Los santos: modelos e intercesores


Esta serie de exposiciones de la fe tiene como premisa un doble objetivo: por un lado, fortalecer en la fe a los católicos, mostrarles el fundamento de lo que creemos; y como segundo aspecto, que si alguien de otra denominación lee algunos de estos artículos, que conozca qué es lo que cree un católico.

Dificulto lograr convencer a otra persona de hacerse católica, y si se diera algo así, no por una cuestión de falsa modestia sino de tener los pies en la tierra y los ojos y el corazón puestos en el Cielo, no dudaría en adjudicar dicha conversión a la obra del Espíritu Santo en esa persona.

¿Qué quiero englobar dentro del verbo “conocer”? Tener una certeza aproximada a lo que creemos, para que los hermanos que disienten con la Iglesia Católica puedan fundamentar sus apreciaciones sobre bases más sólidas, porque veo en no pocas ocasiones que critican nuestra fe desde lo que ellos suponen o les han dicho que creen los católicos.

Y es en lo referente a los santos donde más percibo esa, digamos, desinformación. Comienzo con una “desmitificación”: los católicos no creemos que los santos sean dioses, superhéroes o seres todopoderosos. Lamento si estoy desilusionando a algún lector de otra religión, pero esa es la realidad.

Cuando un protestante pregunta “¿Cómo puede ser que recemos a María o a cualquier otro santo?” en realidad debería poder mostrarnos al menos un versículo donde se advierta la supuesta prohibición de elevar una plegaria a un santo pidiendo su intercesión.

Comenzaremos este análisis viendo en detalle a qué nos referimos cuando hablamos de un santo:

A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser como su Hijo y semejantes a él, a fin de que sea el primogénito en medio de numerosos hermanos. Así, pues, a los que él eligió, los llamó; a los que llamó, los hizo justos y santos; a los que hizo justos y santos, les da la Gloria. (Rom 8,29-30)

San Pablo nos está diciendo que aquellos que creen en las promesas de Cristo, van a recibir la Gloria, ni más ni menos que ser llevados al Reino de los Cielos.

En la Biblia Reina Valera de 1960, utilizada por muchos grupos protestantes, Romanos 8,30 aparece traducido así:

Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.

Pero basta leer la versión bíblica de la Reina Valera de otro pasaje para ver que estamos hablando de lo mismo:

Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1 Co 6,11)

Ningún protestante puede agarrarse de esta traducción para argumentar en contra de lo que estamos diciendo, porque la misma Biblia que ellos utilizan da cuenta de cómo justificar es hacer santo a alguien, ponerlo en el camino de la verdad, es decir, utilizando la terminología de nuestra Biblia católica en 1 Co 6,11 “estar en amistad con Dios”.

Esta definición puede rastrearse incluso hasta el Antiguo Testamento, donde hablar de un santo es referirse a alguien que ha sido “apartado, consagrado, reservado para Dios”.

El Nuevo Testamento reflejará cómo este nombre se irá volviendo más abarcativo, incluyendo en la definición a todos los bautizados, pues los cristianos, por medio del Bautismo, son consagrados al servicio de Dios en la construcción del Reino:

Saluden a cada uno de los que creen en Cristo Jesús. Los hermanos que están conmigo saludan a ustedes. Todos los santos de aquí los saludan, especialmente los de la casa de César. (Fil 4,21-22)

Con el tiempo, este término va a ir dejando paso a otra expresión, que es cristianos, mientras que santos irá quedando en cierta medida reservada a aquellos modelos de fe, principalmente a los que ya están junto a Dios, por el simple hecho de gozar de una pureza perfecta, y ser por tanto, totalmente santos.

