El primado de Pedro

Para un católico es una verdad indiscutible que el apóstol San Pedro fue constituido por el propio Cristo como el primero de los doce apóstoles y como la cabeza visible de la Iglesia militante, lo que le confiere de forma inmediata el primado de jurisdicción.

El objetivo del presente artículo es aclarar dudas que pueda haber respecto a este tema, y responder con argumentos concretos a los cuestionamientos que realizan los protestantes, quienes en sus planteos parecen querer, en más de una oportunidad, circunscribir la fe a cuestiones de terminología.

Como muchas otras verdades de fe, la doctrina del papado no depende de la expresión con la que nos referimos a ella. Lo esencial del papado es fácilmente reconocible en la Escritura y en los documentos y testimonios de los Padres de la Iglesia ya desde los primeros siglos. ¿Pero cuáles son entonces las características inequívocas del papado? Mark Bonocore señala al respecto:

El Papado es el ministerio de pastor supremo con poder de jurisdicción de mantener la unidad universal y ortodoxia dentro de la Iglesia Cristiana.

En resumidas cuentas, al Obispo de Roma, como sucesor de San Pedro, le toca ser el principio, es decir, el fundamento no solo visible sino también perpetuo de lo que puede parecer una doble unidad pero que es en realidad una sola: de los obispos y de los miles de millones de fieles alrededor del mundo.

Primado equivale a preeminencia; el primado de jurisdicción consiste en la posesión de la autoridad suprema en el plano judicial, legislativo y punitivo. Todos estamos de acuerdo en que la cabeza invisible de la Iglesia es Cristo, pero el sucesor de Pedro lo representa - no lo sustituye, como veremos en el transcurso del artículo - en el gobierno exterior de la Iglesia militante, lo que lleva a los católicos a considerarlo el vicario de Cristo en la tierra.

Esto es básicamente lo que han sostenido desde los primeros siglos los llamados Padres de la Iglesia. Haré un repaso bastante acotado de dichas definiciones:

Clemente de Alejandría (150-215) llama a Pedro “el elegido, el escogido, el primero entre los discípulos, el único por el cual, además de por sí mismo, pagó tributo el Señor”; Tertualino (160-220) señala que la Iglesia “fue edificada sobre él”; San Cipriano de Cartago (200-258) dice respecto a Mt 16,18 “sobre uno edifica la Iglesia”; San Cirilo de Jerusalén (315-386) lo denomina “el sumo y príncipe de los apóstoles”; San León Magno (390-461) considera que “Pedro fue el único escogido entre todo el mundo para ser la cabeza de todos los pueblos llamados, de todos los apóstoles y de todos los padres de la Iglesia”.

Será San Siricio, 38º Papa entre los años 384 y 399 el primero que utilizará el título de Papa, del griego “padre” o “papá”, expresión testimoniada por los comediógrafos Aristófanes o Menandro, anteriores al tiempo de Cristo, aunque existe la posibilidad de que este nombre derive del anagrama Petri-Apostoli-Potestatem-Accipens, cuya traducción más aproximada sería “del apóstol Pedro tomó el poder”.

Y si para no extendernos en demasía sobre el tema hacemos un salto en el tiempo, vemos que la Iglesia contemporánea sostiene lo mismo que aquellos cristianos prominentes de los primeros siglos:

«Si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene solo deber de inspección y dirección, pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no solo en las materias que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia...sea anatema». (Concilio Vaticano I: Constitución dogmática «Pastor aeternus». Sobre la Iglesia de Cristo).

«Por lo tanto, si alguien dijere que el bienaventurado Apóstol Pedro no fue constituido por Cristo el Señor como príncipe de todos los Apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante; o que era éste sólo un primado de honor y no uno de verdadera y propia jurisdicción que recibió directa e inmediatamente de nuestro Señor Jesucristo mismo: sea anatema». (Concilio Vaticano I: Constitución dogmática «Pastor aeternus». Sobre la Iglesia de Cristo).

