No he podido evitar hacerme eco de que a muchos hermanos separados les preocupa más el celibato de los sacerdotes que las rupturas matrimoniales de sus pastores.
El celibato es una disciplina, y como tal no debe ser confundida con una doctrina. Aquello que es dogma de fe no cambia - sí puede haber un desarrollo en el entendimiento de esa verdad de fe a lo largo de la historia - mientras que la disciplina eclesiástica puede modificarse tomando en cuenta el contexto histórico y la situación de la Iglesia.
En base a lo expuesto, no sería extraño que alguien lea esto dentro de cincuenta años y que en ese momento el celibato sacerdotal pudiera ser opcional para los sacerdotes del rito latino, como ya lo fue en otras épocas.
No resultará descabellado que me pregunte en estas líneas si muchos de los que cuestionan el celibato sacerdotal no lo hacen por estar imbuidos en la mentalidad postmoderna y permisiva que parece regir las “decisiones” del hombre-masa.
Basta mirar un poco alrededor para ver cómo el mundo moderno hace alarde de libertinaje sexual y un erotismo desenfrenado en gran parte de los medios de comunicación y la cultura popular, lo que convierte a la castidad religiosa en una quimera que es, a ojos del mundo, disparatada y anacrónica.
Somos hijos del Nuevo Testamento, donde podremos hallar numerosas indicaciones respecto a la virginidad religiosa. Aquellos que renuncian por propia voluntad al matrimonio lo hacen en pos de seguir el ejemplo de Cristo y sus recomendaciones al respecto. Quienes realizan esta elección y profesan este estado de por vida son llamados religiosos/as o, como comúnmente se dice, sacerdotes/curas y hermanas/monjas.
Remitiéndonos primariamente al Antiguo Testamento podremos observar que a nivel general no vemos un aprecio marcado por la virginidad como estado de vida, tendencia que, por motivos religiosos sí estará presente en el Nuevo Testamento. Detengámonos en el Antiguo Pacto. El Pueblo elegido tenía en alta estima al matrimonio, al punto de que cada familia deseaba tener muchos hijos, lo que era considerado una bendición de parte del Señor. Tomaremos como referencia las propias palabras de Dios a Isaac:
Volvió a llamar el Ángel de Dios a Abrahán desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo - palabra de Yavé - que, ya que has hecho esto y no me has negado a tu hijo, el único que tienes, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tanto tus descendientes, que serán tan numerosos como las estrellas del cielo o como la arena que hay a orillas del mar. Tus descendientes se impondrán a sus enemigos. (Gén 22,15-17)
¿Cómo estaba considerado entonces su contracara, es decir, el no tener hijos, la esterilidad?:
Entonces Dios se acordó de Raquel, oyó sus ruegos y le concedió ser fecunda. Concibió y dio a luz un hijo, y exclamó: «Dios me ha quitado de encima la vergüenza.» (Gén 30,22-23)
Comieron y bebieron en
Silo. Después, Ana se levantó y se puso a orar ante Yavé. Estaba llena de
amargura y lloraba sin consuelo. Suplicó a Yavé y le hizo el siguiente voto:
«¡Oh Yavé de los Ejércitos! Si es que te dignas mirar la aflicción de tu
esclava, te acuerdas de mí y no me olvidas, dame un hijo varón. Yo te lo
entregaré por todos los días de su vida y la navaja no pasará por su cabeza.»
(1 Sam 1,9-11)
Al terminar el tiempo de su servicio, Zacarías regresó a su casa, y poco después su esposa Isabel quedó embarazada. Durante cinco meses permaneció retirada, pensando: «¡Qué no ha hecho por mí el Señor! Es ahora cuando quiso liberarme de mi vergüenza.» (Lc 1,23-25)
Vemos en Raquel, Ana y Santa Isabel que en la mentalidad hebrea no tener hijos era sinónimo de vergüenza, al punto que ambas agradecen a Dios y celebran que les haya quitado esa “carga” concediéndoles un hijo.
