Lc 12,49-53: Vivir en estado de lucha


Domingo 20 - Ciclo C 

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     12, 49-53 

Jesús dijo a sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra. 

Palabra del Señor.

Jesús resume su misión con palabras que a priori nos parecen desconcertantes, argumentando que ha venido a traer fuego sobre la tierra, y que desearía que ya estuviera ardiendo. Son las llamas del amor y de la compasión por aquellos que sufren. Se trata de un fuego que no se ha convertido en cenizas al sumergirse en las aguas de la muerte. Por el contrario, resucitado a una vida nueva su Espíritu se expande y multiplica para que ardan los recovecos de la historia.

El tipo de lenguaje que emplea Jesús, compuesto por simbolismos bastante particulares acerca de su misión, se denomina “apocalíptico”, y representaba una tendencia bastante marcada en el ámbito hebreo de la época. No son el fuego y la división un invento de Cristo, sino que se sirve de ambas expresiones para reafirmar que no espera la venida futura de Dios, pues Él mismo es la presencia divina que ha llegado para establecer su Reino de justicia.

Dice al respecto el Papa Francisco:

El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón.

Jesús no viene a traer división, pero su mensaje puede hacerlo en la medida en que muchos lo rechazarán por no ser conveniente para su forma de vida. En realidad el Señor propone la paz como regalo para sus seguidores:

Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. (Jn 14,27)

Esto no quita que elegir a Jesús por sobre el mundo puede acarrear confrontación incluso con nuestros seres queridos. Vínculos fundamentales como los lazos familiares pueden verse marcados por este sello de fuego. ¿Hacer una opción fundamental por el Evangelio puede ocasionar división? La respuesta es sí, pero no a causa de la fe, sino a consecuencia de que no todo el mundo va a responder positivamente a lo Revelado.

No se pretende aquí trazar una alegoría de la conflictividad, más bien de proponer el desacuerdo como una oportunidad para obtener, con la gracia de Dios, un bien mayor. Que esto no aparezca como la incitación a los cristianos a ser buscadores de contiendas, pero sí a distanciarnos de lo que nos conduzca a vivir una vida cómoda y sencilla en nuestra zona de confort.

Aunque internamente nos resulte incómodo y chocante, Jesús busca encendernos para “desinstalarnos” del aparente paraíso light en el que se ha radicado nuestra tibieza. Salir de la indiferencia para convertirnos en transceptores del Evangelio rara vez será comprendido y compartido.

El desaliento ante el rechazo puede generar en nosotros la tentación de tomar un camino fácil: Armar un “evangelio personalizado”, con un Jesús a la medida de nuestros impulsos. Un Mesías que, en lugar de corresponderse con la Revelación responda al gusto particular de cada individuo.

Cristo aceptó voluntariamente la muerte en la Cruz para darnos la plena libertad y hacernos felices para poder avanzar en la verdad, y un Salvador que diga a todos lo que quieren escuchar, por medio de los que aseguran amarlo, no nos hará ni más felices ni más libres.

Pidamos al Señor que nos dé el coraje, la fortaleza y la sabiduría necesarias para aprender a lidiar con las situaciones en las que mis creencias ocasionen diferencias con quienes están a mi alrededor. Procuremos saber amar sin límites, aunque esto cause discrepancias con los que han tomado el camino del egoísmo. Que la oposición y la indiferencia ante la Buena Noticia no disminuya la pasión por Jesús y el mensaje que ha venido a traernos.

Pidamos vivir en estado de lucha, confiando en la fuerza del Evangelio, para que un mayor número de personas conozca al Señor que se entregó por ellos en un acto de puro amor. El mundo debe reconocer en nuestro accionar que somos de Cristo. No hay mayor certeza que tomar conciencia que el amor de Dios ha obtenido el triunfo definitivo sobre la muerte y el pecado.

Mariano Torrent