Apariciones marianas: una Madre que no se olvida de sus hijos

El presente es un artículo dedicado a hablar sobre las advocaciones marianas. Como puede haber lectores no católicos - o incluso creyentes que no terminen de comprender algunas cuestiones referentes al tema -empezaré con una breve introducción.

Advocación es el nombre que se da una imagen, figura, lugar o recuerdo con el que se suele nombrar a María, dependiendo del lugar de aparición o de las circunstancias. Que el católico nombre de distinta manera a María no tiene nada de extraño ni cuestionable. La Palabra del Señor presenta diversos modos de referirse a Jesús, y eso no quiere decir que haya varios, sino que sigue siendo uno solo:

Al día siguiente Juan vio a Jesús que venía a su encuentro, y exclamó: «Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo». (Jn 1,29)

Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. (Jn 10,11)

Escribe al ángel de la Iglesia de Esmirna: Así habla el Primero y el Último, el que estuvo muerto y volvió a la vida. (Ap 2,8)

En el manto y en el muslo lleva escrito este título: «Rey de reyes y Señor de señores (Ap 19,16)

Todas estas son formas de referirse a Cristo y no por eso lo fragmentamos o multiplicamos al referirnos a Él con estos nombres.

Más allá de esta ilustración y volviendo a María, solo en el siglo XX se cuentan casi 500 manifestaciones en 100 partes distintas, aunque el fenómeno de estas apariciones ocurre desde épocas muy antiguas. En muchos casos han dado la pauta para construir santuarios dedicados a la Virgen, como por ejemplo Guadalupe (México) o Lourdes (Francia).

El primer caso del que se tiene constancia le ocurrió a San Gregorio Taumaturgo (213-270), obispo de Neocesarea (Asia Menor), y uno de los llamados Padres de la Iglesia. Se cuenta que la Virgen se habría presentado para instruirlo y enseñarle algunos misterios de la fe que él desconocía.

El Papa San Gregorio Magno (540-604) cuenta que la Madre del Redentor se apareció de noche a una niña para anunciarle su próxima muerte. También tenemos testimonios de experiencias de manifestaciones de María a San Martín de Tours (siglo IV) y a San Ildefonso en el siglo VI.

Quizá el caso más llamativo de la época es el que tiene como protagonista a San Juan Damasceno (675-749), a quien María se apareció para devolverle la mano derecha, que había sido cortada por el gobernador de Damasco.

Debemos ser conscientes que este tipo de manifestaciones, aunque no añaden nada a la Revelación, son un signo claro de la presencia y el accionar de Dios en el mundo. Es verdad a su vez que no se trata de dogmas de fe, por lo que no estamos obligados a creer en ellas. Pero no debemos perder de vista que la Iglesia, tras un proceso muy largo de recabar información, discernir y verificar la credibilidad de los distintos testimonios, ha reconocido como dignas de fe algunas apariciones, no tratándose de fe divina, como la Revelación, que es la comunicación de Dios con el hombre, pero sí de fe humana.

La Iglesia distingue dos tipos de Revelación: la que está contenida en la Biblia,  cuyo intérprete es el Magisterio. Esa Revelación ya está completa. El Catecismo de nuestra Iglesia explica en breves líneas el por qué de esta comunicación del Señor:

Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas. (CIC 52).

Existe a su vez un segundo grupo, que son las llamadas “revelaciones privadas”. Esto es posible porque Dios continúa manifestándose de modos diversos, incluyendo formas que pueden ser vistas y oídas por los sentidos humanos.

¿Qué sabemos de las apariciones?

Hay bastante unanimidad en la descripción de los videntes, que se refieren a María como una mujer hermosísima de no más de veinte años, rostro maternal y puro, facciones perfectamente delineadas; a veces sonriente, pero en ocasiones con mirada triste. La definen luminosa y radiante, pudiéndola mirar a la cara sin que por ello la vista resulte dañada.

Es decir que las características físicas (estatura, apariencia, forma de hablar) pueden variar en las distintas visitas de nuestra Madre, llegando incluso a tomar los rasgos propios de la región donde se manifiesta, como por ejemplo, en México, donde se mostró como una princesa azteca.

Veremos que esas modificaciones también atañen al vestuario: en Guadalupe, primera aparición reconocida de forma oficial por la Iglesia, apareció con una túnica rosada con un manto azul verdoso; en Fátima fue vista con un traje blanco sujeto por un cordón dorado y un manto bordado en oro; en el convento de las hijas de la caridad en París apareció toda de blanco; en Lourdes también de blanco, pero con una cinta azul en la cintura. María, al tener un cuerpo glorioso, busca a sus hijos adaptándose al lenguaje y a la cultura de los videntes.

No faltan los enemigos de la fe que aseguran que estas apariciones son en realidad un engaño del demonio. La forma más sencilla de desmentir esto es primeramente tener presente que según vemos en el capítulo 12 de Apocalipsis María tiene la misión de anunciar la segunda venida de Cristo.

