La Madre de Dios debía, por lógica, ser solo de Él, por eso debía ser Virgen, el Santuario que lleva a Cristo; además de sin mancha, pues no cabe pensar en Dios unido a algo impuro; si ese cuerpo no tiene mancha no sufriría entonces la corrupción del cuerpo físico, es por eso que, como veremos en este artículo y como es parte de nuestra fe, ha sido asunta al cielo y coronada como Reina (¿O cómo se llama acaso a la madre de un rey?).
Si alguien se pregunta en qué consiste la importancia de este dogma para un católico, puede encontrar la respuesta en el numeral 966 de nuestro Catecismo:
«La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos».
Si queremos acercarnos con propiedad a esta gran verdad de fe debemos primeramente tomar en cuenta que en las Escrituras encontraremos enseñanzas explícitas e implícitas, siendo imprescindible para este segundo orden hacer un lado la simple interpretación literal de cada palabra, error básico del fundamentalismo.
Cito un ejemplo de pasaje explícito, respecto a la concepción virginal de Jesús:
María entonces dijo al ángel: « ¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. (Lc 1,34-35)
Existen otras verdades que ponen a prueba nuestra capacidad de deducción a través de textos lógicos, secuencias que apoyan la validez de esas enseñanzas, como por caso la Inmaculada Concepción, que no son “menos verdades” a raíz de lo expuesto. La Biblia es un todo desde el Génesis al Apocalipsis, y no un libro de aforismos individuales como algunos parecen interpretarlo.
Una historia no tan
reciente
El dogma de la Asunción, definido como tal por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, se formula así:
«La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo». (Constitución Munificentisimus Deus)
Desde 1849 había comenzado a llegar a la Santa Sede peticiones desde distintos lugares para que la Asunción de María sea declarada dogma de fe. Pero esto no debe llevarnos a creer que se trata de una creencia que apareció de repente en la vida de la Iglesia, como si repente un Papa hubiera fabricado un dogma obligando a los católicos a creerlo.
A partir del siglo II, es decir, con los ecos de la predicación de los apóstoles aún flotando en los oídos y con las primeras conversiones al cristianismo bastante frescas y multiplicándose pese al clima adverso para la fe, empieza a aparecer como tema común en muchos textos que hoy solemos llamar apócrifos, importantes menciones al fin de la vida terrena de María, su pasaje (Transitus) o dormición y su asunción al Cielo.
Estos escritos llamados apócrifos han llegado a nosotros en griego, siríaco, copto, armenio, siendo alrededor de unos sesenta los que se han conservado. Ahora bien, que estos textos no sean parte de la Biblia no los convierte en un cúmulo de falsedades. Se trata en muchos casos de materiales que no han cumplido ciertas condiciones para ser considerados como inspirados, por caso la apostolicidad de su autor, pero no quiere decir que deban ser totalmente descartados pues, muy por el contrario, reflejan en muchos casos qué era lo que creían aquellas embrionarias comunidades de cristianos.
A través de la historia hay diversas y muy claras alusiones a la Asunción de María. Tomando un ejemplo, en el s. VI el obispo Teokteno, de Libia, invita a celebrar lo que llama “la fiesta de las fiestas”: “la Asunción de la Siempre Virgen”. Este mismo obispo ofrece otras consideraciones sobre el significado de esta festividad:
“Cuando estaba en la tierra ella velaba por
todos… Asunta en el cielo, constituye para el género humano una fortaleza
inexpugnable, intercediendo por nosotros ante su Hijo y ante Dios.”
Asunción y Ascensión
Se hace preciso distinguir entre Asunción y Ascensión. Cristo ascendió al Cielo por sí mismo, como narra He 1,3-11, especialmente el v. 9:
Al decir esto, en
presencia de ellos, Jesús fue levantado y una nube lo ocultó a sus miradas.
Asunción es ser llevado al Cielo por Dios mismo o por los ángeles. Nada hay de extraño para un cristiano en afirmar que una persona puede ser asunta al Cielo como en el caso de María.