La cuestión del nombre

La Palabra del Señor nos muestra diferentes cambios de nombre desde el inicio mismo de la Historia de la Salvación, con un punto en común: siempre esas modificaciones representaban algo, es decir, no eran azarosas sino que respondían a un objetivo específico. Veamos…

Abram cayó rostro en tierra, y Dios le habló así: «Esta es mi alianza que voy a pactar contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. No te llamarás más Abram, sino Abrahán, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones. Yo te haré crecer sin límites, de ti saldrán naciones y reyes, de generación en generación». (Gén 17,3-6)

Dijo Dios a Abrahán: «A Saray, tu esposa, ya no la llamarás Saray, sino Sara. Yo la bendeciré y te daré de ella un hijo. La bendeciré de tal manera, que pueblos y reyes saldrán de ella». (Gén 17,15-16)

El otro, pues, le preguntó: «¿Cómo te llamas?» El respondió: «Jacob.» Y el otro le dijo: «En adelante ya no te llamarás Jacob, sino Israel, o sea Fuerza de Dios, porque has luchado con Dios y con los hombres y has salido vencedor.» (Gén 32,28-29)

En el primero de los casos, Abram pasa a ser Abraham “porque estaba destinado a ser padre de una multitud de naciones”; en el mismo capítulo vemos a Sarai “convertirse” en Sara, “porque pueblos y reyes saldrán de ella”; luego encontramos a Jacob recibiendo el nombre de Israel, “por luchar con los hombres y con Dios y haber salido vencedor”.

Lo primero que un protestante dirá es que todos los ejemplos presentados, en los cuales un nombre tiene un significado correspondiente a su misión pertenecen al Antiguo Testamento. Pues presento entonces un ejemplo bastante conocido del Nuevo:

Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». (Mt 1,21)

¡Es decir que hasta el nombre de Jesús no responde a una cuestión aleatoria sino a una misión, en este caso salvar al pueblo de sus pecados!

Contemplemos qué ocurre con San Pedro:

Y se lo presentó a Jesús. Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás Kefas» (que quiere decir Piedra). (Jn 1,42)

Cuando Andrés lleva a Pedro ante Cristo, el Señor le dice que su nuevo nombre será Cefas, cuyo significado es “piedra”. Cefas es una traducción de la palabra aramea kephas, que fue traducida al griego como petros. Hay otro aspecto importante en este versículo: Jesús habla en tiempo futuro (“te llamarás Kefas”), porque Pedro no sería la Piedra hasta que realizara la confesión narrada en el capítulo 16 de Mateo.

¿La autoridad del Papa “anula” a Dios?

Esto es lo que sostienen muchos protestantes: que el rol del Papa sería una especie de sustitución de la potestad única que corresponde al Creador. La Palabra del Señor nos va a mostrar el caso de Moisés, quien recibe una vara de parte de Dios para ejercer su misión de liberar de la esclavitud en Egipto al pueblo de Israel. Esa autoridad recibida no condujo a los israelitas a ningún dilema donde se planteara que obedecer a Moisés era desobedecer a Dios, o a suponer que este representaba un reemplazo para el Señor.

Moisés respondió a Yavé: «No me van a creer, ni querrán escucharme, sino que dirán: ¡Cómo que se te ha aparecido Yavé!» Entonces Yavé le dijo: «¿Qué es lo que tienes en la mano?» «Un bastón», le respondió él. Dijo Yavé: «Tíralo al suelo.» Lo tiró al suelo, y se convirtió en una serpiente: Moisés dio un salto atrás. Yavé entonces le dijo: «¡Tómala por la cola con tu mano!» Moisés la agarró, y volvió a ser un bastón en su mano. «Con esto -le dijo Yavé- podrán creer que se te ha aparecido el Dios de sus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y de Jacob.» (Ex 4,1-5)

Dios reafirmará más adelante ese respaldo enviando a Moisés a hablar con Faraón. La vara que el Señor dio a Moisés es símbolo de autoridad para cumplir con el encargo divino. El Nuevo Diccionario de Biblia de Editorial Unilit, de raíces protestantes, expresa sobre el término “vara”: «Aparentemente los líderes de las tribus israelitas iban delante de ellas portando una vara, que vino a ser símbolo de autoridad.»

