Lógicamente que si todo se resumiría en ese punto no habría debates ni objeciones, pero como las disputas van más allá, debemos ver si la Biblia es la única norma de fe, que es en líneas generales lo que propone este principio protestante donde, más allá de ciertos matices entre los distintos grupos, presenta a la Biblia como la máxima autoridad (o en todo caso, la única) para los cristianos, por lo cual simplemente excluye la Tradición y el Magisterio de la Iglesia Católica.
Si quienes consideran de forma afirmativa esta premisa pueden probarlo de manera categórica, cualquier desavenencia sería insustancial: en este caso todas las doctrinas fundamentales deben ser enseñadas solamente por la Escritura implícita o explícitamente.
Para dar forma a la Biblia tal cual la conocemos actualmente, la Iglesia tuvo que decidir entre los escritos que había en aquel momento, que no eran precisamente pocos, cosa que no se hizo en un momento, porque hasta la muerte del último apóstol no estuvieron compuestos todos los libros. Si no fuera por la Iglesia Católica, quien realizó esta selección, no sabríamos qué libros son Palabra de Dios; y si esa Iglesia no fuera infalible ¿Qué certeza podríamos tener de que esos libros, y no otros, son efectivamente inspirados por Dios?
El problema protestante es que, al no aceptar la autoridad de la Iglesia contenida en el Magisterio y en la Tradición no pueden saber ni mucho menos justificar con tintes racionales por qué aceptan la Biblia como Palabra de Dios, y qué la diferencia del Libro del Mormón, el Corán o los textos Vedas.
Tengamos en cuenta que en ningún libro de la Biblia hay una lista de libros inspirados[1], y ninguno de ellos, con excepción del Apocalipsis afirma serlo.
Sin el cimiento que representa la Iglesia, que es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15) las Escrituras pasan a ser escrituras con un valor simbólico similar a cualquier obra ética, histórica o moral de la antigüedad.
Ante lo dicho, resultará entendible que juzgue como prácticamente insoluble la cuestión del canon, que en el caso protestante pasa a ser definitivamente un problema, puesto que, al sostenerse a la Biblia como única referencia en el plano religioso, pero al no contener la misma un listado propio de libros sagrados, no hay ninguna autoridad que pueda determinar por qué x libro de la antigüedad con cierto prestigio en materia religiosa no pueda formar parte de los libros inspirados. Sin aceptar la autoridad de la Iglesia Católica, no pueden justificar por qué consideran que la Biblia es Palabra de Dios.
Retomo un lineamiento anterior a propósito de esta falencia protestante. Fue la Iglesia Católica quien decidió bajo su autoridad, qué libros eran parte de las Sagradas Escrituras[2] independientemente de los artificios empleados por los hermanos separados para intentar negar lo que se puede encontrar en cualquier libro de historia. Y ese trabajo no se hizo de un día para el otro ni arrojando monedas al aire.
Recién en el Concilio de Cartago, celebrado en el año 397, se confirmó de forma definitiva el canon de las Escrituras, corroborando el listado oficial de libros propuesto en el Concilio de Hipona cuatro años antes.
¿Cuál era el panorama previo? Un número bastante importante de escritos apócrifos y “evangelios” que pretendían contar historias de Jesús que estaban tan cerca de la realidad como una jirafa de parecer un león. Entre los escritos que pretendían presentarse como apostólicos, utilizando falsamente el nombre de alguno de los discípulos más cercanos del Señor, está el llamado Evangelio de Tomás, u otros con genuino valor, como el Pastor de Hermas, pero que tampoco cumplía con las características que debía poseer un texto para ser parte de la Biblia. Incluso epístolas como la Carta a los Hebreos, que en la actualidad nadie discute como inspirada, fue reconocida como tal tras un largo proceso de debate. Y todo esto fue obra del Magisterio de la Iglesia, que los protestantes rechazan y defenestran.
Puede descubrirse primeramente una contradicción muy grave ocasionada por la Sola Scriptura, y esta es fruto de la supuesta democratización que genera que cada individuo interprete los textos sagrados a su modo. No hay verdadera libertad en dejar que cada uno interprete lo que le plazca, porque al no existir un mecanismo de aplicación e interpretación del texto no puede haber verdad sino opiniones.
¿Es tan difícil reconocer que cuando se utilizan las Escrituras para justificar puntos de vista que llegan a ser diametralmente opuestos no se está realzando la Palabra de Dios, sino que, muy por el contrario, se está socavando toda su autoridad?