Pero si nos quedamos con esta imagen del Antiguo Testamento, estaríamos ante un recorte, una versión parcial. Compartamos otros pasajes que nos ofrecerán una mirada más amplia:
Moisés bajó del monte y lo consagró; lavaron sus ropas, y Moisés dijo: «No tengan relaciones sexuales y estén listos para pasado mañana.» (Ex 19,14-15)
Aquí podemos constatar que el celibato y la abstinencia de relaciones simbolizaban una condición hacia el Señor, en la búsqueda de tener un mayor contacto con Él. Veremos que además esto era una exigencia bastante importante en el caso de los sacerdotes:
Todo descendiente de Aarón que sea leproso, o padezca derrame, no comerá de las cosas sagradas hasta que se purifique. Si tocó un cadáver o si ha tenido un derrame seminal. (Lev 22,4)
Aquí la indicación es clara: conservarse castos, es decir, puros. ¿Qué era ser impuro en estos casos? Si no guardaban la continencia requerida durante los oficios sacerdotales. Queda por ver qué tan en serio se tomaban los sacerdotes el cumplimiento de la abstinencia sexual:
El sacerdote le contestó: «No tengo a mano pan ordinario. El único que hay es pan consagrado, con tal que tus hombres no hayan tenido relaciones con mujeres.» (1Sam 21,5)
Compartimos a continuación un pasaje donde encontramos al propio Cristo refiriéndose al celibato mientras hablaba del matrimonio:
Yo les digo: el que se divorcia de su mujer, fuera del caso de infidelidad, y se casa con otra, comete adulterio.» Los discípulos le dijeron: «Si ésa es la condición del hombre que tiene mujer, es mejor no casarse.» Jesús les contestó: «No todos pueden captar lo que acaban de decir, sino aquellos que han recibido este don. Hay hombres que han nacido incapacitados para el sexo. Hay otros incapacitados, que fueron mutilados por los hombres. Hay otros todavía, que se hicieron tales por el Reino de los Cielos. ¡Entienda el que pueda!» (Mt 19,9-12)
El primer versículo de este pasaje nos ofrece a Cristo en una sólida defensa del matrimonio, al que presenta como un don de Dios que nadie puede separar. Pero a continuación muestra que el no casarse también es un don divino y que es lícito y hasta recomendable en algunas ocasiones. Esto es doctrina de Cristo y la Iglesia como tal la instrumenta. Jesús propone a sus seguidores la posibilidad de optar entre la vida matrimonial y el celibato.
En muchas traducciones de la Biblia lo que aquí aparece como “incapacitados” se traduce como “eunucos”, es decir “eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos”.
En cualquiera de las dos definiciones, Cristo se refiere a defectos físicos que impiden la procreación. Pero Jesús realiza una distinción: entre los que han “nacido incapacitados” y los que “fueron mutilados por los hombres”. En ambos casos se trata de un estado que no es voluntario, que no responde a una elección de la persona, sino a causas ajenas a esta.
Así adquiere mayor relevancia que Cristo ofrezca una especie de tercera vía, los “que se hicieron tales por el Reino de los Cielos”. En ese paralelismo anida una indiscutible distinción donde pone de relieve un camino alternativo fruto de una disposición voluntaria y con un objetivo sobrenatural: primero, porque se han hecho eunucos/incapacitados a sí mismos, y de orden sobrenatural porque ha sido por el Reino de los Cielos.
Seguramente alguien crítico del celibato dirá que ni en este caso ni en otro pasaje encontraremos palabras explícitas de Jesús ordenando a sus apóstoles que tanto ellos como sus sucesores deberán ser célibes como Él, lo cual es verdad, no encontraremos algo del estilo expuesto. Pero eso no quita la vocación al celibato, entendido como elección propia y libre de la persona.
A esto sumemos que Cristo no solamente mostró en testimonios como éste predilección por la virginidad en su paso por la Tierra, sino que en el Cielo evidencia la misma preferencia por ella:
Tuve otra visión: el Cordero estaba de pie sobre el monte Sión y lo rodeaban ciento cuarenta y cuatro mil personas, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Un ruido retumbaba en el cielo, parecido al estruendo de las olas o al fragor del trueno: era como un coro de cantores que se acompañan tocando sus arpas. Cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender aquel canto, a excepción de los ciento cuarenta y cuatro mil que han sido rescatados de la tierra. Estos son los que no se mancharon con mujeres: son vírgenes. Estos siguen al Cordero adondequiera que vaya; estos son como las primicias, pues han sido rescatados de entre los hombres para Dios y el Cordero. (Ap 14-14)
Veremos también que llevar una vida célibe y de renuncia para seguir a Jesús no sólo es conforme al Evangelio, sino también meritorio delante de Dios:
Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por causa de mi Nombre, recibirá cien veces más y tendrá por herencia la vida eterna. (Mt 19,29)
Jesús respondió: «Yo les aseguro que ninguno dejará casa, esposa, hermanos, padre, o hijos a causa del Reino de Dios sin que reciba mucho más en el tiempo presente y, en el mundo venidero, la vida eterna.» (Lc 18,29-30)
Podemos observar que ya en tiempos de San Pablo la castidad consagrada a Dios era una práctica bastante extendida, con fundamentos claros y concretos:
Me gustaría que todos
fueran como yo; pero cada uno recibe de Dios su propia gracia, unos de una manera
y otros de otra. A los solteros y a las viudas les digo que estaría bien que se
quedaran como yo. Pero si no logran contenerse, que se casen, pues más vale
casarse que estar quemándose por dentro (…)"Respecto a los que se
mantienen vírgenes, no tengo mandato alguno del Señor; pero los consejos que
les doy son los de un hombre a quien el Señor en su bondad ha hecho digno de
crédito. Yo pienso que ésa es una decisión buena. En vista de las dificultades
presentes, creo que es bueno vivir así. ¿Tienes obligaciones con una mujer? No
intentes liberarte. ¿No tienes obligaciones con una mujer? No busques esposa.
