Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan. (Mt 6,7-8)
Este es el pasaje bíblico más recurrente que desde algunos grupos protestantes utilizan para desautorizar y condenar cualquier letanía, oración, salmo responsorial y básicamente toda fórmula que se recite de memoria en la liturgia católica, catalogándola como antibíblica e hija de una contaminación pagana posterior a la era apostólica.
Si queremos encontrar el sentido auténtico de estas palabras de Jesús, será mejor no quedarnos con estos dos versículos solamente y meditar el discurso completo:
Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan. Ustedes, pues, recen así: Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo… (Mt 6,5-10)
Cuando nos dejamos de tapar un ojo y empezamos a mirar con los dos podemos ver el panorama mucho más completo. Jesús no está poniendo en tela de juicio las oraciones elaboradas de antemano, está criticando a los que viven una religiosidad externa basada en apariencias, sin sinceridad entre lo que aparentan y su forma de vivir.
Lanza una crítica a los “hipócritas” que no son, mal que les pese a muchos protestantes, los católicos que rezan el Rosario, sino aquellos que no sienten a Dios actuando en su interior porque no se lo permiten, pero hacia afuera pretenden dar una imagen de que son más religiosos que los demás.
Fruto de esta concepción deviene la recomendación de que no oren en público sino privadamente, y que no lo hagan de forma verborrágica sino desde el corazón. Podemos ver que Jesús no rechaza la repetición de palabras, sino que condena la falta de una interioridad sólida, que conduce inevitablemente a la persona a cumplir con la oración como un mero formulismo.
Esto es lo que siempre se ha sostenido en la Iglesia Católica, y aprovecharé al respecto las palabras de San Cipriano de Cartago, quien escribió lo siguiente a mediados del siglo III:
«Cuando oramos,
nuestras palabras y peticiones deben estar bajo disciplina, observando, quieta
y modestamente. Porque la característica de un hombre desvergonzado es hacer
bullicio con sus gritos».
Si repasamos el final del pasaje citado notaremos que Jesús, como parte del proceso de instrucción a los apóstoles, les enseña el Padre Nuestro, oración que sería repetida infinidad de veces por los cristianos desde los inicios mismo de la Iglesia, cuya constancia histórica puede encontrarse en la Didaché, compuesto entre los años 65 y 80 y considerado el primer catecismo escrito. En ese documento podemos comprobar que la Iglesia primitiva enseñaba esta oración a los catecúmenos.
Seguramente ante estas explicaciones, un protestante continuaría aduciendo que Cristo aconseja no rezar como los paganos, subrayando además lo extenso de esas oraciones. Lo que aquí nadie debería pasar por alto es la diferencia inconmensurable entre la oración del católico y la del pagano, pues este último reza a un “dios muerto”, pidiendo favores a una deidad inexistente cuyas necesidades nunca iban a encontrar eco. Esto es totalmente opuesto a lo que hace un católico, que le reza al Dios de la Vida.
Jesús en ningún momento propone a los suyos que oren como ordene su corazón, que sintonicen sus energías con el amor del Padre; muy por el contrario, les ofrece una fórmula para comunicarse con Dios antecedida por una indicación clara: “oren así”.
Si de ejemplos
bíblicos hablamos…
Vamos a recorrer distintos pasajes de la Escritura para ver si la afirmación protestante de que las oraciones repetitivas son opuestas al deseo del Padre tiene asidero.
Tengamos en cuenta primariamente que los Salmos son un ejemplo concreto de oraciones que insisten en las mismas expresiones, en muchos casos cada dos o tres versículos. Sirve como ejemplo el 136, un himno de acción de gracias que se canta al final de la Fiesta de la Pascua judía, donde se hace hincapié en dar gracias al Señor de un modo que, a juicio protestante, sería un ejemplo “antibíblico” dentro de la propia Biblia. Para no caer en una redundancia infértil, comparto los tres primeros versículos, que servirán de ejemplo:
¡Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor perdura para siempre! Den gracias al que es Dios de los dioses, porque su amor perdura para siempre. Den gracias al Señor de los señores, porque su amor perdura para siempre. (Sal 136,1-3)
Si alguien gusta de leer este Salmo hasta el final comprobará que en todos los versículos aparece esta misma expresión.