La constitución de un país no tiene potestad por sí misma sino por el respaldo de aquellos que la redactaron, un diccionario no vale por sus palabras sino por los especialistas que contribuyeron a hacerlo posible.
Es insostenible que el principio de Sola Escritura presente por sí mismo salida a los desacuerdos que puedan surgir entre individuos y denominaciones, por lo que parece que la única solución termina siendo que esos grupos cristianos se separen para seguir su propio camino hasta que, por otra disputa doctrinal, ocurra una nueva escisión que origine nuevos grupos con sus respectivas disidencias teológicas. ¿Alguien cree que es casual que se hable de la existencia de más de 33.000 denominaciones protestantes en 500 años de historia?
No deja de ser particular que hermanos que ilustran cualquier sentencia con alguna frase de la Biblia no tengan en cuenta antes de estar abriendo nuevas “sucursales” el ruego de San Pablo:
Les ruego, hermanos, en nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que se pongan todos de acuerdo y terminen con las divisiones; que encuentren un mismo modo de pensar y los mismos criterios. (1 Co 1,10)
Es infundado pensar que el Espíritu Santo que Dios envió en nombre de Cristo (Jn 14,26) pueda revelar una “verdad” a un grupo y otra “verdad” diametralmente opuesta a otro grupo. María fue virgen o no lo fue, pero si dos grupos se presentan alegando dos opciones contrapuestas pretendiendo ampararse en la inspiración del Espíritu Santo, mínimamente uno de los dos está equivocado, porque el Espíritu Santo enseña la Verdad, que es una sola. La lógica indica que no pueden estar los dos en lo cierto. Quien acepte que la verdad nos hará libres (Jn 8,32) debe reconocer que no pueden existir interpretaciones diversas de los textos sagrados, porque la verdad es una y solo una. Los seres humanos podemos mentir y equivocarnos, Dios no.
¿Qué dice la Biblia?
Más allá de lo expuesto, sería valioso fijarnos qué dice la Palabra de Dios al respecto, y lo primero que vamos a descubrir es que la Tradición, es decir, la predicación oral, tan vilipendiada desde la orilla protestante es puesta en pie de igualdad con la Revelación puesta por escrito:
Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y guarden fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta. (2 Tes 2,15)
Les alabo porque me son fieles en todo y conservan las tradiciones tal como yo se las he transmitido. (1 Co 11,2)
Cristo mismo se referirá a la predicación verbal dirigiéndose a sus discípulos, a los cuales dirá estas palabras:
Quien les escucha a ustedes, me escucha a mí; quien les rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado. (Lc 10,16)
Ahora vamos a ver si los apóstoles pusieron en práctica esto o no, y si Dios aprueba con su firma esta forma de predicación:
Pero cuando Felipe les habló del Reino de Dios y del poder salvador de Jesús, el Mesías, tanto los hombres como las mujeres creyeron y empezaron a bautizarse. Incluso Simón creyó y se hizo bautizar. No se separaba de Felipe, y no salía de su asombro al ver las señales milagrosas y los prodigios que se realizaban. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén tuvieron noticia de que los samaritanos habían aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. (He 8,12-14)
Felipe les predicó la Buena Nueva del Reino y los samaritanos aceptaron la Palabra de Dios ¡Sin leer la Biblia!, que estaba lejos de ser compuesta o siquiera imaginada. No solo eso, leemos cómo el Señor aprobó el accionar de Felipe por medio de “señales milagrosas y prodigios”. Acto seguido San Pablo nos dirá de dónde nace la fe:
Por lo tanto, la fe nace de una predicación, y la predicación se arraiga en la palabra de Cristo. (Rom 10,17)
Es por pasajes como estos que la Iglesia Católica sostiene que la Biblia (Tradición escrita) debe estar acompañada por las enseñanzas que la Iglesia ha trasmitido verbalmente, y que conocemos como tradición oral, pues por separado, cualquiera de estas dos formas de enseñanza igualmente válidas en palabras del propio San Pablo terminan convirtiéndose en una fuente incompleta de las creencias cristianas.
Debemos distinguir entre dos tipos de tradiciones: las humanas, orientadas por los elementos del mundo y no de Cristo, y que deben ser rechazadas; y las tradiciones apostólicas que son la continuación, podríamos decir el eco, de las enseñanzas del propio Cristo, reproducidas de generación en generación, tanto de palabra como por carta, tal cual explica San Pablo en el versículo de 2 Tesalonicenses anteriormente citado.