Esto es similar a la autoridad que en el Nuevo Testamento Cristo concede a Pedro para guiar y pastorear a las ovejas de su rebaño.

¿Quién era Pedro?

Distintas escenas bíblicas nos permitirán acercarnos más a la figura histórica de Pedro, y nos ayudarán a entender la magnitud del apóstol dentro de la primitiva comunidad. Es mencionado frecuentemente a lo largo del Nuevo Testamento, un total de 182 veces, no solo en los evangelios, también en Hechos y en las epístolas de San Pablo.

Podemos constatar su lugar de primacía ya en el listado de los apóstoles:

Estos son los nombres de los doce apóstoles: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan (…) (Mt 10,2)

El mismo orden aparece en Mc 3,16; Lc 6,14 y He 1,13; los cuales no transcribo para evitar volver redundante la cuestión. También encontramos a Pedro como el portavoz de sus compañeros:

Entonces Pedro se acercó con esta pregunta: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No te digo siete, sino setenta y siete veces.» (Mt 18,21-22)

Entonces Pedro le dijo: «Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte.» (Mc 10,28)

También es interrogado por los que cobraban impuestos para el Templo:

Al volver a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobran el impuesto para el Templo. Le preguntaron: «El maestro de ustedes, ¿no paga el impuesto?» (Mt 17,24)

Pedro, junto a Santiago y Juan son los tres discípulos a los que los evangelios muestran con mayor cercanía al Señor, estando presentes en la resurrección de la hija de Jairo y en la Transfiguración en el monte Tabor:

Pero no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. (Mc 5,37)

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. (Mc 9,2-3)

Continuando con el repaso, observemos quiénes son los encargados de la “organización” de la Última Cena:

Llegó el día de la fiesta de los Panes sin Levadura, en que se debía sacrificar el cordero de Pascua. Jesús, por su parte, envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: «Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la Cena de Pascua.» (Lc 22,7-8)

No será difícil entender por qué San Pablo menciona a los tres más cercanos a Cristo como columnas/pilares de la Iglesia:

Santiago, Cefas y Juan reconocieron la gracia que Dios me ha concedido. Estos hombres, que son considerados pilares de la Iglesia, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión: Nosotros nos dirigiríamos a los paganos y ellos a los judíos. (Gál 2,9)

Antes de analizar el pasaje de Mateo 16, se hace necesario destacar que además del oficio de Maestro Cristo también otorga a Pedro la función de Pastor en el final del Evangelio de San Juan:

Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.» Le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Cuida de mis ovejas.» Insistió Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.» (Jn 21,15-17)

El Señor pregunta tres veces a Pedro si le ama y ante la respuesta afirmativa le ordena cuidar/apacentar sus ovejas. Triple interrogación y triple consentimiento de vocación de servicio. ¿Qué mayor confirmación que esta para darle el encargo de Pastor universal de almas? La figura de Pedro asume entonces esta responsabilidad, de Pastor, que es una figura imposible de no asociar con el Señor:

Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. (Jn 10,11)

Esta misión para Pedro se inscribe tanto en la línea de cuidado como de guía, cuya raíz es el amor renovado de Pedro sobre Jesús, pues el rebaño no es de Pedro, sino de Jesús. Ningún católico cree que Pedro es el “dueño” del rebaño, sino un administrador en el orden temporal cuyo cometido no responde a ningún tipo de privilegio pero sí al servicio.

