Trinidad es la expresión teológica utilizada desde inicios del siglo III para definir la doctrina central del cristianismo: Dios, Único en su sustancia infinita, es a su vez tres personas distintas; un solo Dios que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Además, Dios Padre es una persona distinta de Dios Hijo, al que engendra eternamente. El Espíritu Santo no es ninguno de los dos anteriores, sino otra persona que procede, en esta comunión de amor, del Padre y del Hijo, recibiendo los tres una misma adoración y gloria.
La visión trinitaria del Dios Uno distingue al cristianismo de otras religiones monoteístas como el judaísmo o el islam. En palabras del Credo de Atanasio[1]:
El Padre es Dios, el
Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, no hay tres Dioses
sino uno solo.
Todo católico sostiene que existe un solo Dios - cada fin de semana somos millones en todo el mundo, más allá de la diversidad de contextos y lenguajes, que afirmamos en el comienzo del Credo que creemos en un solo Dios - que es Uno, Único, y que no puede haber otra deidad que no sea Él.
La Escritura es muy clara al respecto, al decir ya en el libro del Deuteronomio:
Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es Yavé-único. (Dt 6,4)
Es correcto establecer que Dios es el Infinito, por lo cual solo puede ser Uno, pues el sentido común indica que dos infinitos no serían tales al limitarse mutuamente.
También leemos en el Libro de Isaías:
Ustedes son mis testigos, dice Yavé, y son mi servidor, que he elegido; sepánlo, pues, y crean en mí, y comprendan que Yo Soy. Ningún Dios fue formado antes de mí, y ningún otro existirá después. (Is 43,10)
Así habla el rey de Israel y su redentor, Yavé de los Ejércitos: «Yo soy el primero y el último; no hay otro Dios fuera de mí». (Is 44,6)
Lo expuesto respecto al Dios Uno no implica una contradicción respecto al dogma de la Trinidad, porque lo que afirmamos de ella es la Unidad en la Naturaleza divina, y la Trinidad responde a las Personas divinas. Esto representa un misterio, algo que trasciende nuestra inteligencia: la Divinidad no se reparte en porcentajes, ni alguna de las tres Personas es “más deidad” que las demás, pues cada una posee la Divinidad en su totalidad, que es una sola numéricamente hablando.
Será San Teófilo de Antioquía, nacido en el siglo II, el primero en utilizar la palabra griega τριάς trias (tríada) para referirse a la unión de las tres personas Divinas en Dios. Aunque es Tertuliano (160-220) quien le da el significado más profundo, aplicando el término latino Trinitas.
Que sea un misterio de fe ha ocasionado que a través de la historia algunas personas o grupos hayan visto condenadas sus doctrinas por presentar discrepancias con lo Revelado. El Concilio de Nicea (325) condenó la postura de Arrio, presbítero de Alejandría, por negar la divinidad de Cristo. Un siglo después (431) fueron declaradas heréticas las premisas de Nestorio, que sostenía que en Cristo había una separación de sus dos naturalezas, humana y divina, dando lugar a “dos personas” unidas en Cristo.
En el año 451 el Concilio de Calcedonia condenó las enseñanzas de Eutiques, que proponía que Cristo en su paso por la tierra tenía en realidad una sola naturaleza. Superadas estas controversias, sabemos que Él tuvo la naturaleza divina, por ser hijo de Dios, y la naturaleza humana, por ser hijo de María.
En la actualidad, la negación de la Divinidad de Cristo o de la Trinidad obedece a casos más bien puntuales, como los Testigos de Jehová que postulan una distinción entre el Padre y el Hijo ubicando a este como un ser “inferior” basándose en su constante tergiversación de las Escrituras, mientras en otras denominaciones protestantes creen que Jesús es Dios, pero no que se trata de una Persona diferente del Padre ni del Espíritu Santo.
Las huellas de la
Trinidad en el Antiguo Testamento
Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo. (Catecismo, nº 237)
Estas huellas - para algunos más evidentes, para otros más imperceptibles - pueden encontrarse en los inicios mismos de la historia bíblica:
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo.» Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó. (Gén 1,26-27)
Dios habla primeramente en plural, “nuestra imagen”. Pero acto seguido el Génesis dice que quien crea al hombre a su imagen es Dios, en singular. Es evidente que el “hagamos” no va dirigido, por caso, a los ángeles, pues estos no tienen la divina facultad de Crear de la nada. Que Dios proponga una acción en plural para un acto individual solo puede explicarse por la unidad de Personas de la Trinidad.