Como los hermanos separados siempre encuentran objeciones para presentar si compartimos una sola referencia, compartimos más ejemplos de que Dios no condena las repeticiones. Veamos cómo actúan los ángeles en el cielo delante del Trono del Señor:
Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tiene seis alas llenas de ojos alrededor y por dentro, y no cesan de repetir día y noche: Santo, santo, santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, Aquel que era, que es y que viene. (Ap 4,8)
También podemos encontrar una referencia muy similar en el libro de Isaías en el Antiguo Testamento, donde los ángeles repiten las mismas palabras de alabanza día y noche:
Por encima de él había
serafines. Cada uno de ellos tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, con
dos los pies y con las otras volaban. Y gritaban, respondiéndose el uno al
otro: «Santo, Santo, Santo es Yavé de los ejércitos, su Gloria llena la
tierra toda.» (Is 6,2-3)
Tras estos ejemplos volvamos al propio Jesús. Ahora es Él quien va a llevar a la práctica, en el huerto de Getsemaní, las supuestas “oraciones prohibidas”:
Volvió otra vez donde los discípulos y los encontró dormidos, pues se les cerraban los ojos de sueño. Los dejó, pues, y fue de nuevo a orar por tercera vez repitiendo las mismas palabras. (Mt 26,43-44)
San Pablo va a seguir este ejemplo de Jesús, con un agregado: en este pasaje vamos a ver si este tipo de oración merece una respuesta positiva delante del Señor:
Hacia la media noche Pablo y Silas estaban cantando himnos a Dios, y los demás presos los escuchaban. De repente se produjo un temblor tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel; todas las puertas se abrieron de golpe y a todos los presos se les soltaron las cadenas. Se despertó el carcelero y vio todas las puertas de la cárcel abiertas. Creyendo que los presos se habían escapado, sacó la espada para matarse, pero Pablo le gritó: «No te hagas daño, que estamos todos aquí.»" (He 16,25-28)
San Pablo estaba encarcelado y cantaba himnos, es decir, oraciones o composiciones que lógicamente no eran improvisadas por él, que habían sido compuestos por otra persona; cuyo resultado fue un temblor tan fuerte que las puertas se abrieron de golpe y las cadenas de los presos se soltaron. Entonces, la fórmula vilipendiada por los protestantes no solo no es rechazada por Dios, sino que es una oración que “abre las puertas” que muchas veces estaban cerradas.
A todo lo expuesto agreguemos que los términos orar y rezar aparecen como sinónimos en cualquier diccionario que se consulte, incluido, claro está, el de la Real Academia Española. Basta que cualquier persona ponga ahora mismo “sinónimos de rezar” en Google para comprobar lo que digo.
Desde un punto de vista lingüístico, ambas palabras tienen el mismo significado que, más allá de algunas modificaciones personales, es: «Dirigirse mentalmente o de palabra a una divinidad o a una persona sagrada, habitualmente con el objetivo de realizar una súplica».
Orar proviene del latín orāre, mientras que rezar del latín recitāre, del que también proviene la palabra recitar. En cuanto a su definición en latín, en el primero de los casos hablamos de «pronunciar una fórmula ritual, una oración, una defensa en un juicio»; el segundo se explica como «leer en voz alta y clara». Notemos entonces la proximidad de ambas expresiones en su origen.
Con el tiempo, en los países latinos y en las lenguas románicas se fue imponiendo para orare el sentido de rezar como hacer una súplica u oración de contenido religioso.
La Liturgia Católica utiliza en más de una ocasión el “oremus”, que puede traducirse de cualquiera de las dos formas (oremos o recemos), por lo ya mencionado de que se trata esencialmente de la misma acción.
No tengo mucho más para decir en esta ocasión. Considero que esta cuestión adquiere relevancia a partir de la búsqueda sistemática de algunos protestantes de encontrar (o fabricar) detalles que los diferencien de los católicos.
Ante los ejemplos aludidos, nadie con sentido común puede pretender desautorizar nuestra forma de comunicarnos con el Señor tachándola de contraria a la fe. Si un seguidor de Cristo quiere imitarlo a la hora de elevar una oración - repitiendo la súplica - nadie puede decir que esto no se debe hacer. ¿O será que en el fondo hay quienes se creen superiores al propio Cristo?
Mariano Torrent