La escena de la triple pregunta de Cristo es vista generalmente como una rehabilitación del apóstol, el cual, en contraste con las negaciones, responde afirmativamente a la interrogación sobre su amor y fidelidad, que van a tener su concreción definitiva en la entrega total de Pedro, que va a llegar hasta su muerte, que se insinúa en los versículos 18 y 19:

En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras.» Jesús lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios. Y añadió: «Sígueme.». (Jn 21,18-19)

Pedro, pastor y misionero, será testigo y mártir por amor a Cristo, y modelo para las generaciones venideras del seguimiento que el Señor espera de los suyos. Ese ministerio tiene un sostén inigualable, porque es el propio Cristo quien ora por Pedro:

¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos a ustedes como trigo que se limpia; pero yo he rogado por ti para que tu fe no se venga abajo. Y tú, cuando hayas vuelto, tendrás que fortalecer a tus hermanos.» (Lc 22,31-32)

Cristo es el Buen Pastor que confiere su poder de consagrar, enseñar, perdonar y dar testimonio.

El pasaje de la polémica

Jesús se fue a la región de Cesarea de Filipo. Estando allí, preguntó a sus discípulos: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo? ¿Quién es el Hijo del Hombre?» Respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros que eres Elías, o bien Jeremías o alguno de los profetas.» Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.» Jesús le replicó: «Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.» (Mt 16,13-19)

De este fragmento de Mateo, lo más discutido - y seguramente, lo más debatido de la Biblia en general - es la frase “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Para cualquier católico esa piedra sobre la que se funda la Iglesia de Cristo es Pedro. En ámbitos protestantes, por el contrario, es frecuente escuchar como si de un dogma se tratara de que esa frase de Cristo fue dirigida… ¡Al propio Cristo! 

Sí, sé que es bastante traído de los pelos, e incluso lleva a dudar de la comprensión lectora de quien sostiene esto, porque lo que muchos protestantes alegan es que Cristo al decir “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” se señaló a sí mismo - ya sea física o simbólicamente - y es por eso que la piedra en cuestión sería Él y no Pedro. Lo particular de esto es que Mateo no ofrece ningún detalle que conduzca a poder tomar mínimamente en serio este planteo protestante. Es por eso que quiero aportar al debate apreciaciones que intentaré se revistan de más seriedad que la expuesta.

Otro argumento, que se basa en fundamentar que la piedra/roca es la confesión de Pedro - y no el apóstol mismo - como sostienen desde algunas vertientes del protestantismo - queda tambaleando cuando, Biblia mediante, comprobamos que el de Pedro está lejos de ser el primer reconocimiento de la divinidad de Cristo y de su misión. Tomo algunos ejemplos puntuales:

Natanael exclamó: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» (Jn 1,49)

Encontramos una respuesta similar y colectiva de los discípulos:

Subieron a la barca y cesó el viento, y los que estaban en la barca se postraron ante él, diciendo: « ¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios! (Mt 14,32-33)

Incluso, si vamos tan solo unos capítulos más atrás en Mateo, encontraremos al propio Pedro reconociendo y confesando dos veces a Jesús como el Señor:

Pedro contestó: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti caminando sobre el agua.» Jesús le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús. Pero el viento seguía muy fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,28-30)

Cuando Cristo habla de “esta piedra”, del griego petra, se está refiriendo indudablemente a San Pedro, no al propio Cristo, y mucho menos a su confesión de fe (¿O acaso el Señor, en lugar de “y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” no hubiera dicho “y sobre esta confesión edificaré mi Iglesia”?). Cristo aparece aquí como el arquitecto que construye (“edificaré”) y no como el cimiento (en tal caso podría decir “sobre la piedra que soy yo será edificada la Iglesia”).