Si bien no puedo decir que se trate de algo terminante, tampoco podemos descartar que los pasajes expuestos reflejen el misterio de la Trinidad, que en ese caso enfatizaría la unidad de las tres personas divinas. Incluso quien no abone el postulado de la trinidad de personas en este versículo no podrá negar la pluralidad de personas al utilizar un verbo en plural.
El mismo Génesis nos da otra pista en sus primeros versículos:
En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. (Gén 1,1-2)
Es cierto que esta mención al “espíritu de Dios” no puede entenderse como algo indiscutible. Al menos de mi parte no me atrevo a ser concluyente al respecto. Algo similar ocurre en torno a este pasaje, que ha generado un amplio debate acerca de si realmente hay aquí una mención trinitaria:
Yavé se presentó a
Abrahán junto a los árboles de Mambré mientras estaba sentado a la entrada de
su tienda, a la hora más calurosa del día. Al levantar sus ojos, Abrahán vio a
tres hombres que estaban parados a poca distancia. En cuanto los vio, corrió
hacia ellos y se postró en tierra, diciendo: «Señor mío, si me haces el favor,
te ruego que no pases al lado de tu servidor sin detenerte. Les haré traer un
poco de agua para que se laven los pies y descansen bajo estos árboles. Les
haré traer un poco de pan para que recuperen sus fuerzas, antes de proseguir su
viaje, pues creo que para esto pasaron ustedes por mi casa.» Ellos
respondieron: «Haz como has dicho.» (Gén 18,1-5)
Se pueden ofrecer al respecto varias consideraciones: Quien se presenta a Abrahán es Dios (v.1), esto es indiscutible y no es objeto de disputa. El patriarca ve tres personas (v.2), corre hacia ellas y se postra. En el v.3 encontramos el primer detalle cuanto menos significativo, pues Abrahán, al postrarse en tierra, ante los tres hombres, se dirige en singular, “Señor mío”. Dos versículos después, todo se vuelve aún más difuso, porque son los tres quienes le responden.
El lenguaje utilizado por el Génesis, no solo en este pasaje sino en el conjunto del Libro, da pie a múltiples e incluso antagónicas interpretaciones. Muchos exégetas, incluidos Padres de la Iglesia, han visto aquí una teofanía de la Trinidad.
Es cierto que algunos versículos después (19,1) habla de “los dos ángeles” que llegaron a Sodoma al atardecer. Pero esto no zanja la cuestión de forma tan sencilla como podría esperarse. Por un lado, la continuación del cap. 19 muestra a los ángeles anunciando “nosotros vamos a destruir esta ciudad”, en referencia a Sodoma (v.13); pero en el v. 29 es el propio Dios quien destruye esta ciudad y a Gomorra.
Nuevo Testamento:
todo es más claro
En prácticamente todas las tradiciones del Nuevo Testamento encontramos afirmaciones trinitarias, lo que nos demuestra que era una creencia sumamente extendida en los orígenes del cristianismo. Hallamos claras referencias, que compartiremos con más detalle en el transcurso del artículo, en Marcos, en el relato del Bautismo de Jesús; en San Mateo, especialmente en el mandato de Cristo en lo referente al Bautismo en 28,19; también en Lucas y Juan; además de numerosos textos del corpus paulino.
Esto nos habla a las claras de una noción trinitaria plenamente arraigada en el cristianismo primitivo, que expresó en la predicación primero, y en los sucesivos escritos después, una nueva reflexión sobre la naturaleza de Dios a partir de las experiencias vividas junto a Cristo.
Parte de la apologética bíblica en torno a este tema consiste en mostrar que el Padre y el Hijo son lo mismo en cuanto a dignidad, pero distintas personas. Iremos compartiendo una serie de ejemplos que nos ayudarán al respecto.
En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios. (Jn 1,1)
Aquí la Palabra (el Verbo) no solo estaba ante Dios, esa Palabra también es Dios. ¿Y cómo sabemos que no se trata de la misma persona? Veamos…
Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». (Mt 28,18-19)
Quiero detenerme en la expresión “en el Nombre”, pues en ella se afirma de forma evidente la Divinidad de las tres Personas y su unidad de naturaleza. Notemos que aquí se habla en singular, lo que reafirma que estas tres Personas son una, y no tres “entes” o voluntades distintas.
Pero hay más cuestiones a tener en cuenta: entre los judíos el nombre divino era representativo de la deidad, y esto se transmitió a la primitiva comunidad cristiana. Quien goza del derecho de usarlo ha sido investido de una profunda e innegable autoridad. Sería un absurdo que la frase citada fuera empleada en este contexto si las tres Personas mencionadas no fueran igualmente divinas.
