Las primeras escuelas teológicas

Durante el transcurso del siglo II d.C. los apologetas cristianos empezaron a redactar, buscando obtener de parte de los emperadores el reconocimiento jurídico de la religión, las primeras obras en defensa de la fe cristiana. Como contrapartida, comienzan en esta época a aparecer herejías como el gnosticismo - cuyos principios básicos he analizado anteriormente - que, junto a otras desviaciones del dogma Católico, atentaban contra la unidad del mensaje de la Iglesia fundada por nuestro Señor. Es en ese contexto que van surgiendo los primeros centros de investigación teológica. 


Alejandría 

Fundada por Alejandro Magno en el año 331 a.C. esta ciudad asentada sobre una península desarrolló rápidamente una intensa vida intelectual que la convirtió en el centro cultural del mundo antiguo. Famosa por su mítica biblioteca, que llegó a albergar miles de volúmenes académicos, literarios y religiosos (hay investigadores que estiman que habría llegado a tener más 700 mil textos), la ciudad de Alejandría también fue la sede de la escuela catequética cristiana más importante de la antigüedad. 

La Escuela Teológica de Alejandría, también conocida con el nombre de Didaskálion bien puede definirse como la primera escuela de pensamiento cristiano. El fundador de este centro catequístico es Panteno, de origen siciliano, que se establece en esta ciudad en el año 180 y muere hacia el año 200. 

Con marcada influencia del platonismo, se aplicó al análisis metafísico de los datos de la fe, caracterizándose por la interpretación alegórica y mística de las Escrituras. No es este último aspecto un hecho casual: los griegos, principalmente los estoicos, empleaban la elucidación alegórica para interpretar los mitos (Hesíodo, Homero) y Panteno habría adherido a la filosofía estoica antes de su conversión al cristianismo. 

La interpretación alegórica no tiene en cuenta el sentido literal de un pasaje, lo cual se presta a toda clase de errores, porque no puede considerarse un sistema interpretativo, ya que la “última palabra” es el pensamiento del intérprete. En el caso que estoy refiriendo, no es que en la Escuela de Alejandría no se reconociera sentido histórico en pasajes de la Biblia, sino que interpretaban que el conocimiento auténtico del texto estudiado solo podía surgir desde lo alegórico. 

Antioquía 

Comienzo con una necesaria aclaración: Con el término “Escuela de Antioquía” se define en realidad, al menos inicialmente (260-360) más bien a una tendencia teológica que se remontaba a San Luciano de Antioquía. 

A diferencia de otras ciudades de la antigüedad que solo aparecen mencionadas en libros de historia y páginas web, Antioquía existe en la actualidad y se encuentra en Turquía, en la Región del Mediterráneo - una de las siete regiones en las que se divide el país - contando con una población de aproximadamente 360.000 habitantes. 

Antioquía es una de las ciudades que fundó en sus más de veinte años de reinado al frente de Babilonia y Siria Seleuco I, otrora oficial del ejército de Alejandro Magno y fundador del Imperio Seléucida. Ciudad de incuestionable relevancia comercial, llegó a ser la tercera en importancia del Imperio Romano después de Roma y Alejandría. 

La época de esplendor de esta Escuela se da en un período que puede situarse entre el año 360 y el 430. Será el teólogo y obispo Diodoro de Tarso (330-392 o 394), maestro de San Juan Crisóstomo, quien funde allí un verdadero centro docente para fomentar los estudios religiosos y la ascética. 

Sin duda que al analizar este centro de formación se hallarán luces y sombras, con el consiguiente riesgo de intentar simplificar el análisis a partir de una descripción sesgada y parcial de la enorme influencia que tuvo. 

Una de estos reduccionismos históricos ha consistido en oponer de forma tajante a Antioquía y a Alejandría. En Alejandría primó, como se ha señalado más arriba, la filosofía platónica, mientras que Antioquía se caracterizó por su orientación aristotélica, con investigaciones meticulosas y un entendimiento de la Escritura en sentido literal, algunas veces exagerado. 

Pero más allá de diferencias, considero más sensato entender que se trata de dos versiones distintas de una misma teología cristiana, así como supieron coexistir durante siglos la tradición teológica de Oriente y la occidental. 

Cartago 

Antigua ciudad del norte de África, fundada por fenicios en el s. IX a.C. en territorios de la actual Túnez. Con el paso de los siglos se convirtió en un poderoso estado que rivalizó con las demás potencias de su tiempo. Legendarios son la serie de conflictos armados que la enfrentaron con Roma entre el siglo III y II a.C. y que se conocen históricamente con el nombre de Guerras Púnicas. 

Tampoco se trata de una escuela teológica a la manera de Alejandría. Es aquí donde la literatura cristiana comienza a hacer suyo el latín, ya que el griego era la lengua “oficial” de los escritos cristianos. En este centro se evidenció desde los inicios un marcado interés por la Sagrada Escritura. 

Dos nombres destacan sobre el resto: Tertuliano (160-220), cuyos escritos, más allá de contradicciones marcadas por el acercamiento a la secta herética de Montano en los últimos años de su vida han sido fundamentales en la formación del pensamiento cristiano; y Cipriano (200-258) que, como teólogo, depende exclusivamente de Tertualino, aunque representó en su tiempo un testimonio de notable elocuencia y fue hábil retórico. Murió mártir durante la persecución del emperador Decio. 

Cesarea 

Fue la capital civil y militar de Judea y residencia oficial de los procuradores romanos en tiempos de, por ejemplo, Poncio Pilato. 

Esta escuela es una filial de la de Alejandría, fue fundada por Orígenes (185-254) cuando este se trasladó definitivamente a Cesarea, debido a las controversias mantenidas con Demetrio, obispo de Alejandría. El centro de enseñanza ganará con el tiempo un prestigio universal que impulsará a muchos nombres fundamentales de la literatura cristiana, como San Basilio el Grande y San Gregorio Taumaturgo, a dirigirse a estudiar allí. De aquí surgirá Eusebio, el primer historiador de la Iglesia primitiva, de cuya obra capital planeo, Dios mediante, hablar en alguna ocasión. 

Todas las escuelas mencionadas han contribuido, por medio de su enseñanza y su formación, a autores claves de los primeros siglos del cristianismo, un rol quizá difícil de vislumbrar hoy día. Pero definitivamente estos centros han sido testigos y receptores de hombres que han levantado la voz en defensa de la fe cristiana en las grandes disputas teológicas de su tiempo y ante la autoridad de Roma, llegando incluso a costarles la vida a muchos de ellos. 

Es cierto que algunos se han desviado del camino, acercándose a doctrinas posteriormente condenadas como heréticas, pero esto ha sido en realidad fruto de una apasionada y constante búsqueda de la verdad, y no de un deseo de enfrentarse a la Iglesia. 

El desarrollo teológico propiciado en aquellos tiempos y en los espacios formativos mencionados vuelven a poner de relieve la sentencia con la que Juan Pablo II inició en 1998 la Encíclica Fides et ratio: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Que así sea.

Mariano Torrent