Bastará recurrir a la palabra del propio Pedro para ver que la Iglesia no se construye sobre confesiones, sino sobre confesores, es decir, personas de carne y hueso:

También ustedes, como piedras vivas, edifíquense y pasen a ser un Templo espiritual, una comunidad santa de sacerdotes que ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Cristo Jesús. (1 P 2,5)

Hay una sentencia bastante extendida en el ámbito de los hermanos separados, en la cual se alega que en el Antiguo Testamento la palabra “roca” solo se aplica a Dios. Pero vamos a ver que esto no es así:

Escúchenme ustedes, que anhelan la justicia y que buscan a Yavé. Vuelvan a su origen, miren la roca, la cantera de donde fueron sacados; miren a Abraham, su padre, y a Sara, que los dio a luz. Era uno solo cuando lo llamé, pero lo bendije y se multiplicó. (Is 51,1-2)

Vemos que en Isaías este término se aplica a Abraham como la base sobre la que dios funda su primera “iglesia”, el Pueblo Elegido. Resulta evidente que la roca no es una referencia a Dios, porque cuando el Señor habla sus palabras no son “mírenme a mí, la roca”, sino “miren la roca… Miren a Abraham”.

Tracemos un paralelismo: la Iglesia de Cristo está formada por hijos de Dios, pero el Pueblo Elegido del A.T. está formado por los hijos de Abraham, con quien el Padre hizo una alianza. Esto es lo que ofrece el sentido al pasaje, pues la cantera de la que los israelitas fueron extraídos es Abraham.

No quiero pasar por alto la traducción a la que los protestantes suelen aferrarse: petros=guijarro; petra=roca. Es cierto que en antiguos poemas griegos podemos encontrar ambas palabras con dicha diferencia de significado, pero no es menos cierto que esa diferencia desapareció en el siglo I, de lo que se deduce que cuando los evangelistas escribieron sus textos, ambos términos significaban lo mismo.

Los invito a analizar otros pasajes cuyo simbolismo, mediante esa babel interpretativa que es la llamada Sola Scriptura protestante, ha llevado a conclusiones erróneas:

Y bebieron la misma bebida espiritual; el agua brotaba de una roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. (1 Co 10,4)

Estas palabras no indican que cualquier roca que se mencione sea Cristo. Lo que aquí se expone es que la roca, específicamente la que golpeó Moisés y que acompañó a Israel por el desierto, era Cristo. Si alguien tiene alguna duda, lo invito a que lea el capítulo 10 desde el principio para comprobar la veracidad de mi explicación. Por eso mismo Cristo puede ser llamado fundamento, sin que esta mención impida a otras personas ser considerados como tales, aunque en otro sentido:

Pues nadie puede poner otro fundamento que el ya puesto, Jesucristo. (1 Co 3,11)

Por eso, vamos a ver que el propio San Pablo, en otra de sus cartas, afirma que los apóstoles son el fundamento de la Iglesia, de lo cual quedará en cada uno considerar si el apóstol era alguien contradictorio que decía una cosa en una epístola, y modificaba su planteamiento en otra, o simplemente un símbolo no debe quedar “maniatado” por una sola acepción, sino que admite otras posibilidades:

Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular. (Ef 2,20)

En cuanto a la expresión “dar las llaves”, equivale a otorgar el poder supremo sobre la Iglesia, a la que en numerosas oportunidades Cristo compara con el “Reino de los Cielos”. ¿O alguien puede negar, por citar un solo ejemplo, que el grano de mostaza que representa el crecimiento del Reino de los Cielos (Mt 13,31-32) se refiere a la expansión de la Iglesia de Cristo?

La entrega de las llaves trae aparejada una promesa: lo que Pedro haga en la tierra, en virtud de este poder recibido, será confirmado en el Cielo. Valga para lo expuesto una comparación: en la antigüedad, las ciudades estaban protegidas por murallas, y era la entrega de llaves las que daban acceso a las mismas, lo que equivalía a dar poder (autoridad) sobre la ciudad.