En aquellos días Jesús vino de Nazaret, pueblo de Galilea, y se hizo bautizar por Juan en el río Jordán. Al momento de salir del agua, Jesús vio los Cielos abiertos: el Espíritu bajaba sobre él como lo hace la paloma, mientras se escuchaban estas palabras del Cielo: «Tú eres mi Hijo, el Amado, mi Elegido.» (Mc 1,9-11)
Por entonces vino Jesús de Galilea al Jordán, para encontrar a Juan y para que éste lo bautizara. Juan quiso disuadirlo y le dijo: « ¿Tú vienes a mí? Soy yo quien necesita ser bautizado por ti.» Jesús le respondió: «Deja que hagamos así por ahora. De este modo respetaremos el debido orden.» Entonces Juan aceptó. Una vez bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Al mismo tiempo se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido.» (Mt 3,13-17)
En Marcos Jesús ve los cielos abiertos (se rasgan), en Mateo se abren. Se trata de un elemento empleado para dar paso al Espíritu de Dios que desciende en forma de paloma y a la voz del Padre elogiando a su Hijo Amado. Tenemos un paralelismo inevitable con Isaías:
Desde hace tiempo somos un pueblo que tú no gobiernas y que tu Nombre ya no protege. ¡Ah, si tú rasgaras los cielos y bajaras! Los cerros se derretirían al verte. (Is 63,19)
El pueblo se dirige a Dios, a quien sitúa en el cielo a la espera de que este se rasgue y lo vean descender. La voz de los profetas sigue pesando en los tiempos de Jesús, donde una nueva intervención de Dios en la historia está ocurriendo. Con Jesús se da inicio al tiempo salvador tan esperado. Vamos a estudiar ahora que ver al Hijo Amado es lo mismo que ver al Padre en cuanto a dignidad:
Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto, o si no, créanlo por las obras mismas. (Jn 14,9-11)
Más allá de las interpretaciones protestantes, distantes en muchos casos del sentido común, aquí es claro cómo Cristo plantea ser de la misma naturaleza del Padre pero a su vez distinto. Cristo no dice “yo soy el Padre”, pero sí plantea que el Padre está en Él cuando sentencia que quien lo ha visto también ha visto al Padre. Por si las dudas persisten, ¿Hay algo más claro que este pasaje para subrayar la distinción entre ambos?:
Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. (Jn 17,21)
Ese Hijo, distinto al Padre, también es Dios. Y por haberlo proclamado en un ambiente sin una plena revelación trinitaria, los judíos querían matarlo:
Y los judíos tenían más ganas todavía de matarle, porque además de quebrantar la ley del sábado, se hacía a sí mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre. (Jn 5,18)
Meditemos ahora a Jesús dirigiéndose a su Padre:
En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer. (Mt 11,25-27)
Este diálogo no tendría sentido si el Padre y el Hijo fueran la misma persona. Continúo ahora, pero saliendo de los Evangelios. San Pablo es un confiable portavoz de la fe de la Iglesia primitiva en la Divinidad del Señor:
Suyos son los grandes antepasados, y Cristo es uno de ellos según la carne, el que como Dios está también por encima de todo. ¡Bendito sea por todos los siglos: Amén. (Rom 9,5)
Él es la imagen del Dios que no se puede ver, y para toda criatura es el Primogénito, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en el cielo y en la tierra, el universo visible y el invisible, Tronos, Gobiernos, Autoridades, Poderes. Todo fue hecho por medio de Él y para Él. Él existía antes que todos, y todo se mantiene en Él. Y Él es la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia, el que renació primero de entre los muertos, para que estuviera en el primer lugar en todo. (Col 1,15-18)
Los Testigos de Jehová, en su afán sistemático de diferenciarse de las denominaciones cristianas, enseñan que Jesús fue creado por Dios. Esto me invita a tres preguntas que la Biblia va a ir respondiendo:
1-¿Podemos adorar a un ser creado, y postrarnos ante él?
2-Un ser creado que dice de sí mismo que es igual a Dios, ¿No incurre en una blasfemia? Porque alguien que asegura que es Dios sin serlo no puede tomarse en cuenta.
3-¿Qué decir de ese mismo ser creado si además se toma el atrevimiento de perdonar los pecados?