Copiaré a continuación algunos pasajes de la Biblia, que nos aclararán si es verdad que todo está en la Escritura, como dicen nuestros hermanos separados:
Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro. (Juan 20,30)
Jesús hizo también otras muchas cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros. (Juan 21,25)
¡Es perfectamente lógico que no todo esté en la Biblia cuando el propio Cristo envió a sus discípulos a predicar, no a escribir biblias!:
Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. (Mc 16,15)
«Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.» (Mt 28,19-20)
Por esto no debe extrañarnos que esos tesoros que son los cuatro evangelios hayan sido escritos décadas después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, por lo que la Palabra de Dios, antes de estar por escrito, fue Palabra de Dios oral.
¿Única norma de fe?
No existe un solo pasaje bíblico donde se afirme de forma concluyente que la Escritura es la única norma de fe. Estos son pasajes que suelen utilizar al respecto los protestantes:
Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien. Así el hombre de Dios se hace un experto y queda preparado para todo trabajo bueno. (2 Tim 3,16-17)
Por lo demás, hermanos míos, alégrense en el Señor. A mí no me cansa escribirles otra vez las mismas cosas, y para ustedes es más seguro. (Fil 3,1)
Sigamos viendo otros pasajes:
Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido. El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.» (1 Co 11,23-24)
Aquí en realidad San Pablo se refiere a cómo recibió por tradición oral lo que ocurrió en la Última Cena.
Leerás continuamente el libro de esta Ley y lo meditarás para actuar en todo según lo que dice. Así se cumplirán tus planes y tendrás éxito en todo. Yo soy quien te manda; esfuérzate, pues, y sé valiente. (Jos 1,8)
Hay bastante para acotar respecto a este versículo del libro de Josué. Primeramente hay que tener en cuenta que para la época de redacción de este texto la Revelación estaba incompleta, porque la Palabra definitiva de Dios es Cristo, en Quien se da la Revelación plena.
Pero incluso prescindiendo de este asterisco para nada menor, en ningún momento se plantea que Josué se limitara a leer “el libro de la Ley” y meditarlo para conocer los designios de Dios. Ahí se presenta una exhortación, pero no dice que ese libro sea lo único. No es muy distinto a lo que hace cualquier católico: leer y meditar la Escritura.
Pero hay otro detalle a tomar en cuenta: lo que Josué recibió en su tiempo es solamente el Pentateuco, lejos incluso de contener todo lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento. Creer que eso es Sola Scriptura es vivir en el autoengaño, sin contar con el insólito hecho de que siguiendo este planteamiento termina siendo más Palabra de Dios lo que está escrito que lo que el propio Dios le dice directamente a Josué.
¿Se puede interpretar
la Escritura privadamente?
Sépanlo bien: ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia. (2 P 1,20)
Consideren que las demoras de nuestro Señor son para nuestra salvación, como lo escribió nuestro querido hermano Pablo con la sabiduría que le fue dada, para juzgar a todos. Pedirá cuentas a los que se burlan del bien por todas las veces en que actuaron burlándose de él, y castigará a los pecadores enemigos de Dios por todas las palabras injuriosas que profirieron contra él, e insiste sobre esto en todas sus cartas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes y poco firmes en la fe interpretan torcidamente para su propio daño, como hacen también con las demás Escrituras. (2 P 3,15-16)
Hechos de los Apóstoles nos da un ejemplo concreto de por qué resulta estéril y contraproducente pretender entender la Palabra por cuenta propia y sin ayuda de alguien versado en el tema:
El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate a ese carro y quédate pegado a su lado.» Y mientras Felipe corría, le oía leer al profeta Isaías. Le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» El etíope contestó: «¿Cómo lo voy a entender si no tengo quien me lo explique?» En seguida invitó a Felipe a que subiera y se sentara a su lado. Felipe empezó entonces a hablar y a anunciarle a Jesús, partiendo de este texto de la Escritura. Siguiendo el camino llegaron a un lugar donde había agua. El etíope dijo: «Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?» Felipe respondió: «Puedes ser bautizado si crees con todo tu corazón.» El etíope replicó: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.») Entonces hizo parar su carro. Bajaron ambos al agua y Felipe bautizó al eunuco. (He 8,29-31.35-38)
Este pasaje narra el célebre encuentro de Felipe con el etíope, donde encontramos una muestra concreta de que repartir biblias y dejar que cada uno haga con ellas lo que pueda (o lo que quiera) no es buen camino. En los versículos compartidos puede apreciarse cómo el etíope encuentra la claridad que buscaba cuando alguien le explica en detalle lo que estaba leyendo, lo que provoca su conversión y posterior bautismo.