En lo concerniente a la Iglesia, se trata de la potestad administrativa y la disciplina eclesiástica en todo lo relacionado a los requerimientos de la fe. Tomemos como parangón un texto clave del Antiguo Testamento:

«Te destituiré de tu puesto y te quitaré tu cargo; Aquel día llamaré a mi servidor, a Eliaquim, hijo de Helcías. Le pasaré tu traje, le colocaré tu cinturón, y le confiaré tu cargo, y será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la familia de Judá. Pondré en sus manos la llave de la Casa de David; cuando él abra, nadie podrá cerrar, y cuando cierre, nadie podrá abrir». (Is 22,19-22)

Lo primero que un protestante responde ante este pasaje es que esa profecía habla de Eliaquim, y no de Pedro, lo que resulta indiscutible. Lo que en realidad hace Cristo es valerse de una figura ampliamente conocida en la cultura hebrea, expresión a la que Mateo da énfasis al dirigirse a cristianos provenientes del ámbito judío. El mayordomo, portador de las llaves del reino, era un ministro que estaba al servicio del rey, poseía la máxima autoridad, lo que hacía que este servidor estuviera solo subordinado al rey. Entendiendo esto, el mensaje de Jesús con el simbolismo de las llaves se vuelve más claro.

Para cerrar este círculo, los invito a ver quién tiene esa llave en el Cielo:

Escribe al ángel de la Iglesia de Filadelfia: Así habla el Santo, el Verdadero, el que guarda la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar, y si cierra, nadie puede abrir. (Ap 3,7)

Con esto resulta más que evidente por qué lo que Pedro ate en la tierra será atado en el Cielo, y viceversa. De estos poderes emana las absoluciones o excomuniones, imponer penitencias, los poderes legislativos. El Papa no se da el poder a sí mismo, como el pastor que se autonombra como tal y sale a predicar o arma su propio “templo” en el garaje de su casa, sino que es el propio Cristo quien le otorga esta potestad.

Los verbos atar y desatar obedecen a términos rabínicos concretos, que en resumidas cuentas significan prohibir o permitir con referencia a la interpretación de la ley; y en segundo lugar, absolver/condenar/vetar. Tanto Pedro como sus sucesores han recibido la autoridad para determinar las reglas para la doctrina y la vida, guiados por el Espíritu Santo, que conduce a la verdad total:

Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. (Jn 16,13)

Es verdad que en no pocas ocasiones la historia ha evidenciado carencias en cuanto a las virtudes que se esperan del ejercicio del primado, pero esto es más evidente de lo que podría pensarse a simple vista: la Iglesia militante está constituida por seres humanos expuestos al pecado, que los vuelve tan falibles como cualquiera. ¿Acaso no debemos ver en la figura de Judas la advertencia de que siempre habrá quien no cumpla con la misión que el Señor le ha encomendado?

Pero sería injusto detenernos solo en las falencias de ciertos hombres, sin mirar cómo la asistencia divina ha alumbrado numerosos Papas que han sido ejemplo de santidad para toda la humanidad, ofreciendo el testimonio de un auténtico don de Dios que redunda en una sólida garantía de unidad y cohesión, como el rutilante signo de Dios Padre caminando al lado de la humanidad que peregrina hacia su encuentro.

Pedro después de la Ascensión

¿Dónde encontramos al apóstol luego del paso de Cristo por este mundo? A la cabeza de los apóstoles, tomando la iniciativa de elegir a alguien para tomar el lugar de Judas; también es quien realiza el primer milagro: un mendigo le pide limosna, Pedro le indica que no tiene dinero, pero en el nombre de Jesús le ordena levantarse y andar. El mendigo, curado del mal que lo aquejaba, hizo lo que le mandó Pedro.

Según una antiquísima tradición, Pedro fue siete años obispo de Antioquía; posteriormente, al ser liberado de la cárcel en Jerusalén (año 42) se dirigió a la capital del Imperio Romano, poniéndose al frente de aquella comunidad cristiana.

Tanto Eusebio como San Jerónimo postulan que pasó allí veinticinco años, pero estos no fueron continuos, pues Pedro estuvo en la Ciudad Santa nuevamente por el año 49 o 50. Debemos asumir que Roma era su sede principal, pero los apóstoles eran considerados en aquel tiempo como patrimonio de toda la Iglesia.