(…)Yo quisiera verlos libres de preocupaciones. El que no se ha casado se
preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle. No así el que se ha
casado, pues se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a su esposa,
y está dividido. De igual manera la mujer soltera y la joven sin casar se
preocupan del servicio del Señor y de ser santas en su cuerpo y en su espíritu.
Mientras que la casada se preocupa de las cosas del mundo y de agradar a su
esposo (...) Así, pues, el que se casa con la joven que mantenía virgen obra
bien, y el que no se casa obra mejor. (1 Co 7,7-9.25-27.32-34.38)
El Apóstol aconseja no casarse y ser célibes para que aquellos que deseen consagrarse al Señor no se topen con algo que interfiera en la propagación del Evangelio. Notemos que la recomendación no viene de alguien ajeno al tema: él mismo abrazó el celibato a imitación de Cristo, y solo aconseja el matrimonio para aquellos que no tienen el don de continencia.
Haciendo un poco de historia, la primera imitación radical de Cristo en los primeros siglos de vida de la Iglesia fue el martirio. Cuando en el transcurso del siglo IV cesaron las persecuciones, el Espíritu Santo suscitó una nueva forma de seguir la huella de Cristo, a través de la pobreza y de la castidad.
El desierto comienza a llenarse de eremitas, que con el paso del tiempo forman sus propias comunidades; surge ahí la imitación del Cristo obediente, que dará paso a los votos de castidad, obediencia y pobreza. En la actualidad la Iglesia ordena a aquellos que confían en contar con el carisma del celibato, teniendo los aspirantes el suficiente tiempo para meditar el camino a seguir, tomando en cuenta que los estudios en el seminario duran alrededor de siete años.
Los sacerdotes católicos practican el celibato porque han decidido seguir a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, que no se casó:
Tenemos, pues, un Sumo Sacerdote excepcional, que ha entrado en el mismo cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Esto es suficiente para que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. (Heb 4,14)
A su vez, como sabemos que los santos son un modelo a seguir, también optan por el celibato teniendo como espejo a Juan el Bautista, que dedicó su vida a servir al Señor:
Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada. Tu esposa Isabel te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Será para ti un gozo muy grande, y muchos más se alegrarán con su nacimiento, porque este hijo tuyo será un gran servidor del Señor. No beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre. Por medio de él muchos hijos de Israel volverán al Señor, su Dios. Él mismo abrirá el camino al Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, reconciliará a padres e hijos y llevará a los rebeldes a la sabiduría de los buenos. De este modo preparará al Señor un pueblo bien dispuesto.» (Lc 1,13-17)
Las citas protestantes
Compartiremos a continuación los versículos más habituales de los hermanos separados en su cuestionamiento al celibato:
El Espíritu nos dice claramente que en los últimos tiempos algunos renegarán de la fe para seguir espíritus seductores y doctrinas diabólicas. Aparecerán hombres mentirosos con la conciencia marcada con la señal de los infames. Estos prohíben el matrimonio y no permiten el uso de ciertos alimentos, a pesar de que Dios los creó para que los comamos y luego le demos gracias. Así lo hacen los creyentes que conocen la verdad. (1 Tim 4,1-3)
Nos encontramos ante una objeción bastante flojita de papeles. Existe una amplia diferencia entre un voto de castidad asumido como un compromiso voluntario de la persona, con la afirmación de San Pablo respecto a “hombres mentirosos” que consideran al matrimonio un acto ilícito y pecaminoso.
Los protestantes, poco dados a estudiar la historia, parecen no percatarse de que la descripción dada por el apóstol encuadra más con los postulados del Encratismo que con los de la Iglesia Católica. Esta herejía, de principios gnósticos y plataforma ascética, consideraba la materia intrínsecamente mala, por lo que condenaba el matrimonio como algo pecaminoso. Al prohibir también el uso de la carne y el vino, pretendían que el sacrificio eucarístico se realizara solamente con agua.