Pero esto no quiere decir que esta acepción sea errónea. Por el contrario, veremos que asociar el concepto de santidad con no tener manchas en el alma no es ningún despropósito:

Ustedes mismos en otro tiempo se quedaron aparte, y con sus obras malas actuaron como rebeldes. Pero con su muerte Cristo los reconcilió y los integró a su mismo ser humano mortal, de modo que ahora son santos, sin culpa ni mancha ante Él. (Col 1,21-22)

Si es santo el que los llamó, también ustedes han de ser santos en toda su conducta, según dice la Escritura: Serán santos, porque yo soy santo. (1 P 1,15-16)

Y cuando una persona es irreprochable en toda su conducta, y vive en la amistad con Dios, sin culpas ni manchas delante de Él, nada tiene de malo que represente un modelo en la fe para otros, que es básicamente lo que la Iglesia pretende mostrar a sus fieles: la consecuencia de elegir a Dios en lugar del mundo, llegando muchas veces a perder incluso la propia vida. Esta verdad se ve reflejada en las palabras de San Pablo:

Por la fe de Abel, su sacrificio fue mejor que el de su hermano Caín. Por eso fue considerado justo, como Dios lo dio a entender aprobando sus ofrendas. Y aun después de muerto, por su fe sigue clamando. (Heb 11,4)

Todo el resto del capítulo está destinado por San Pablo a alabar a personas que ya no están vivas y a los que presenta como auténticos modelos de fe. Quien guste tomarse un tiempo para leer los versículos que siguen después del citado verá desfilar nombres como Abraham, Noé, Sara, etc.

Será momento de adentrarnos en la constatación de otra realidad bíblica, que es la oración de intercesión (para no extenderme más de la cuenta, utilizaré dos ejemplos):

"Yavé dijo también: «Ya veo que ese pueblo es un pueblo rebelde. Ahora, pues, deja que estalle mi furor contra ellos. Voy a exterminarlos, mientras que de ti yo haré nacer un gran pueblo.» Moisés suplicó a Yavé, su Dios, con estas palabras: «Oh Yavé, ¿cómo podrías enojarte con tu pueblo, después de todos los prodigios que hiciste para sacarlo de Egipto? ¿O quieres que los egipcios digan: "Yavé los ha sacado con mala intención, para matarlos en los cerros y suprimirlos de la tierra"? Aplaca tu ira y renuncia a castigar a tu pueblo. Acuérdate de tus servidores Abrahán, Isaac y Jacob, y de las promesas que les hiciste. Pues juraste por tu propio Nombre: "Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu raza la tierra que te prometí, para que sea de ellos para siempre".» Así, pues, Yavé renunció a destruir a su pueblo, como lo había anunciado. (Ex 32,9-14)

Hay tres partes que se unen en la intercesión: 1-quién ora (en este caso, Moisés), 2-por quién se está orando (en este caso, la súplica es para evitar un castigo colectivo, pero lo más frecuente es pedir por una persona o necesidad puntual), 3-ante quien se pide dicha intercesión.

Por esto se hace necesario distinguir de quién se espera la respuesta a la oración, diferenciando a través de quién se realiza la súplica. El cristiano que le reza a un santo está rezando a Cristo, no es que en esa oración Cristo está ausente o se lo excluye. Pedir intercesión no es lo mismo que “orar a…”

Un día, cuando Pedro y Juan subían al Templo para la oración de las tres de la tarde, acababan de dejar allí a un tullido de nacimiento. Todos los días lo colocaban junto a la Puerta Hermosa, que es una de las puertas del Templo, para que pidiera limosna a los que entraban en el recinto. Cuando Pedro y Juan estaban para entrar en el Templo, el hombre les pidió una limosna. Pedro, con Juan a su lado, fijó en él su mirada, y le dijo: «Míranos.» El hombre los miró, esperando recibir algo. Pero Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: En nombre del Mesías Jesús, el Nazareno, camina.» Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. Inmediatamente tomaron fuerza sus tobillos y sus pies, y de un salto se puso en pie y empezó a caminar. Luego entró caminando con ellos en el recinto del Templo, saltando y alabando a Dios. (He 3,1-8)

Tenemos aquí a Pedro y Juan orando por alguien con una enfermedad de nacimiento. Nadie en su sano juicio puede negar aquí que orar es interceder. Pedro pide por esa persona, es decir, intercede, y en el nombre de Jesús, se sana. Jesús es el sanador, Pedro es el instrumento para esa sanación al pedir por él.

En sí esto no es para nada diferente a lo que hace por caso un evangélico cuando le pide a su pastor que ore por su salud. Cuando el pastor ora por esta persona, está intercediendo.