Es aquí - si no lo ha hecho antes - cuando un protestante seguramente gritará “¡Eso no es bíblico!” Y es en este caso cuando la Palabra del Señor nos ofrecerá ejemplos concretos:
Enoc anduvo con Dios hasta que Dios se lo llevó: sencillamente desapareció. (Gén 5,24)
Mientras caminaban conversando, un carro de fuego con caballos de fuego se colocó entre ellos, y Elías subió al cielo en un remolino. Eliseo lo vio alejarse y clamaba: « ¡Padre, padre mío, carro de Israel y su caballería!»Luego Eliseo no lo vio más. Tomó sus vestidos y los desgarró. (2 Re 11-12)
La pregunta es, ¿Qué hacía tan particulares a estas personas? Releer el versículo del Génesis de la “desaparición” de Enoc nos dirá mucho con pocas palabras: se nos dice que Enoc “anduvo con Dios”, que es lo mismo que decir que era un hombre de fe, y que al tratarse de alguien de fe agradaba a Dios. Vamos a ver cómo el propio San Pablo lo pone como ejemplo:
Por su fe también Henoc fue trasladado al cielo en vez de morir, y los hombres no volvieron a verlo, porque Dios se lo había llevado. Antes de que fuera arrebatado al cielo, se nos dice que había agradado a Dios; pero sin la fe es imposible agradarle, pues nadie se acerca a Dios si antes no cree que existe y que recompensa a los que lo buscan. (Heb 11,5-6)
No existe mayor modelo de fe y de agrado a Dios que la Santísima Virgen. Es la “Llena de Gracia” en palabras del enviado de Dios, que también la invita a alegrarse porque el Señor está con ella (Lc 1,28). La palabra griega que aparece aquí es Kejaritomene, que significa, de forma parafraseada "La que estuvo en un inicio, la que está, y la que estará llena de gracia (por méritos de Dios)". Así como Enoc anduvo con Dios, Él estaba con María, que ha encontrado el favor de Dios (Lc 1,30).
Si seguimos leyendo el pasaje de la Anunciación vemos cómo María acepta desde el amor la voluntad de Dios:
Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí lo que has dicho». (Lc 1,38).
Es el propio Evangelio que deja constancia de que antes de la Pasión del Señor, María declara que Dios ya la ha salvado, y que desde ese momento todas las generaciones la llamarán Bienaventurada (Lc 1,48).
Si buscamos la definición de bienaventurado/a nos encontraremos con que se trata de una persona “que goza de la felicidad plena que es concedida por Dios”. Nadie que merezca más el gozo de esa felicidad plena - que solo puede encontrarse en el Cielo –como María, que cumplió perfectamente la voluntad de Dios en cada momento de su vida y eso le valió para llegar a la gloria perpetua con nuestro Padre.
Es cierto que la Maternidad Divina de María es el mayor milagro y la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó a María solamente por esto, sino por sus virtudes antes mencionadas. María es el mayor testimonio de amor, alabanza y agradecimiento al Señor, viviendo en un constante acto de adoración al Padre con sus actitudes: caridad, humildad, mansedumbre, paciencia, pureza.
« ¡Estas pruebas
bíblicas no me convencen!»
Si estaríamos dialogando con un hermano de otra denominación cristiana, ya habríamos escuchado una frase similar en más de una oportunidad. Les propongo leer entonces el Salmo 132,8:
¡Levántate, Señor, y
ven a tu reposo, tú y el Arca de tu fuerza!
Lo que a priori podría parecer un Salmo “aislado” tiene otro sentido cuando se lo vuelve a leer, si hacemos foco en la expresión “el Arca de tu fuerza”.
Ya San Alberto Magno en el siglo XIII planteaba la creencia de que estas palabras fueron dichas figuradamente de María, cuyo cuerpo fue Arca de Cristo.
Los invito a analizar dos pasajes:
La Nube cubrió entonces la Tienda de las Citas y la Gloria de Yavé llenó la Morada. (Ex 40,34)
Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. (Lc 1,35)
Tenemos un interesante paralelismo entre estos dos versículos, pero hay algo más: ¿Qué es la “Tienda de las Citas” que se menciona en el Éxodo? Se trata del santuario móvil que fuera construido por los israelitas siguiendo las instrucciones dadas por Dios a Moisés en el Monte Sinaí. Fue realizado en el desierto, durante el éxodo de Egipto.
