Fragmento de mi libro Habitó entre nosotros (2019), con algunos agregados posteriores.
Empecemos por el principio: Suponer que Jesús nació en el año cero es incurrir en dos errores, pues no solo no nació en dicho año, sino que lisa y llanamente, el año cero no existió, ni en el calendario juliano, que era el utilizado en aquel momento, ni en su sucesor, el gregoriano, que es utilizado en la actualidad de manera oficial en casi todo el mundo. En resumen: Del año 1 a. C. se pasó al año 1 d. C.
Nuestro calendario es diferente al utilizado cuando nació Jesús. Nuestra fecha procede del calendario creado por un monje llamado Dionisio, por pedido del entonces Papa Juan I en el año 525 de nuestra era. Dionisio basó su cálculo en el que habían hecho los romanos sobre la fundación de Roma, por lo cual, el año 1 d. C. venía a ser el equivalente al 754 A. U. C. (anno urbis conditae, es decir, desde la fundación de Roma). Hoy sabemos que Dionisio se equivocó en los cálculos[1]. La falta de información histórica precisa lo llevó a errar por seis años el año del nacimiento de Cristo[2].
De acuerdo con los Evangelios, el nacimiento de Jesús ocurrió bajo el reinado de César Augusto (37 a. C. hasta el 14 d. C.), “en tiempos de Herodes, rey de Judea” (Lc 1,5), “mientras Quirino era gobernador en Siria” (Lc 2,2). Herodes murió en el año 4 a. C., por lo cual podemos asumir que Jesús nació antes de esa fecha. Quirino comenzó su mandato como gobernador de Siria en el año 6 d.C., pero se estima que desempeñó funciones como líder militar en Siria entre el año 10 a. C. y el 6 a. C. Por este motivo, existen buenas razones para datar el nacimiento de Jesús en el año 6 a. C[3].
A favor de la historicidad de esta fecha, se suma el censo mencionado en el Evangelio de San Lucas por el cual San José debió dirigirse junto a María, que estaba embarazada de Jesús, rumbo a Belén, donde debía inscribirse para dar cumplimiento a la disposición de la autoridad.
A este respecto, Flavio Josefo cuenta en su obra Antigüedades Judías que por aquel tiempo se realizó un empadronamiento con fines fiscales, en base al cobro del Tributum Capitis, un tributo igualitario que pagaban todas las personas de entre 14 y 64 años. Es muy probable que José tuviera que ir a Belén a empadronarse[4].
Pero la cuestión
del censo, el desplazamiento de la Sagrada Familia a Belén, y fundamentalmente el año en que este se realizó, e incluso si el mencionado
empadronamiento de verdad existió son habitualmente fuente de numerosas controversias.
Según Josefo, el censo tuvo lugar en el año 6 d.C. siendo gobernador Quirino, y, como la cuestión de fondo no era otra que el dinero, “surgió Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí”, tal cual aparece mencionado en He 5,37. Además, Quirino habría estado activo en el entorno siríaco-judío en aquel período, y no antes. Pero estos hechos lejos están de ser concluyentes, pues hay indicios que Quirino habría intervenido en Siria, por encargo del emperador en torno al año 9 a.C. Y ahí aparecen las explicaciones de diversos estudiosos, que indican que el censo se realizaba en dos etapas: Primeramente se registraban tierras e inmuebles, es decir, las propiedades; la segunda etapa consistía en la determinación de los impuestos que efectivamente debían pagarse. La primera etapa tuvo lugar en el tiempo del nacimiento de Jesús, y la segunda, años después, fue la que suscitó la insurrección anteriormente mencionada[5].
A la hora de la muerte del emperador Augusto, cuenta el historiador Suetonio, se encontró entre sus papeles un Breviarium Imperii, en el cual estaban registrados los recursos públicos, cuántos ciudadanos romanos y aliados estaban bajo sus armas, el estado de las flotas, de los reinos asociados, de las provincias, de las tribus, impuestos y necesidades. Para poder tener este control necesitaba haber hecho frecuentes censos y hay datos históricos de que en Egipto se realizaba uno cada catorce años. No es para nada inverosímil que también en Palestina estos censos se repitieran con frecuencia y hubiese más de aquellos que de los que tenemos datos rigurosamente históricos[6].
«¿Por qué José y María (en un avanzado estado de gestación) se desplazaron a empadronarse a su lugar de origen y no lo hicieron donde vivían? Esta circunstancia no es muy común en los censos romanos provinciales, aunque se tiene constancia de censos de este tipo a inicios del siglo II d.C en Egipto, por lo que no se puede descartar del todo que Roma respetara las costumbres de un pueblo como el judío tan apegado a sus tradiciones con el fin de evitar revueltas»[7].
La otra objeción que se presenta es que estos censos no requerían necesariamente el acompañamiento de la esposa. Esto carece de peso argumentativo por dos razones: En primer lugar, aunque no hubiera sido necesario que María acompañara a José a Belén, hubiera podido ir por su propia voluntad, teniendo en cuenta las condiciones en que se encontraba, además, si María había meditado las palabras del Ángel, de que su hijo heredaría “el trono de su padre David” es factible que pudiera desear que su hijo naciera en Belén, “la ciudad de David”; en segundo lugar, existe constancia de censos donde sí era requerida la presentación de la mujer[8].
[1] H. Wayne House, Timothy J. Demi: Respuestas a preguntas sobre Jesús. Editorial Portavoz. EEUU. 2014.
[2] Padre Oscar Lukefahr, C. M.: Guía Católica para la Biblia. Editorial Bonum. Buenos Aires. 2006.
[3] Padre Oscar Lukefahr, C. M.: Guía Católica para la Biblia. Editorial Bonum. Buenos Aires. 2006.
[4] Francisco Menchen Barba: La tumba de Cristo. 2011.
[5] Joseph Ratzinger: La infancia de Jesús. Ed. Planeta. 2012.
[6] José Luis Martín Descalzo: Vida y misterio de Jesús de Nazaret, I. Los comienzos. Ed. Sígueme. Salamanca. 1987.
[7] Livia Augusta: Augusto y el censo de Belén. En internet: http://augusto-imperator.blogspot.com/2014/12/augusto-y-el-censo-de-belen.html
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