Encuentro una diferencia sustancial entre el etíope y muchos protestantes de nuestros tiempos. El etíope se muestra en todo momento como una persona humilde, lo que contrasta con la actitud de muchos hermanos separados que tienen ante sus ojos las pruebas de los errores que sustentan sus doctrinas pero, por razones difíciles de dilucidar con precisión, elijen no dar el brazo a torcer y continuar por la misma senda.
No puedo comprender la negación pertinaz que muchos muestran en lo referente a la interpretación de las Escrituras, bajo el argumento de no necesitar intermediarios humanos, ya que según estos es el Espíritu Santo quien obra en cada creyente, cuando pasajes como el anterior muestran cómo el Espíritu se vale de un ser humano, de carne y hueso, pecador como cualquiera, para instruir y conducir por el camino correcto a una persona. No solo eso, tenemos testimonios claros ya desde el Antiguo Testamento de la existencia de lo que podemos denominar sin temor a imprecisiones el “ministerio” de la interpretación de la Palabra para orientar correctamente al Pueblo de Dios:
Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo, pues estaba en un lugar más alto que ellos, y, cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo a Yavé, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!» Y se postraron rostro en tierra. Los levitas, Josué, Baní y sus demás hermanos explicaban la Ley al pueblo, que seguía de pie. Leyeron en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que todos comprendieran lo que les estaban leyendo. (Ne 8,5-8)
El pueblo de Israel tenía intérpretes oficiales de las Escrituras que, como podemos apreciar, se encontraban entre los levitas mejor preparados para dicha misión. Estos eran guiados en su ministerio por el propio Dios, y a su vez eran dirigidos en la parte humana por el sumo sacerdote, y eran ambos factores, el divino y el humano, los que posibilitaban que estos intérpretes coincidieran en sus criterios.
¿Cómo demostramos esta doble guía con la Biblia en la mano, como les gusta a los hermanos que la utilizan para contradecirse entre sí? De esta manera:
«Actúen así y no cometan pecados. El sumo sacerdote Amarías los dirigirá en todos los asuntos de Yavé, y Zabedías, hijo de Ismael, príncipe de la tribu de Judá, en todos los asuntos del rey. Los levitas les servirán de escribas. Sean valientes y eficaces. ¡Yavé esté con el bueno!» (2 Cro 19,11)
Ese sacerdote del Antiguo Pacto era considerado un mensajero de Dios:
Porque los labios del sacerdote guardan el conocimiento y en su boca se debe encontrar la ley, pues es el mensajero de Yavé de los ejércitos. (Mal 2,7)
Cuando Dios estableció el Pacto con el pueblo de Israel, garantizó una autoridad humana que representara una prolongación del sacerdocio de Moisés, ministerio conocido como la “Cátedra de Moisés”. Los protestantes admiten lo que estoy exponiendo, pero parecen proponer tácitamente que Dios se “olvidó” de dejar una autoridad similar en el nuevo Pacto, lo que nos llevaría a concluir que el Antiguo Pacto terminaría siendo en este aspecto mejor que el Nuevo.
***
Pidiendo a Dios que estas líneas tiendan un puente hacia la necesaria reflexión de tantos hermanos de buenas intenciones que aún permanecen en las sombras de lo que de verdad nuestro Padre espera de sus hijos, quiero invitarlos con todo el amor y el respeto del mundo a meditar juntos algunas cuestiones:
¿De veras no has notado que en tu congregación, donde se defiende a la Biblia a capa y espada, hay muchas prácticas y creencias que no son bíblicas en absoluto?
¿Cómo sabes que tu forma de interpretar la Biblia es la correcta? ¿En serio crees que tu pastor es en este sentido garantía absoluta, cuando a una cuadra de tu templo hay otra persona que también se autoproclama pastor y dice a los fieles lo opuesto, pese a que ambos se amparan en la Palabra de Dios?
Dejo al pasar estos interrogantes, no como provocación sino como la genuina invitación a que juntos busquemos la Verdad que conduce a la salvación. Pues si hay algo en lo que coincidimos, estimado hermano, es que ambos anhelamos lo mismo.
[1] Incluso en el caso de que un libro de la Biblia presentara una lista de obras inspiradas por Dios, quedaría probar cómo ese libro puede considerarse Palabra de Dios, pues para una afirmación así debería ser infalible. Y sin una autoridad competente que ampare lo propuesto por el libro, el problema persistiría.
[2] Será Lutero quien siglos después, sin fundamento que lo sustente, quitará a su gusto libros sagrados al canon aceptado por toda la cristiandad desde hacía más de un milenio.
Mariano Torrent