Versículos fuera de contexto como el pasaje de 1 Timoteo presentan una interpretación sesgada y contradictoria del pensamiento paulino, si tenemos en cuenta que en el capítulo siguiente de la epístola hace referencia a una orden de viudas que hacía votos de castidad:
No inscribas entre las viudas más que a quien ya pasó los sesenta años, casada una sola vez y recomendada por sus buenas obras: si educó a sus hijos, dio hospitalidad y sirvió humildemente a los santos, socorrió a los que sufren. En pocas palabras, que se haya dedicado a hacer el bien. No admitas a las viudas de menos edad, pues cuando ya se han cansado de Cristo quieren casarse y, faltando a su primer compromiso, se ponen en una situación irregular. Aprenden además a no hacer nada y se acostumbran a andar de casa en casa. Como no tienen nada que hacer, hablan de más, se meten en lo que no les toca y dicen lo que no deben. Quiero, pues, que las viudas jóvenes se vuelvan a casar, que tengan hijos y sean amas de casa, antes que dar a nuestros adversarios algún pretexto para criticar. (1 Tim 5,9-14)
Es evidente que en aquel momento existía una orden de viudas bastante formal (San Pablo habla de “no inscribir”, lo que denota que no era algo improvisado) cuyo primer compromiso era la castidad, por lo que el apóstol recomienda que se casen antes de dar motivos para ser criticadas.
Comparto otros pasajes “polémicos”:
Si alguien aspira al cargo de obispo, no hay duda de que ambiciona algo muy eminente. Es necesario, pues, que el obispo sea irreprochable, casado una sola vez, casto, dueño de sí, de buenos modales, que acoja fácilmente en su casa y con capacidad para enseñar (…)Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. (1 Tim 3,1-2.12)
Tanto obispos como diáconos eran casados porque existía dentro de la Iglesia la facultad de hacerlo o no, opción que también tuvieron los apóstoles, optando por cualquiera de las dos posibilidades: Mientras Pedro tenía suegra, tanto Juan como Pablo o Juan el Bautista no eran casados. El propio Cristo no se casó, lo que reafirma que las Escrituras ofrecen las dos opciones, lo cual se respeta en la Iglesia Católica, y es por eso, por ejemplo, que los diáconos permanentes pueden ser casados o solteros.
¿No tenemos derecho a que nos acompañe en nuestros viajes alguna mujer hermana, como hacen los demás apóstoles, y los hermanos del Señor, y el mismo Cefas? (1 Co 9,5)
San Pablo habla de una “mujer hermana”. En griego se utilizan las palabras “adelfen gynaika” (άδελφήν γυναĩκα), que se traduce de la manera citada en el versículo[1], lo que podemos entender en el sentido de “hermana en la fe”, o como una “mujer cristiana”, expresión que con mucho tino utiliza la Biblia de Jerusalén. Esto nos recuerda a las mujeres que colaboraban con Jesús y los apóstoles:
Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas, predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres, a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos. (Lc 8,1-3)
Estas mujeres eran servidoras que se ocupaban de las cosas materiales de Jesús y los apóstoles, brindándoles asistencia para que estos pudieran dedicar su tiempo a la predicación.
Cuando de forma evidentemente tendenciosa la biblia Reina Valera Contemporánea traduce las palabras de este versículo como “esposa creyente” vuelve a confirmar que tristemente no les interesa la verdad sino manipular a sus fieles, en este caso tratando de contradecir el celibato católico, cuando torciendo las Escrituras no hacen más que asumir que estas no dan la razón a sus planteos.
La misma traducción que ellos utilizan los desenmascara: basta leer Mt 1,20 para ver como se habla de “María, tu mujer” para referirse a la “mujer de”, palabras que San Pablo no utiliza en el pasaje de 1 Co 9,5. Por lo tanto, la manipulación de términos no logra desvirtuar el sentido inicial del versículo: se trata de “mujeres hermanas” en un sentido netamente espiritual y no matrimonial.
Conclusión
Es verdad que el llamado del Señor es a ser fecundos y multiplicarnos:
Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra.» (Gén 1,28)
Tan cierto como que aquellos que no han podido casarse no
pecan por ese motivo, por lo que no podemos sostener que sea obligatorio
casarse, y menos cuando se trata de un Ministro del Señor.
El cristiano, aunque viva en el mundo, no es de este mundo; es de Cristo y vive por Él y para Él, por lo que es impensado que la Iglesia se adapte al mundo, ¿Dónde estaríamos nosotros si Cristo, en vez de predicar el mensaje del Reino se hubiera adecuado al pensamiento y a los modos de vida del pecaminoso Imperio Romano?
Es por ello que la Iglesia debe permanecer fiel a la doctrina del Señor y no pretender cambiar un ápice, a sabiendas que desde los orígenes mismos de la Historia de la Salvación la virginidad, la castidad y el celibato han sido valores merecedores de la más alta de las estimas.
[1] Que la palabra gynaika se traduce como mujer se prueba tomando en cuenta que ginecología proviene de dicho término griego y significa literalmente ciencia de la mujer; y si bien es cierto que entre los sinónimos podría utilizarse “esposa”, estaremos de acuerdo en que “hermana esposa” no son dos términos muy compatibles.
Mariano Torrent