Jesús: ¿Religión o relación?

En la era de las redes sociales y las comunidades virtuales es frecuente encontrar alguna imagen subida por un protestante, a modo de declaración de principios y con alguna cita bíblica incluida, cuyo postulado básico sería algo del estilo: “la religión no va a salvarte”, “Jesús no es de ninguna religión”, o simplemente, “Jesús no es religión, es relación”.

Lo lógico es comenzar definiendo qué entendemos por religión. En la era del click y de los buscadores digitales al alcance de la mano es casi redundante presentar significados cuando cualquier lector puede encontrarlos en cuestión de segundos. Tomaré para el caso la definición del célebre sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917): «Un sistema solidario de creencias y prácticas relativas a cosas sagradas».

Estimo que ningún protestante podría negar ante una enunciación como la expuesta que definitivamente pertenece a una religión. Incluso si esta definición no fuera de su agrado podría seguir buscando otras que básicamente plantearían los mismos puntos en común: conjunto de creencias, existencia de un culto de adoración a la deidad (o deidades si se trata de un sistema politeísta), normas morales y también rituales (Bautismo, Cena del Señor, etc.) en los que se incluyen objetos sagrados (agua para el Bautismo, Biblia, diversos símbolos, etc.).

Al hablar de religión, debemos distinguir entre la natural y la positiva. En el primero de los casos tenemos a todas aquellas expresiones de fe que han buscado a Dios o una espiritualidad que trasciende lo mundano, y en su búsqueda hicieron un dios o dioses a su modo. Una religión positiva denota una intervención de Dios en el transcurso de la historia humana.

Que una religión sostenga que el propio Dios la instituyó no siempre puede sostenerse con pruebas razonables: en muchos casos son religiones que no se amparan en hechos históricos verificables, o que pueden confirman sus aseveraciones por medio de hallazgos arqueológicos o antropológicos, lo que termina dando la pauta que se basan en realidad en leyendas de origen difuso.

Voy a apuntar dos cuestiones que deberían ser obvias para todo el mundo, pero parece no ser necesariamente así: por un lado, que los únicos que no pertenecen a una religión son los ateos o los agnósticos. En el caso del cristianismo, no solo es considerado una religión - en cada rincón del planeta que se le pregunte a alguien qué es el cristianismo, dirá que es una religión - sino que es, basta para ello mirar las estadísticas, la más extendida del mundo en cantidad de fieles.

Autodefinirse como cristiano y decir a su vez que esa creencia no es una religión es una forma tácita de reconocer que quien propone dicha afirmación vive, por elección propia, en un universo paralelo donde pretende adjudicar a las palabras el significado que él desea, lo que invariablemente lo llevará a caminar dando la espalda al mundo en materia no solo semántica, sino fundamentalmente en el campo de la fe.

Estamos aquí ante una de las formas más básicas de relativismo. Es como si yo dijera que Argentina está en Oceanía. Pues el país no va a cambiarse mágicamente de continente por el capricho mío. Si alguien asevera ser cristiano, el cristianismo es su religión lo disfrace como lo disfrace, le guste o no esta palabra.

El concepto de religión no va a modificarse en las mentes y los diccionarios porque existan personas que sientan (porque evidentemente aquí el problema está en sentir, porque razonando otra sería la historia) que lo suyo va por otro lado.

Jesús, ¿Era alguien religioso?

He compartido algunos conceptos que desnudan lo inverosímil que resulta autodefinirse como cristiano y considerarse “no religioso”. Ante lo expuesto, me queda por decir que hay protestantes que al afirmar que son cristianos pero no religiosos certifican de forma irrefutable su desconocimiento de muchas prácticas y acciones de Cristo en su paso por este mundo. Dicen seguirlo, pero a su vez ignoran o pretenden ocultar que Cristo cumplió con las obligaciones de la Torá y con las tradiciones de su pueblo, por lo que sin duda era alguien religioso y ritualista. Vamos a ver que desde el principio de su vida terrena celebró todas las fiestas judías y cumplió con los ritos preceptuados:

Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, nombre que había indicado el ángel antes de que su madre quedara embarazada. (Lc 2,21)

A continuación veremos la consagración de Cristo al Señor, como mandaba la Ley para los primogénitos, la presentación en el Templo y los correspondientes sacrificios:

Asimismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, tal como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones (…) Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. (Lc 2,22-24.39)

Los invito ahora a compartir el relato de cuando Jesús entra en la sinagoga y lee los rollos de la Ley:

Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en Él. (Lc 4,16-20)

De este pasaje, tengamos en cuenta algunos detalles: cuando se lee la Torá se debe ofrecer una entonación y puntuación correcta, algo bastante diferente a cómo hoy leemos la Biblia. Aunque muchos prefieran obviarlo, esto es innegablemente una tradición religiosa. 

No solo en el caso citado vemos a Jesús en algún tipo de manifestación religiosa. Quien guste leer el cap. 7 del Evangelio de Juan verá que el Señor participa en la Fiesta de los Tabernáculos (Sukot), también llamada de las Tiendas, como todo judío sujeto a la Ley.

 

Esto no debe sorprendernos: Jesús nació, se formó y pasó su vida nutriéndose de la Tradición, las prácticas y los rituales propios del judaísmo del Antiguo Testamento, la religión vigente en esa época, que había sido establecida por el propio Dios. Esa herencia espiritual y cultural contribuyó a su crecimiento y fortalecimiento en gracia y sabiduría, como leemos en Lc 2,52.