Vamos a ver cómo la Palabra del Señor demuestra que San Pedro estaba en Roma:

Los saluda la comunidad que Dios ha congregado en Babilonia; también los saluda mi hijo Marcos. (1 P 5,13)

Esa comunidad congregada en Babilonia en realidad se refiere a Roma, que era llamada de esa forma por dos grandes razones: la extensión de su imperio, que en tamaño solo se podía comparar con sus vicios e idolatría. Agrego algo más, aunque no venga al caso en relación al artículo, como factor preventivo ante la lectura literal que alguien pueda hacer: Marcos, el “hijo” es ni más ni menos que San Marcos Evangelista, discípulo e intérprete de San Pedro.

En su carta a los corintios, San Clemente Romano, fallecido a fines del siglo primero, data su muerte en la época de las persecuciones de Nerón, que va desde el 64 (año del mítico incendio de Roma, del que el emperador culpa a los cristianos, dando inicio a los ataques) hasta el 68 (año de la muerte de Nerón).

Durante el siglo II los testimonios que confirman el martirio de San Pedro y San Pablo se multiplican: Clemente de Alejandría; Dionisio, obispo de Corinto; San Ignacio de Antioquía; Papías; Tertuliano; y el llamado canon muratoriano.

En su Comentario al libro del Génesis III, Orígenes (184-253), citado por el historiador Eusebio de Cesarea, señala que Pedro pidió ser crucificado cabeza abajo al no considerarse digno de padecer la muerte de la misma manera que Jesús. Esto se ve avalado por San Jerónimo (374-420) en su obra Vidas de hombres ilustres. Flavio Josefo detalla al respecto que era común entre los soldados crucificar criminales en posiciones diversas.

Pedro de Alejandría, quien fuera obispo de esa ciudad, fallecido en los inicios del siglo IV, escribió un tratado que, bajo el título de Penitencia, expone en una parte del mismo:

«Pedro, el primero de los apóstoles, habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue finalmente crucificado en Roma».

Treinta años después de que el apóstol fuera martirizado, el entonces Papa San Anacleto construyó un oratorio que servía de lugar de reunión para los fieles.

El propio Pedro será quien ofrezca detalles indicando que después de su muerte sus funciones serán realizadas por otras personas, que su legado permanecerá para que las enseñanzas recibidas del Señor no queden en el olvido.

Me parece bueno avivar su memoria mientras esté en la presente morada, sabiendo que pronto será desarmada esta tienda mía, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Por eso procuro hacer todo lo necesario para que, después de mi partida, recuerden constantemente estas cosas. (2 P 1,15)

Pedro implícitamente nos está indicando que habrá sucesores para que su trabajo no sea en vano. Después de leer esto, un protestante expondrá que está hablando de la Biblia, que eso es “todo lo necesario” para “recordar constantemente estas cosas”. ¿Cómo sabemos nosotros que no es así, que no se refiere solamente a la Biblia?

Por el hecho de que en el mismo capítulo 1 de esta carta, apenas unos versículos después (2 P 1,20) San Pedro se muestra en contra de la interpretación privada de la Escritura, y que en el capítulo 3, más precisamente en el versículo 16, se muestra crítico con los “ignorantes y poco firmes en la fe que tuercen las Escrituras para su propio daño”.

Sería muy trillado entonces plantear que Pedro, tras críticas de este tipo, considere una buena decisión dejar la Biblia para que cada quien se arregle como pueda, a sabiendas de que algunas personas o grupos las torcerán para su propia perdición. Lo referente a la sucesión apostólica quedará para ser tratado en mayor detalle en otro artículo, pero considero, para ir concluyendo, que en las presentes líneas he ofrecido un aporte bastante completo y fundamentado de por qué los católicos afirmamos sin titubeos que San Pedro es el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo.

Mariano Torrent