Primeramente, ni un Testigo de Jehová ni nadie con Biblia en mano, por más adulteraciones que hayan hecho para hacerla decir lo que muchas veces no asevera, puede discutir que Jesús fue reconocido como Señor por sus discípulos. Pienso en las palabras de Santo Tomás en Jn 20,28: “tú eres mi Señor y mi Dios”. Pero también viene a mi cabeza otro gesto, en este caso mucho más colectivo:
Por su parte, los Once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía dudaban. Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. (Mt 28,16-18)
¡Los discípulos se postran ante el Señor resucitado, en un claro signo de adoración! Al leer esto, un hermano separado podría decir, “pero ustedes los católicos se arrodillan ante la imagen de María, y después dicen que eso no es adoración”. Tengamos para esto en cuenta que arrodillarse en señal de respeto no equivale necesariamente a adoración (recomiendo al respecto el pasaje de Génesis 42,5-6; donde los hermanos de José se postran ante él por estar en presencia de alguien importante. Se trata de un signo de humildad, no de adoración).
Pero entonces, ¿Cómo sabemos que en este caso los discípulos sí se postraron en señal de adoración? Leamos lo que la Carta a los Hebreos dice de Cristo y cualquier posible duda se verá disipada:
Al introducir al Primogénito en el mundo, dice: Que lo adoren todos los ángeles de Dios. Tratándose de los ángeles, encontramos palabras como éstas: Dios envía a sus ángeles como espíritus, y a sus servidores como llamas ardientes. Al Hijo, en cambio, se le dice: Tu trono, oh Dios, permanece por siglos y siglos, y tu gobierno es gobierno de justicia. (Heb 1,6-8)
La Palabra del Señor es clara, solo se puede adorar a Dios:
Jesús le replicó: «La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás.» (Lc 4,8)
Y es el propio Dios el único que puede perdonar pecados:
De inmediato los maestros de la Ley y los fariseos empezaron a pensar: «¿Cómo puede blasfemar de este modo? ¿Quién puede perdonar los pecados fuera de Dios?» (Lc 5,21)
Ahora los invito a retroceder un versículo, y comprobar por qué los maestros de la ley y los fariseos estaban tan enojados:
Viendo Jesús la fe de estos hombres, dijo al paralítico: «Amigo, tus pecados quedan perdonados.» (Lc 5,20)
En lo compartido aparece con bastante claridad la diferenciación entre el Padre y el Hijo, pero encontramos “algo más”, que aparece en un mismo pie de igualdad con ambos: El “Espíritu Santo” en la mención de Mateo, el “Espíritu” en el Bautismo del Señor en la narración de Marcos. Ahora es Cristo mismo quien nos aclara algo más de ese “Espíritu”:
Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes. (Jn 14,15-17)
Apuntes finales
La Santísima Trinidad es la intimidad del propio Dios, comunión de luz y amor, nada más lejano a la soledad autoinducida que muchos grupos religiosos parecen postular tácitamente al hablar del Creador, y este repaso por distintas partes de la Escritura nos ha servido para demostrar que el sustento bíblico que presenta esta doctrina es indiscutible.
La Trinidad es además, una invitación a encontrarnos con Cristo y ser sus amigos, para que se cumpla en nosotros la promesa que recibieron los discípulos:
Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él». (Jn 14,23)
Además de esa relación individual, es maravilloso constatar que todo en el universo, cuando se ejercita el maravilloso don de la fe, nos habla de la unidad Trinitaria. Desde lo más grande a lo más pequeño, pasando las galaxias hasta llegar a lo microscópico, todo lo que existe da sobradas pruebas de un Ser que comunica su amor, como perfecta obra de arte, a toda su creación.
Estoy escribiendo estas líneas en Adviento de 2021, y quiero detenerme en una obra maestra de la Santísima Trinidad, protagonista fundamental de la Historia de la Salvación y de este tiempo del año litúrgico en particular: nuestra Madre María Santísima.
Contemplar el misterio trinitario es a su vez meditar en el humilde corazón que supo decir sí a Dios, para ser madre del Salvador y acompañarlo desde el primer al último momento de su vida terrena. En ella el amor de Dios encuentra la correspondencia que solo alguien llena del Espíritu Santo puede dar, para que en su seno el Redentor se forme como hombre.
Dicho esto y pidiendo a la Trinidad Santa que el presente trabajo contribuya a la Evangelización en lo que respecta a una verdad fundamental de nuestra fe, hago mías las palabras con las que San Pablo concluye la Segunda Carta a la comunidad de Corinto:
La gracia de Cristo Jesús, el Señor, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes. (2 Co 13,14)
[1] Se trata de uno de los símbolos de la fe aprobados por la Iglesia, que a diferencia de la mayoría de los otros credos, se centra casi en exclusividad en la Encarnación y en el misterio trinitario. Su autor fue un destacado obispo de Alejandría del siglo IV, de enorme relevancia en las disputas arrianas que sacudieron la vida interna de la Iglesia durante gran parte de ese siglo.
Mariano Torrent