Jesús, en las antípodas de la manipulación mundana

El Evangelio de Juan relata solamente siete milagros de Jesús. El propósito del autor es mostrar algunas facetas del misterio de Cristo, por eso limita su narración en cuanto a lo sobrenatural a algunos hechos puntuales. En el caso concreto de la multiplicación de los panes, es el único acto milagroso de Jesús que aparece en los cuatro evangelios antes de la resurrección, lo que nos da la pauta de que debía tratarse de uno de los prodigios de Jesús más recordados por las comunidades cristianas posteriores.

Jesús, siempre misericordioso con las necesidades físicas y espirituales de la gente, toma la iniciativa para satisfacer el hambre de la multitud que lo sigue. Él no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia, con parábolas que iban revelando progresivamente de qué se trataba ese maravilloso Reino de Dios que había venido a anunciar, sino que también se preocupaba por el hambre de sus hermanos.

Hay también una enseñanza para los discípulos de todas las épocas: incluso en los momentos en que los recursos parecen ser escasos, hay que aprender a confiar en el Señor, ofrecer lo poco que tenemos, que Él pondrá el resto. Ante las dificultades, nuestro “casi nada” puede convertirse en un “casi todo” si dejamos a obrar a Cristo.

¿Quién es el “instrumento humano” en este caso? Un niño, un muchacho, del que la posteridad no tendrá mucho más para contar sobre su persona que haberle acercado al Señor de la historia cinco panes de cebada y dos pescados. He aquí el punto de partida para alimentar a cinco mil hombres (en esta estadística no se cuentan mujeres y niños, por lo cual es muy probable que la cifra inicial deba como mínimo duplicarse para tener una noción más sólida de la multitud hambrienta a la que había que alimentar).

Jesús pide que hagan sentar a la gente. Su Pascua es camino, no meta. ¿Cómo podrían aquellos que van a participar de un banquete invitados por el Mesías que tanto esperaban, dejar sus vidas al arbitrio de la prisa y la urgencia? El corolario de una espera de generaciones es un encuentro con el Buen Pastor que guía a sus ovejas con la sabiduría de quien no las conduce a un nuevo redil sino a la auténtica libertad.

Nos encontramos al final de este pasaje con la reacción de los beneficiarios del milagro: reconocen a Jesús como el profeta que se levantaría en medio del pueblo (Dt 18,15) y desde una mentalidad netamente terrenal pretenden hacerlo rey, esperando abundancia de bienes terrenos y la liberación del yugo romano.

Jesús rechaza la aclamación efectista proveniente del poder fácil y la efusividad maleable de las masas. Su reino no es de este mundo (Jn 18,36) y no pretende lograr la transformación de los individuos a través de gestos ampulosos, sino conducirlos a un cambio interior que está en las antípodas de la manipulación mundana del dar para recibir.

La multitud no alcanzaba a comprender el alcance de lo que acababa de hacer Jesús, que se trataba ni más ni menos que de una entrega. Cristo hace una donación de sí mismo a este grupo de personas, posibilitando la comunión, la unión común entre aquellos que, incluso malinterpretando lo vivido, eran conscientes de ser parte de un momento único en la historia.

La entrega de Jesús no es forzosa, es gozosa, totalmente libre. Jesús viene a ofrecer el antídoto a la dominación política que esperaban sus contemporáneos, pero no al modo en que ellos lo imaginaban. En el final del pasaje, Jesús se dirige de nuevo a la montaña con la certeza de que sus gestos no siempre serán comprendidos correctamente, en el año 30 y en el 3.000 también.

Nosotros, en este siglo XXI cuyos adelantos técnicos y tecnológicos nos hacen creer que estamos de vuelta de todo y que no nos queda nada por aprender, ¿Sabemos interpretar y valorar adecuadamente cada gesto de amor de Jesús hacia los suyos?

Mariano Torrent