Cuando una persona se documenta respecto a las apariciones comprueba que el mensaje que la Virgen trae para el mundo no es propio ni disruptivo en relación al Evangelio, sino que se basa en el arrepentimiento, la conversión y el urgente retorno a la Palabra de Dios, a las Escrituras.

Es impensado que el demonio, padre de la mentira, cuyo fin es desviar a las almas humanas de nuestra meta, que es el Cielo, predique la conversión al Bien y al Amor que Cristo representa. Basta ver los frutos de conversión y paz que redundan en la inmensa alegría de los que asisten a las peregrinaciones y santuarios marianos para desmentir totalmente que tales eventos lleven la firma del maligno.

Compartamos un pasaje de la Escritura donde comprobaremos que atribuir al demonio las obras de Dios es un pecado contra el Espíritu Santo, acción que no merece perdón:

Algunos le trajeron un endemoniado que era ciego y mudo. Jesús lo sanó, de modo que pudo ver y hablar. Ante esto, toda la gente quedó asombrada y preguntaban: «¿No será éste el hijo de David?» Lo oyeron los fariseos y respondieron: «¡Este expulsa los demonios por obra de Beelzebú, príncipe de los demonios!» Jesús sabía lo que estaban pensando, y les dijo: «Todo reino que se divide, corre a la ruina; no hay ciudad o familia que pueda durar con luchas internas. Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido; ¿cómo podrá mantenerse su reino? Y si Beelzebú me ayuda a echar los demonios, ¿quién ayuda a la gente de ustedes cuando los echan? Ellos mismos les darán la respuesta. Pero si el Espíritu de Dios es el que me permite echar a los demonios, entiendan que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. ¿Quién entrará en la casa del Fuerte y le robará sus cosas, sino el que pueda amarrar al Fuerte? Sólo entonces le saqueará la casa. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Por eso yo les digo: Se perdonará a los hombres cualquier pecado y cualquier insulto contra Dios. Pero calumniar al Espíritu Santo es cosa que no tendrá perdón. Al que calumnie al Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que calumnie al Espíritu Santo, no se le perdonará, ni en este mundo, ni en el otro. (Mt 12,22-32)

La calumnia contra el Espíritu Santo consiste en pervertir la propia conciencia y la de los demás atribuyendo a la autoría del maligno las obras buenas que son propias de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

¿Qué decir sobre Medjugorje?

Medjugorje se ha convertido en un centro de atención a nivel internacional desde que en 1981 la Virgen María habría aparecido a seis jóvenes de entre 10 y 16 años. Si bien la Iglesia ha autorizado las visitas y peregrinaciones al santuario de dicha ciudad de Bosnia-Herzegovina, aún no se ha pronunciado de forma oficial respecto a la veracidad de las apariciones.

En enero de 2014, una comisión del Vaticano dio por finalizada una investigación que llevó cerca de cuatro años respecto a aspectos doctrinales y disciplinarios de estas supuestas apariciones. Este grupo de trabajo presentó un documento con sus conclusiones a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Cuando este dicasterio finalice el estudio de los hallazgos de la comisión, enviará un documento al Papa, quien tomará una decisión final sobre el tema.

Que no haya una declaración formal no impidió al Papa Francisco referirse a esta cuestión. En mayo de 2017 señaló que el informe de la comisión, presidida por el Cardenal Camillo Ruini era “muy bueno”, aunque deslizó una diferencia entre las primeras apariciones, cuando los supuestos videntes “eran chicos”, asegurando que “se debe continuar investigando”. Respecto a las presuntas apariciones actuales, aseveró que «el informe tiene sus dudas. Yo personalmente soy más malo. Yo prefiero a la Virgen Madre, nuestra Madre y no la Virgen Jefe de Oficina telegráfica, que todos los días envía un mensaje a tal hora… Esta no es la Madre de Jesús».

Sobre este tema concreto diré simplemente que la Iglesia suele tomarse su tiempo para analizar cualquier posible aparición. Incluso ha aprobado muy pocas porque sigue un proceso de investigación muy riguroso. ¿Cómo puede validarse que ha ocurrido en estos casos un milagro espiritual? De esta manera:

Ustedes los reconocerán por sus frutos. ¿Cosecharían ustedes uvas de los espinos o higos de los cardos? (Mt 7,16)

La mayoría de las apariciones han sido seguidas por incontables sanaciones milagrosas, cuya explicación más lógica es que ocurren por el poder de Cristo a través de la intercesión de María. Como parte final de este artículo, voy a referirme a uno de los casos paradigmáticos en cuanto a los cambios que produjo la visita de María.

Guadalupe

La aparición de la Virgen de Guadalupe se remonta a la época de la llegada de los españoles a suelo mexicano: En 1519 Hernán Cortés llega a la costa de lo que hoy es este país de América del Norte, y tan solo doce años después la Reina del Cielo se manifiesta al recién convertido indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin (“El águila que habla”) en el cerro del Tepeyac desde el 9 al 12 de diciembre.

