora toda el Asia y el mundo entero.» (He 19,24-27)

A menos que haya hermanos separados que imaginen que los católicos disponemos de modernos “Demetrios” que “fabrican figuritas de plata del templo de Artemisa”, es bastante evidente que la amonestación es hacia las imágenes de los cultos paganos.

Para un católico existe un solo Dios, lo que afirma con orgullo en su corazón y de forma externa y pública cada vez que reza el Credo en comunidad, y no considera ninguna representación, imagen o estampita ya sea de María o algún santo como algo vivo y poseedor de características que solo pertenecen al Padre del Cielo.

El católico bien sabe que Dios no solo no prohíbe las representaciones, sino que puede servirse de ellas:

El pueblo fue a ver a Moisés y le dijo: "Hemos pecado, hemos murmurado contra Yavé y contra ti. Ruega a Yavé por nosotros, para que aleje de nosotros las serpientes". Moisés oró por el pueblo, y Yavé le dijo a Moisés: "Hazte una serpiente-ardiente y colócala en un poste. El que haya sido mordido, al verla, sanará". (Núm 21,7-8)

Si Dios es capaz de sacar vida de la representación de una serpiente, cuántos beneficios más para la humanidad puede haber a partir de una imagen que representa el bien.

Para no seguir extendiendo un artículo que considero es concluyente en cuanto a los argumentos de la fe católica respecto a este tema, quiero añadir que limitarnos a la saga protestante imágenes-idolatría-condenación es quedarnos en lo superficial de algo que va mucho más allá de una expresión física y visible, que se resolvería en un abrir y cerrar de ojos suprimiendo objetos. Pero el problema no terminaría aquí, porque aún persistiría otra situación: la tendencia humana de “fabricarse” ídolos.

Cuando el protestante reduce idolatría a imágenes presenta una visión ingenua del proceder de nuestra especie, porque este tema es mucho más amplio y complejo de lo que puede parecer a simple vista. El dinero, el placer, la fama, el prestigio, son atemporales formas de idolatría en las que puede caer cualquier individuo aunque reniegue de las imágenes.

Si se quiere hacer una verdadera catequesis sobre la idolatría entendida como lo que es, poner algo o alguien en lugar de Dios, no debería comenzarse por las imágenes sino por todo ello que nos aparta del culto al Creador.

Quien se diga cristiano debe preguntarse a diario si la idea que tiene de Jesús responde genuinamente al verdadero Mesías, o se está fabricando su propia imagen del Señor para justificar ciertas conductas en su forma de vivir.

¡Cuidado con la imagen falsa de lo Divino realizada para nuestra propia satisfacción!



[1] Summa theologiae, II-II, 81, 3, ad 3.

Mariano Torrent