Es que la intercesión no es para nada ilógica, pues es fruto del amor entre hermanos y de la preocupación que debe caracterizar a cada miembro del Cuerpo de Cristo por los demás, como indica 1 Cor 12,25.

Ahora bien, ante un planteo como el nuestro un hermano cristiano de otra denominación inmediatamente planteará que ese argumento es válido cuando se trata de alguien vivo, por lo que el siguiente paso es demostrar que los santos están vivos y pueden rogar por nosotros. Tomaremos dos pasajes del Libro del Apocalipsis:

El Cordero se adelantó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Seres Vivientes se postraron ante el Cordero. Lo mismo hicieron los veinticuatro ancianos que tenían en sus manos arpas y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. (Ap 5,8-9)

Veremos aquí las almas que ruegan a Dios, en este caso clamando justicia:

Cuando abrió el quinto sello, divisé debajo del altar las almas de los que fueron degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que les correspondía dar. Se pusieron a gritar con voz muy fuerte: «Santo y justo Señor, ¿hasta cuándo vas a esperar a hacer justicia y tomar venganza por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?» (Ap 6,9-10)

Si lo que estamos planteando no tuviera un sustento que vaya más allá de una simple especulación, no tendrían sentido estas palabras de San Pablo:

Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho. Pero veo que, mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé qué escoger. Estoy apretado por los dos lados: por una parte siento gran deseo de largarme y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor. (Fil 1,21-23)

Pablo deseaba morir para estar con Cristo. Si los protestantes dicen que Pablo no sabía lo que decía en este pasaje, que estaba equivocado, que mentía, ¿Qué autoridad puede concedérsele al resto de sus epístolas?

Esta evidencia lo suficientemente clara da por tierra con la objeción que ciertos grupos realizan apoyándose en este versículo:

Los vivos saben que morirán; los muertos, nada saben. No tienen nada que esperar: son sólo un recuerdo olvidado. (Ec 9,5)

Tenemos ante nosotros una de los más firmes testimonios del riesgo que se corre cuando se toman algunas palabras del Antiguo Testamento sin ubicarnos en contexto, lo cual representa una preocupante ignorancia bíblica.

Quiero creer que cualquier cristiano que no sea católico responderá lo mismo que alguien de nuestra religión al ser interrogado acerca de quién trajo la revelación total de Dios. Ese alguien es Cristo, y quedarse en este caso con un texto que es fruto de una revelación progresiva, y por ende fragmentaria, es un gravísimo error para la salud espiritual de quién no procure corregirse, porque se estaría quedando con creencias ya superadas, como la del Hades o el Sheol, conceptos característicos de los pueblos que no habían recibido a la Palabra definitiva de Dios, a su Hijo.

¿O acaso cuando Cristo dice con total claridad que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos (Lc 20,38) no está aboliendo esta creencia de muertos que “nada saben”?

Otros argumentos protestantes

Voy a compartir los dos pasajes del Antiguo Testamento que a mi juicio resultan los más utilizados del lado protestante bajo el parámetro de que es pecado estar en comunión con los muertos:

Que no haya en medio de ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego; que nadie practique encantamientos o consulte a los astros; que no haya brujos ni hechiceros; que no se halle a nadie que se dedique a supersticiones o consulte los espíritus; que no se halle ningún adivino o quien pregunte a los muertos. (Dt 18,10-11)

Y si les dicen a ustedes: «Consulten a los espíritus y a los adivinos que cuchichean y murmuran», respondan: «¡Por supuesto, todo pueblo debe consultar a sus dioses! ¡A ver si los muertos podrán aconsejar a los que viven!» (Is 8,19)

No es muy difícil deducir que la referencia común en ambos casos es la condena del espiritismo, que se encuentra totalmente prohibido por la Iglesia Católica (léase al respecto el nº 2117 del Catecismo). Esto nada tiene que ver con la intercesión, ¿O acaso han visto algún sacerdote alentando a los fieles a preguntarle a los santos que número va a salir en la quiniela?

