María en la Iglesia primitiva

La lupa protestante parece estar puesta siempre en María, incluso trascendiendo el nivel de falta de respeto, aunque es justo decir que los casos donde se blasfema contra la Madre del Señor representan una minoría.

Respecto al culto dado por los católicos a la Virgen, desde otras ramas del cristianismo aducen distintas posibilidades: que el emperador romano Constantino introdujo dicho culto en el Concilio de Nicea, o que las multitudinarias conversiones que se dieron desde el paganismo en aquella época llevaron a los nuevos cristianos, que conservaban en muchos aspectos una mentalidad pagana, a mantener en cierta medida sus arraigadas creencias en diosas madres, transfiriendo esa devoción a María.

En cuanto a otra conspiración atribuida a Constantino durante Nicea - del que muchos protestantes hablan pero pocos se han molestado en estudiar a conciencia qué ocurrió allí – es muy fácil fundamentar la inexactitud histórica de esa afirmación, porque María no fue tema de discusión en el Concilio.

El segundo argumento de lo que ellos consideran la “deificación” de María de parte de los católicos me deja por demás consternado: alguien que se diga lector constante de la Palabra del Señor no puede comparar a María con las “diosas madre” de la antigüedad.

¿Cómo se puede plantear a la Virgen como “reemplazante” de Artemisa, Astarté o Isis? Veamos en pocas palabras qué nos dice una enciclopedia en línea sobre cada una de ellas:

Artemisa: «Era adorada como una diosa de la fertilidad y los partos en algunos lugares puesto que, según algunos mitos, ayudó a su madre en el parto de su gemelo. Durante el período clásico en Atenas fue identificada por algunos con Hécate. También asimiló a Cariatis (Caria) e Ilitía»[1].

Astarté: «Es la gran diosa semítica de la fecundidad. Sus funciones primitivas serían las de diosa de la vida vegetal y animal, y por su relación con la fecundidad y la maternidad fue considerada también diosa del amor, tanto en el aspecto familiar como en el sensual y voluptuoso»[2].

Isis: «Fue denominada "Gran maga", "Gran diosa madre", "Reina de los dioses", "Fuerza fecundadora de la naturaleza", "Diosa de la maternidad y del nacimiento"»[3].

El lugar de María es totalmente opuesto al de estas figuras en sus mitologías. Ellas representaban una evolución de la original Diosa Madre, que personificaba la tierra como generadora de fertilidad y origen de todo. María es símbolo de la Virginidad, no de la fertilidad. Ella debe su gracia a ser la Madre de Dios, no por haber engendrado a Dios ni creado el mundo, no es una “fuerza fecundadora de la naturaleza”, y ni que hablar de lo incompatible que resulta lo que representa María en el catolicismo con los ritos de sexualidad asociados a las diosas madres paganas.

Huellas de una antigua devoción…

Ejemplo a todas luces evidente del lugar que el culto católico le daba a María en los primeros siglos se revela en los restos arqueológicos de las catacumbas, las míticas galerías subterráneas utilizadas en Roma como lugar de enterramiento durante siglos.

Allí puede contemplarse la veneración y el amor de los primeros cristianos por la Madre del Señor. Pensemos en las pinturas marianas en las catacumbas de Priscila, donde en una se puede ver a la Virgen con un nimbo sobre su cabeza, con el Niño Jesús al pecho y un profeta a un lado, que para algunos representaría a Isaías; mientras que otras dos simbolizan la Anunciación y la Epifanía. Ofrecen un testimonio antiquísimo, pues todas datan de finales del siglo II.

En las catacumbas de San Pedro y San Marceliano puede verse una pintura de entre los siglos III y IV donde María está representada entre los apóstoles Pedro y Pablo orando y con las manos extendidas.

Existe constancia de que en tiempos del Papa San Silvestre, que asume como tal en el año 314, se construyó un templo bajo la advocación de Santa María la Antigua en donde se había levantado uno anterior a Vesta. Si por esas cosas de la vida alguien aduce que María reemplazó a Vesta en el imaginario romano, solo basta un poco de información histórica para desmentir tan particular paralelismo:

«Unos 700 años antes de que naciera Jesús, la antigua Roma era gobernada por el rey Numa Pompilio. Los sacerdotes le dijeron que la diosa Vesta, podría proteger a su país de sus enemigos. Para ello, debía encender el fuego mágico en su honor, y nunca dejar que se extinga»[4].

Lo que me interesa es la parte subrayada. ¡Es totalmente imposible comparar este culto con el que recibe María, pues es bastante claro que la creencia romana citada es más una superstición que un acto de fe!

