Mientras el espectáculo deportivo más visto del mundo, la
Copa Mundial de Fútbol que organiza cada cuatro años la FIFA está llegando a su
fin, y en nuestro país todavía hablamos del error de Caballero; sobre si Sampaoli
sí, si Sampaoli no; de por qué Lionel Messi no logra alcanzar en la selección
nacional el nivel del Barcelona; mientras todo eso ocurre y el mundo futbolero
está lejos de posar sus ojos en el exótico destino del cual saldrán las charlas
más fervorosas en 2022, en Qatar continúan los preparativos para su histórica
oportunidad: Ser sede de la copa mundial del deporte rey. Y al tiempo en que
las luces de Rusia empiezan a mostrar sus últimos destellos, las sombras sobre
el estado árabe ubicado en el oeste de Asia se agigantan día a día.
Qatar es una monarquía absoluta, o sea, sin división de
poderes, que es lo mismo que decir que el monarca tiene un poder de decisión
prácticamente ilimitado. Con una superficie que es apenas la mitad que la de la
provincia de Tucumán, es gobernado por la familia Al Thani desde mediados del
siglo XIX.
Como parte de un proyecto de desarrollo a largo plazo, y
buscando atraer el turismo, en 2010 fue confirmado como la sede de la XXII Copa
Mundial de Fútbol, convirtiéndose en el primer país del mundo árabe que tendrá
la posibilidad de organizar este evento.
Las polémicas no demoraron en aparecer: La revista France
Football publicó hace algunos años un detallado informe que lisa y llanamente
argumenta que Qatar “compró” la copa del mundo, involucrando a muchos
dirigentes de la FIFA de primer nivel.
Y otra contracara muy triste de la elección de la sede
comenzó a aparecer en los medios con el correr del tiempo, tímidamente al
principio, vinculada a la preparación de la Copa: El sistema de trabajo esclavo
en la construcción de estadios e infraestructura en general en un país al que
muchos consideran un “estado esclavista”. Las cifras hablan de alrededor de
2.000 obreros muertos hasta la fecha.
Cuando se profundiza en la realidad de estos trabajadores, nos
encontramos con condiciones de trabajo absolutamente inhumanas: Jornadas de
entre 16 y 18 hs. de actividad laboral, sin descanso semanal, lo que
representaría jornadas semanales de 126 hs. de trabajo. A esto debe sumarse que
estas actividades se realizan con temperaturas que llegan a superar los 50 º,
con salarios que rara vez se cobran en término, y viviendas en estado
totalmente insalubre para los obreros. La mayoría de estos trabajadores son
inmigrantes, en un país donde la prensa internacional se apura a mencionar que
sus ciudadanos no deben pagar impuestos, pero en donde se omite que no hay
sindicatos ni inspecciones laborales. Se estima que la mano de obra extranjera
que trabaja en Qatar ronda el millón y medio de personas.
Para hacer aún más preocupante esta situación, un informe de
la Confederación Sindical Internacional estima que el número de muertos se
duplicará para cuando las obras concluyan en forma definitiva en 2022. La
estadística no deja de ser alarmante, si establecemos una comparación: El
Mundial de Qatar será el último donde participen 32 equipos, ya que a partir de
2026 serán 48 los países que disputarán la cita máxima del fútbol. Si tenemos
en cuenta que cada equipo puede llevar 23 jugadores, esto significa que serán 736
los futbolistas que integrarán las listas de las selecciones participantes. Si
los tristísimos augurios que se manejan se cumplen y la cifra de trabajadores
que pierden la vida se eleva definitivamente a unos 4.000 como se especula,
habrá más de cinco muertos por cada futbolista que participe en Qatar.
Actualmente, cuatro años antes de que la pelota comience a rodar, y mientras el
mundo habla de lo que pasa en Rusia, la proporción ya es casi de tres por uno.
En 2017, una ONG argentina, Fundación para la Democracia
Internacional, entregó al Papa Francisco un informe recopilatorio de denuncias
por trabajo esclavo y sus consecuencias mortales, elaborado por diversos organismos
en relación a las obras para la próxima cita mundialista, además de una
solicitud de ayuda al Santo Padre para que se cambie la sede. Otras entidades,
como Amnistía Internacional, se han hecho eco de la dolorosa realidad de tantos
miles de trabajadores en el país con la mayor renta per cápita del planeta, que
cuenta con la tercera mayor reserva de gas natural a escala global.
Mientras los mundiales de fútbol se aprestan a llegar a los
100 años de competición en 2030, y a poco de que Rusia 2018 ya sea parte de la
historia, en un juego híper profesionalizado, con salarios millonarios para sus
protagonistas principales y que mueve miles y miles de millones, situaciones
nefastas como la narrada en este artículo parece repetir una vez más la célebre
expresión “el show debe continuar”. Que el show continúe, pero que la pelota
deje de estar manchada de sangre.
Autor: Mariano Torrent (*)
(*) Editor de Mundo Católico