Vamos a ver ahora qué contenía esa Tienda de las Citas, ese Santuario temporal:
La primera alianza tenía una liturgia y un santuario como los hay en este mundo. Una primera habitación fue destinada para el candelabro y la mesa con los panes ofrecidos; esta parte se llama el Lugar Santo. A continuación, detrás de la segunda cortina, hay otra habitación, llamada el Lugar Santísimo, donde está el altar de oro de los perfumes y el arca de la alianza, enteramente cubierta de oro. El arca contenía un vaso de oro con el maná, la vara de Aarón que había florecido y las tablas de la Ley. (Heb 9,1-4)
Nótese lo subrayado. Ese santuario, la “Tienda de las Citas”, cuya morada se llenó con la Gloria de Yavé, contenía el arca de la alianza, donde a su vez estaba un vaso de oro con el maná. Tendremos en cuenta estos dos detalles en los pasajes que analizaremos a continuación. ¿Cómo podemos confirmar si María es la nueva arca de la alianza en el lenguaje bíblico? De esta manera:
Entonces se abrió el Santuario de Dios en el Cielo y pudo verse el arca de la Alianza de Dios dentro del Santuario. Se produjeron relámpagos, fragor y truenos, un terremoto y una fuerte granizada. (Ap 11,19)
Veamos qué nos dice Apocalipsis a continuación:
Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. (Ap 12,1)
Juan ve a María en el Cielo. María es entonces el Arca de la Nueva Alianza. Volvamos a leer Hebreos 9,1-4. ¿Qué contenía el arca? El maná, el pan de Dios para alimento del pueblo de Israel. ¿Qué llevó María en su seno? A Cristo, cuyo Cuerpo es el alimento espiritual que da la Vida Eterna. Pero hay más: El arca contenía la vara de Aarón, María tuvo en su seno a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote; en el arca también estaban las Tablas de la Ley, mientras que en María se encontraba ni más ni menos que la Palabra de Dios hecha carne (Juan 1,14).
¿Cómo sabemos que esa mujer es María? Vamos a ver a quién da a luz esa mujer unos versículos más adelante:
Y la mujer dio a luz un hijo varón, que debe gobernar todas las naciones con vara de hierro. (Ap 12,5)
¿A dónde fué a parar el Arca de la Alianza original del Antiguo Testamento? Se ha sostenido históricamente que Jeremías la ocultó en un lugar cercano al Monte Nebo:
Se dice también en estos escritos del pasado que el profeta Jeremías, obedeciendo a órdenes del Cielo, se hizo acompañar por el Arca de la Alianza con su toldo y fue al cerro donde Moisés había subido y desde el cual había contemplado la tierra prometida. Allí Jeremías encontró una caverna; metió en ella el Arca, el toldo que la cubría y el altar del incienso y luego tapó la entrada con piedras. (2 Mac 2,4-5)
Para situarnos en el tiempo, estamos hablando durante la cautividad de los judíos y la destrucción del Templo de Jerusalén alrededor del 586 A.C. por los babilonios.
Queda preguntarnos ahora si no se trata de la misma Arca mencionada en Apocalipsis 11,19. Responderé a esto de una forma un tanto peculiar, con una pregunta: ¿Podemos encontrar en el Cielo algo hecho por manos humanas? La respuesta lógica es no, porque se trata de un sitio perfecto, y nada hecho por manos humanas es perfecto y digno de merecer tal gloria. En realidad, lo único que es fruto de manos humanas y que encontraremos en el Cielo son las cinco heridas de Cristo. Dicho esto, es justo concluir que el arca que Juan ve en el Cielo no es de forma literal la caja que se describe en el Antiguo Testamento.
La Virgen María,
¿Murió o no?
La constitución Munificentissimus Deus no propone como dogma la muerte de María, aunque presenta un dato muy valioso para comprender la Tradición de la Iglesia respecto a este tema:
«Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores... no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto como murió su Unigénito. Pero eso no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino.»
San Juan Damasceno, gran teólogo sirio y Doctor de la
Iglesia que vivió entre los siglos VII y VIII, resume la cuestión con estas
palabras:
“Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, El muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección”.
Siendo que el cuerpo de María experimentó la muerte pero no sufrió la corrupción del sepulcro, no es para nada descabellado pensar la muerte de la Virgen en términos de un dulcísimo sueño o un éxtasis inmediato a la Asunción.
A modo de conclusión
Uno de los malhechores que estaban crucificados con Jesús lo insultaba: « ¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y también a nosotros.» Pero el otro lo reprendió diciendo: « ¿No temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero éste no ha hecho nada malo.» Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino.» Jesús le respondió: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» (Lc 23,39-43)
Una observación apriorística podría conducir al lector a pensar que me he equivocado y estoy compartiendo un pasaje correspondiente a otro artículo. Nada más lejos que eso por más extraño que pueda parecer.
Lo que quiero plantear es bastante sencillo: Si este “malhechor” en palabras de San Lucas, por un instante de fe fue recompensado por el propio Cristo para estar con Él en el paraíso, es perfectamente previsible que con más razón llevaría a su madre a su lado.
Como católicos, sabemos por la Revelación y por la fe que la resurrección de los cuerpos será al final de los tiempos, pero lo expuesto en las líneas anteriores nos muestra que en el caso de la Virgen María, este hecho fue un anticipo por un privilegio singular.
Que nuestra Madre María se halle en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo es un motivo de inmensa alegría para todos los creyentes: se trata de la anticipación plena de nuestra propia resurrección.
Mariano Torrent