Antes de profundizar en otros aspectos, quiero hablar de los frutos: esta aparición provocó la conversión de nueve millones de mayas, que hasta ese momento realizaban sacrificios humanos en el altar de sus dioses, incluso de bebés.

La sangre era entendida como una fuente de nutrición para sus deidades, por lo que el sacrificio de una criatura viviente era la ofrenda más preciada. Después de la visita de María, ellos convirtieron sus vidas a Cristo y dejaron atrás estas prácticas bárbaras.

Hay un aspecto pedagógico en estas apariciones: había en aquellas tierras un culto particular destinado al “dios-serpiente”, con sus correspondientes sacrificios. Era en el propio cerro Tepeyac, donde María se presenta a Juan Diego, donde se daba culto a Tonantzín, la madre del dios-serpiente. La Virgen escoge puntualmente este lugar para sustituir un culto idolátrico que costaba vidas humanas sin sentido para convertir esos corazones al culto legítimo de la Madre del Dios verdadero.

En cuanto al nombre, Guadalupe es una españolización del término azteca «Tequatlasupe», que significa «la que aplasta la serpiente», que es el nombre que la Virgen se dio a sí misma. Esta palabra era muy difícil de pronunciar para los españoles, y a aquellos extremeños les sonaba a Guadalupe, su imagen venerada en suelo español desde el siglo XIV.

La intercesión de María motivó importantes milagros a favor de este pueblo, destacándose el haber liberado a los aborígenes de la brutal epidemia que azotó al país en el año 1544, que costó la vida a alrededor de cien indígenas por día. Los Padres Franciscanos, pidiendo la protección de la Virgen, organizaron una procesión de niños que marchó desde Tlaltelolco a Tepeyac, y al día siguiente de este acto de fe la cifra de muertos se redujo a tres y pronto la epidemia cesó por completo.

Un enigma llamado Juan Diego

Hay muchos historiadores que niegan la existencia histórica del aborigen Juan Diego, seguramente en muchos de esos casos por no encontrarse satisfechos con la evidencia, pero no son pocos los que por otro lado pretenden de esta manera desacreditar la fe católica.

Este indígena perteneciente a la etnia chichimeca, fue beatificado en 1990 y canonizado doce años después. Era natural y vecino de Cuautitlán, de condición humilde, edad madura, sin ninguna instrucción, viudo de María Lucía, definido además como piadoso y de muy buenas costumbres.

Con motivo del proceso de canonización del beato indio, la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, decidió en 1998 la creación de una Comisión histórica para analizar los fundamentos que confirmen que, contrariamente a lo que algunos parecían sugerir, no se iba a canonizar un “fantasma”.

Entre los documentos presentados por esta comisión se destacan «El Nican Mopohua» y el llamado Códice «Escalada».

«El Nican Mopohua», del escritor indio Antonio Valeriano, de raza tecpaneca pura, es un documento que goza del privilegio de que su autor fue un testigo, pues vivió entre 1520 y 1606. Valeriano no era un improvisado, sino que se trata de uno de los primeros indios en hablar latín y gobernador de Azcapotzalco durante 35 años. Este manuscrito es sumamente relevante teniendo en cuenta que relata las apariciones de Nuestra Madre, que Valeriano escuchó de boca del propio Juan Diego.

En cuanto al Códice «Escalada», firmado por el mencionado Antonio Valeriano y el español fray Bernardino de Sahagún, es un testimonio directo de la historicidad de Juan Diego porque, además de imágenes de la Virgen y de Juan Diego, contiene una especie de «acta de defunción» de este último.

La otra cuestión que muchos suelen exponer intentando derribar lo que consideran un “mito” está centrado en la falta de documentos históricos relativos a los veinte años posteriores a las apariciones, aseverando que esta laguna documental es prueba de que son falsas.

Lo que parece obviarse en estos casos es que muchas fuentes indígenas fueron destruidas en aquel momento, además de otros sucesos históricos como incendios o la denominada «crisis del papel» que obligó a la Nueva España a la reutilización del papel usado, por lo que muchos textos terminaron perdiéndose por este motivo.

A modo de conclusión

Hay muchísimo más para decir de este tema de tanta actualidad en la vida de la Iglesia. María no deja de demostrar que es una Madre que se preocupa por sus hijos, no los deja solos y continúa llevándolos a Jesús como hace dos mil años. Ríe y llora con cada uno de nosotros, pero jamás nos abandona.

Humilde recomendación para los creyentes: utilicemos el intelecto, siempre iluminado por la fe, para saber discernir, guiados por el Magisterio de la Iglesia, cuáles son las apariciones genuinas y en qué casos no presentan atisbos de veracidad.

En cuanto a quienes pertenecen a algún otro credo, invitarlos a documentarse en estos temas para que comprueben por sí mismos la solidez de los signos claros y concretos que Dios ha obrado a través de la presencia de María en tantos pueblos diversos en estos siglos.

María, Madre del Redentor y Reina de la Paz, ruega por nosotros.

Mariano Torrent