Las confesiones de Jeremías: el sufrimiento de un alma atribulada

Hay una doble vía temática en la predicación profética: anuncio de castigo, acompañado por la proclama de la salvación. El anuncio del castigo encuentra su epicentro en la actitud infiel del pueblo, y el mensaje de salvación está asociado al amor misericordioso de Dios.

La cuestión es que un profeta no es solo el altavoz del mensaje divino, pues su humanidad necesita también expresar sus dudas, preocupaciones, su protesta, lanzar preguntas ante aquello que lo excede, sin dejar de ser un hombre de Dios, más bien reafirmando que la obediencia hacia el Creador no está en debate.

Concretamente, las confesiones de Jeremías, elemento clave para entender la oración individual en un pueblo signado por la comunicación colectiva hacia Dios, son partes de su libro donde podemos encontrar profundas reflexiones del profeta, que dan pie a lamentos, perplejidades o incluso quejas, sin querer separarse de Yavé ni desobedecerlo. Jeremías es un hombre de Dios cuyas lamentaciones se emparentan con algunos salmos donde se vierten súplicas, y también con los soliloquios del libro de Job.

En la figura de quien elige preguntar e incluso elevar su reclamo en los momentos de angustia, se reafirma la certeza de que Dios no dictó a los autores elegidos un texto utilizándolos a la manera de artefactos como la computadora que escribe mecánicamente, o el audio que reproduce las palabras del individuo que lo utiliza sino que, lejos de la pasividad, los escritores sagrados y los profetas supieron escuchar y reflexionar ante aquello que les generaba inquietudes.

El mensaje que Jeremías nos ofrece es que Dios espera de nosotros la honestidad de quien se abre con franqueza en lugar de ahogar sus dudas o elegir una respuesta torcida que lo llene de amargura. No podemos catalogar sus confesiones como una autobiografía en el sentido actual del término, pero sí son un testimonio contundente de las crisis que este hombre de Dios debió atravesar.

Cinco son, para ser precisos, los pasajes del libro que pueden catalogarse como confesiones: 11,18-12,6; 15,10-21;  17,12-18; 18,18-23; 20,7-18. Por cuestiones de espacio voy a transcribir el pasaje del capítulo 20, en los versículos que van del 7 al 13:

¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: «Violencia, devastación!» Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: «No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía. Dijo el profeta Jeremías:    Oía los rumores de la gente: «¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!» Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: «Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza.» Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable. Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque a ti he encomendado mi causa. ¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque Él libró la vida del indigente del poder de los malhechores!

Palabras signadas por el dramatismo, que posiblemente hayan sido pronunciadas alrededor del 605-604 a.C., cuando Jeremías sufrió la persecución del rey Yoyaquim. El término que mejor puede resumir este fragmento es crisis, cuando los fundamentos de la vocación divina parecen desmoronarse al culminar un arduo trabajo donde se considera que el único resultado ha sido el fracaso.

Quienes experimentan el amor de Dios sienten el deseo supremo de compartirlo con todo el mundo, especialmente a quienes aún no lo conocen o viven en la indiferencia ante el Señor. Jeremías habla de un “fuego ardiente aprisionado en mis huesos” (v. 9) con la certeza de que, más allá de las amenazas recibidas y la violencia (v.8) el Señor está con él y no lo abandonará (v.11). Jeremías, convencido de la presencia constante de Dios, se mantiene en la fidelidad a Él.

Quien pretenda cumplir la voluntad de Dios tiene que permitirse a sí mismo la vulnerabilidad, que no es una falencia, sino la virtud de aquel que se sabe limitado y deja al Padre obrar en su interior y guiarlo por un camino que no siempre va a coincidir con lo que el mundo propone. Jeremías, en la soledad del profeta que ve cómo sus contemporáneos dan la espalda a su mensaje de liberación, prefigura en gran medida el ministerio mesiánico de Cristo, rechazado incluso en su propia tierra.

Para poner estos versículos en términos actuales, nos encontramos con la exteriorización (una “descarga emocional”) cruda y sin eufemismos del sufrimiento de  un alma atribulada ante un panorama donde el odio hacia su persona y la incomprensión ante la misión que Dios le ha encomendado hacen mella en el talante de un profeta evidentemente sensible. ¡Qué penoso debe resultar que tu propio pueblo te excluya por recordar ciertas exigencias espirituales que pocos están dispuestos a cumplir!

En resumen, las confesiones de Jeremías son un testimonio cabal de su personalidad, en las que abre su corazón al Señor con total sinceridad, expresando sus padecimientos con una contundencia que se hace evidente en la crudeza de sus palabras. Sus consignas impopulares lo llevan a ser resistido por las autoridades y el pueblo, e incluso por sus familiares. Asumiendo en muchos casos su vocación como un fracaso intolerable, termina por maldecir el día en que nació (Jer 20,14).

No es exagerado hablar de él como un anti-Moisés, llegando al punto de ser forzado a abandonar su tierra y marchar a Egipto, donde muere asesinado por sus propios compatriotas seis años después. Definitivamente, su testimonio es de gran utilidad a la hora de revelarnos los desafíos que pueden vivirse en cualquier época cuando lo que se busca es agradar a Dios, aunque eso implique ir en contra del mundo.

Pidamos al Señor que nos conceda un corazón siempre dispuesto a escucharlo y ser su voz ante aquellos que nos rodean, transitando el camino que Él nos indica para poder guiar a la senda correcta a aquellos que dan la espalda a Dios (Jer 7,23-24).

Mariano Torrent