Lc 21, 5-19: Piedra sobre piedra

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     21, 5-19 (Domingo 33- Ciclo C)

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?» Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin». Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas». 

Palabra del Señor.

En el año 20 a.C. Herodes el Grande había comenzado la obra de reconstrucción y ampliación del Templo de Jerusalén, edificado luego del exilio de Babilonia (s. VI a.C.). El trabajo culminó de forma total en el 64 d.C., unos años antes de la destrucción definitiva por parte de las tropas romanas.

En el momento en que se produce este diálogo la reconstrucción llevaba unas cuantas décadas, por lo que debía estar bastante avanzada. Los judíos del tiempo de Cristo se sentían orgullosos y admirados de la riqueza de los materiales, las dimensiones colosales y los detalles ornamentales del Templo. La reverencia respondía no solamente a la opulencia exterior, sino también a que representaba una señal de la presencia de Dios, incluso como la morada de la protección paternal de Dios para Israel:

¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Qué bien matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos debajo de sus alas, y tú no has querido! Por eso se van a quedar con su Templo vacío y no me volverán a ver hasta que llegue el tiempo en que ustedes dirán: «¡Bendito sea el que viene en Nombre del Señor!» (Lc 13,34-35)

Más allá de la literalidad de las palabras del Señor, viene a recordarnos que el esfuerzo en este peregrinar hacia la meta del Cielo es constante:

Un trabajo forzado es la vida del hombre sobre la tierra, y sus días son los de un jornalero. (Job 7,1)

Todo esto se ve reforzado en el caso del cristiano que elige ser auténtico en un mundo donde la apariencia como brújula y el deseo de quedar bien con todos a cualquier precio son moneda corriente. El cristiano persigue una meta que vas más allá de las categorías humanas: la santidad, que es vivir totalmente para el Señor.

Los tiempos difíciles no deben conducirnos por caminos de desaliento y lamentación. El desánimo no puede tener la última palabra. Las contrariedades son la mejor oportunidad para dar testimonio de nuestro seguimiento de Cristo, que testifica en este pasaje a favor de la esperanza y no del pesimismo. No niega el dolor o las catástrofes que pueden ocurrir en la vida humana. Incluso la peor de las devastaciones es ocasión propicia para que Dios saque “bienes de los males”.

No hay duda de que el fin es una realidad irrevocable. Pero también es evidente que no llegará en un abrir y cerrar de ojos, sino que tardará. Queda flotando la duda de cuándo será eso, pero es una respuesta que nadie puede jactarse de conocer con exactitud, porque el Señor no ha revelado ninguna fecha concreta.

Miremos a nuestro alrededor. Crisis es la palabra de moda sin importar cuando alguien lea o escriba esto. Entre guerras, pandemias y políticos que pujan por repartirse arbitrariamente el poder se abren fracturas sociales injustas, y cada vez es mayor la distancia entre los que pueden mirar el futuro a los ojos y aquellos que deben agachar la cabeza tratando de encontrar el mínimo resquicio que les permita ser parte de una sociedad donde la exclusión es demasiado inclusiva.

Dentro de este panorama, no faltan los falsos profetas con recetas verbalmente infalibles: los que conocen la fecha exacta del fin del mundo, los que predicen desastres como si de resultados de fútbol hablaron. La demagogia es ley cuando el temor impera. En esta jungla también conviven una falsa tendencia que asocia fe con riqueza, con un materialismo rancio donde ciertos valores se asocian para dar como resultado un progreso económico cuyo único mensaje parece que solo importa el dinero. A todo esto hay que añadir el hedonismo dictando como única respuesta el placer, o también el centrar todo en lo físico como único valor a alcanzar.

Anida en nuestro corazón, como manifestación del pecado original, una marcada tendencia al egoísmo, que nos lleva a colocarnos en primer lugar aunque eso requiera pisar al prójimo. El Señor viene a hablarnos de un camino opuesto a la tendencia al yo por encima de todo: la constancia con la que salvar vidas, la integridad insustituible para alcanzar la vida eterna.

Como cristiano, ¿Me preocupo de abrir los ojos y mirar fuera de mi zona de confort para ver donde Dios me llama para ayudar a aliviar la situación de aquellos que sufren? ¿Busco la ocasión propicia para dar testimonio del Señor (v.13), sabiendo que con la paciencia como instrumento puedo ganar muchas almas (v.19)?

La vida no está libre de inconvenientes y sinsabores, pero Dios no nos carga con cruces imposibles de llevar, aunque nuestra primera impresión sea siempre que no tenemos las fuerzas para realizar el cometido. El Espíritu de Dios nos acompaña siempre y cuando busquemos la luz y la fuerza que provienen de Jesús.

Mariano Torrent