Existe otra magnífica muestra de amor a la Virgen cuyo origen puede rastrearse alrededor de los siglos III y IV, con el rezo de la oración “Sub tuum praesidium” (que puede traducirse como “Bajo tu amparo nos acogemos”) donde se pide la intercesión de María.

Párrafo aparte merecen, además de un artículo bastante más amplio que el presente, las diversas menciones y tratados en torno a la figura de María, en muchos de los casos en la pluma de escritores relacionados a los apóstoles y que son parte de la primera generación cristiana. Insisto en que a los fines de no extenderme en demasía me referiré a algunas composiciones puntuales.

San Ignacio, discípulo de Pedro y Pablo, fue el segundo Obispo de Antioquía, actual Turquía. Condenado a las fieras durante el reinado de Trajano (98-117), recibe la orden de trasladarse a Roma para sufrir el martirio (entre 107 y 110). En el camino escribe sus célebres siete epístolas dirigidas a distintas comunidades de cristianos: Éfeso, Esmirna, Filadelfia, Magnesia, Roma y Tralia, además de una dirigida a Policarpo, Obispo de Esmirna. En  la Carta a los Efesios podemos leer respecto a la virginidad perpetua de María:

«Quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y su parto, como también la muerte del Señor: tres misterios clamorosos que fueron cumplidos en el silencio de Dios».

Nacido alrededor del año 130, San Ireneo de Lyon fue el teólogo más importante de su siglo, además de haber tenido contacto con quienes habían estado cerca de Pedro y Pablo y de aquellos que «aún poseen las predicaciones de los benditos apóstoles sonando en sus oídos». Esto escribe en su obra Contra las herejías:

«Como Eva fue seducida por el discurso de un ángel y tuvo que huir de Dios por transgredir su palabra; también María recibió las buenas noticias por medio del discurso de un ángel, para que sea Dios dentro de ella, siendo obediente a su palabra. Y mientras que una desobedeció a Dios, la otra se acercó a Él por la obediencia; de aquella virgen Eva, la virgen María devino en abogada y, como por una virgen la raza humana fue atada a la muerte, por una virgen ha sido salvada, el balance se ha preservado -la desobediencia de una virgen por la obediencia de otra virgen -» (Contra las herejías, 3, 19)

Tomemos ahora las palabras de un gigante de la teología y la filosofía, San Agustín (354-430), cuya influencia en la historia de la Iglesia y de la cultura excede los alcances de estas líneas:

«María es más dichosa en comprender la fe en Cristo que concebir en su seno a Cristo. Su lazo maternal no le hubiera servido de nada, si no hubiera sido más feliz en llevar a Cristo en su corazón que llevarlo en su seno". [...] De la Santa Virgen María, por el honor de Cristo, no quiero que sea cuestión cuando se trata de pecados. Sabemos en efecto que una gracia más grande se le ha concedido para vencer el pecado por el mismo hecho de que mereció concebir y dar a luz a aquel del que se está cierto de que no tuvo ningún pecado». (De la naturaleza y de la gracia).

En la liturgia oriental encontramos un himno de acción de gracias bizantino llamado Akáthistos, que data de hace unos quince siglos. Como señal de reverencia y solemnidad se canta y escucha de pie, como si se tratase del Evangelio, lo que denota el lugar destacado que posee en materia litúrgica.

La Iglesia oriental lo considera expresión de piedad y parte importante de su doctrina en relación a la Madre de Dios, al punto de gozar, en el rito bizantino, de su propia festividad, el quinto sábado de Cuaresma.

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Estimo que para un católico este compendio de oraciones, referencias arqueológicas y cantos serán un motivo más para reafirmar la fe en el lugar preponderante que el cristianismo concedió a María desde sus inicios. Sé que a su vez nada cambiará para un protestante, que incluso hasta pueda seguir sosteniendo que en nuestra fe se le da a María el lugar que corresponde a Dios.

Polémicas al margen, he querido reflejar al menos un poco del amor de un pueblo por la Madre que el propio Cristo nos entregó en la Cruz. Más que nunca los católicos debemos sabernos privilegiados por dar a María el lugar que le corresponde, no para creernos superiores sino para mostrar al mundo el orgullo que representa saber que ser cristiano es ser mariano.

Mariano Torrent

[1] https://www.ecured.cu/Artemisa_(diosa)

[2] https://www.ecured.cu/Astart%C3%A9

[3] https://www.ecured.cu/Isis