¿Qué hay de San Pablo, podrá preguntar alguien? Podemos comprobar que incluso habiéndose convertido del judaísmo al cristianismo, siempre mostró respeto por la religión:

Mientras ellos, dejando Perge, llegaban a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si ustedes tienen alguna palabra de aliento para los presentes, hablen.» (He 13,14-15)

Tengamos en cuenta que el servicio de la sinagoga en el tiempo de Cristo y luego de Pablo tenía un orden propio, como cualquier rito. Primero se realizaban las oraciones de apertura, para luego compartir la lectura de la Ley, como se menciona en este pasaje y se corrobora cuando Jesús hace lo propio.

Luego venía la lectura de los profetas, tras lo cual se ofrecía a alguna persona formada la posibilidad de expresarse respecto a cuestiones relacionadas a las lecturas compartidas. En este caso, es el propio San Pablo quien recibe la invitación, y en los versículos que continúan realizará un sermón explicando la obra de Dios hasta llegar a Cristo.

Creo que por medio de San Pablo podemos abordar con mucha precisión el tema que nos ocupa, y en muy pocas palabras. Respecto a la pregunta de si el cristianismo es una religión con las características ya mencionadas, vamos a ver por qué este apóstol llegó a ser perseguido:

Solamente tenían contra él unas discusiones sobre su propia religión y sobre un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. (He 25,19)

San Pablo fue perseguido por los judíos por su “propia religión”, que consistía en afirmar lo mismo que soy sostiene cualquiera que se diga cristiano: que el Señor Jesús resucitó de entre los muertos. Pretender separar al cristianismo del concepto de religión es una falacia atroz.

De la mano de este error quiero dedicar algunas líneas a otra afirmación sumamente inexacta y peligrosa. En muchas bocas protestantes se relativiza el sentido de la congregación haciendo creer a los fieles que no importa donde se congregue la persona, siempre y cuando el objetivo sea agradar a Dios. Más allá de parecer circunscribirse al ámbito de las denominaciones cristianas, el mensaje implícito aunque silencioso no conocería de fronteras y propondría que todas las religiones son iguales.

Nadie que tenga una fe sólida puede consentir que se diga que su religión es igual a otra. Una cosa es el debido respeto a la fe de los demás, como también el reconocimiento de lo positivo que pueda existir en esa creencia como punto de partida para un valioso proceso de diálogo. Pero algo muy distinto es poner todo en el mismo mazo y empezar a barajar.

Existen expresiones religiosas que representan la más cruda antítesis de otros credos. Desde textos considerados sagrados plagados de incoherencias y que contradicen lo que es esencial en otras creencias, pasando por conductas inmorales, e incluso la exigencia de sacrificios humanos en muchas religiones a través de la historia en contraposición a la dignidad de la persona humana.

Si yo confieso que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6) no puedo por caso decir que el budismo es un camino igual de válido que el mío. Si mi convicción es que la salvación viene únicamente de Cristo, no puedo sostener que viene de Buda, Ellen G. White o Mahoma.

Todo el honor y la gloria debe ser para Dios, Creador del Cielo y la Tierra:

Vuelvan a ti, Señor y Dios nuestro, la gloria, el honor y el poder, pues tú lo mereces. Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. (Ap 4,11)

No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres ningún otro Nombre por el que debamos ser salvados. (He 4,12)

No hay otro Nombre por el que debamos ser salvados. Dios nos enseña esto porque nos ama, y quiere que nos mantengamos en el camino de la verdadera fe.

Es cierto que si comparamos las distintas religiones podremos hallar que, más allá de desavenencias lógicas en lo doctrinal, existe una cierta compatibilidad en las demandas éticas fundamentales. Estas coincidencias son en realidad muestra cabal del único Dios que se comunica con sus hijos, y esa marca permanece, a veces deficiente, otras tantas cercenada, pero dejando una huella importante como respuesta a la llamada Divina.

Las similitudes no deben confundirnos: que existan puntos en común entre algunas religiones no debe hacernos suponer que todas son igualmente buenas para relacionarnos con Dios. Estamos llamados a buscar la Verdad, a encontrar los motivos de credibilidad que distinguen a una doctrina de otra. Una vez que esa Verdad anida en el interior de la persona, es totalmente ilógico rebajarla poniéndola al nivel de otras expresiones de fe.

Como conclusión respecto a esta falsa dicotomía religión-relación (porque a esta altura el sentido común nos habrá esclarecido lo suficiente para advertir que la religión es una forma de relacionarse con el Creador) quiero advertir que parte del problema tal vez se origine por buscar relacionarse con Dios solo por medio de la Ley escrita, es decir, la Biblia sin religión.

Esto da pie a quedarse con una tradición imperfecta e incompleta, donde la persona desecha la Tradición y prescinde de la religión única, la opción que nos conduce a la plenitud del encuentro con Cristo resucitado por medio de los Sacramentos.

La plenitud de la fe y la conversión por medio de la acción del Espíritu Santo no puede encontrarse en una simple relectura constante de la Palabra, que es sin duda un elemento positivo pero a su vez fragmentario, que lleva al individuo a interpretar las Escrituras a su conveniencia para armar su “religión” vendiéndola como “relación”.

Parecería como si en la actualidad muchos que se dicen cristianos suscribieran la frase de Marx que postula a la religión como el opio de los pueblos, planteando que la religiosidad es perversa y enemiga de la persona en la búsqueda de la salvación.

Madurar en la fe nos lleva a obrar con cautela y meditar sabiendo que nos relacionamos con Dios a través de la religión dándole el culto y el honor debido como Creador de todo cuanto existe. La religión se enraíza en dos hermosas cualidades humanas: la humildad y el amor. Negar la religiosidad para el hombre implica mutilar estas virtudes en su sentido más amplio.

Es cierto que la Verdad nos hará libres. Tanto como que la humildad nos ayudará a encontrarla.

Mariano Torrent