Un solo mediador

Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre. (1 Tim 2,5)

Este es el principal pasaje utilizado por grupos fundamentalistas para tildar como herética y negativa la práctica católica de pedir a los santos su intercesión. Como veremos a continuación, se trata de una interpretación errónea.

Aquí se habla de un mediador en cuanto a la salvación, que es Cristo. Si a esto sumamos el versículo que continúa, lo expuesto será aún más claro:

Que en el tiempo fijado dio el testimonio: se entregó para rescatar a todos. (1 Tim 2,6)

Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres porque se entregó para rescatarnos a todos. Cristo es mediador de salvación. Ningún católico cree que hay alguien más que se haya entregado por salvarnos, ni María, ni los santos, solamente Cristo.

El versículo citado mostrando a Cristo como único Mediador en parte alguna prohíbe pedir a alguien que ore por o con nosotros. Bastarán para eso las palabras de San Pablo en los cuatro versículos anteriores del mismo capítulo de 1 Timoteo:

Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, sin distinción de personas; por los jefes de estado y todos los gobernantes, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agrada a Dios, nuestro Salvador, pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. (1 Tim 2,1-4)

¿Qué hace especial la oración de los santos que están en el cielo? Que la súplica del justo - es decir, del santo - en palabras de Stgo 5,16, tiene mucho valor…

Cuando a un protestante se le ofrece esta evidencia, es factible que ofrezca de inmediato un contraataque discursivo portando como escudo una sentencia del tipo “no necesitamos ningún otro modelo de santidad, siendo que ya tenemos a Cristo”.

Sin embargo, ¡La propia Biblia nos ofrece muchos modelos de santidad, además del mencionado pasaje de Hebreos! Si hasta el propio Pablo se pone como alguien digno de imitar:

Imítenme todos, hermanos, y fíjense en quienes siguen los ejemplos que les doy. (Fil 3,17)

Por eso, a lo mejor, fui perdonado: para que en mí primero, se manifestara la generosidad de Cristo Jesús, y fuera un ejemplo para todos aquellos que han de creer en Él y llegar a la vida eterna. (1 Tim 1,16)

La generosidad de Cristo se manifiesta en aquellos que representan un ejemplo para quienes quieren llegar a la vida eterna. No lo dice este humilde servidor, sino que es Palabra de Dios.

Podría seguir citando casos, como Juan el Bautista, que dio testimonio de Jesús hasta perder la vida (Mt 14,1-12) o el propio apóstol Tomás que, después de las dudas iniciales proclama a Cristo “Señor y Dios” (Jn 20-24-28)

¿Qué une a San Pablo, San Juan Bautista y Santo Tomás? Haber tenido una indiscutible prioridad: Cristo. Tener fe en ellos o en otros santos nunca puede representar un obstáculo para acercarse a Cristo, como sostienen algunos grupos protestantes, sino que es, por el contrario, una forma de seguir al Señor, pues representa una manera más de invitar a la conversión y tocar el corazón de muchos hermanos.

¿Cómo pueden escucharnos los santos?

Se trata de una de las preguntas con las que los protestantes apuestan a dar el “tiro de gracia” a los fundamentos católicos de la doctrina de la intercesión de aquellos que están en la presencia de Dios.

El planteo es básicamente este: Dios escucha nuestras oraciones porque es Omnisciente, Omnipresente y Omnipotente. Si el católico dice que María y los demás santos escuchan nuestras súplicas, entonces nosotros definitivamente estamos otorgando a los santos “súperpoderes” que lógicamente no tienen.

Esto es bastante fácil de explicar para quien guste entender y no caiga en prejuicios o esté enceguecido por alguna clase de cerrazón intelectual.

Empecemos recordando las citadas palabras de San Pablo en Fil 1,23, donde asegura sentir deseos de partir y estar con Cristo. La ecuación es simple: Jesús es Dios, y por ende está en “todas partes” - hablaré a continuación de la efectividad de esta definición - por lo que, si los santos, y valen para esto las palabras de San Pablo, están con Cristo, entonces es lógico que se beneficien y que de esta manera puedan también oír nuestras oraciones.

¿No dice acaso Ef 4,15-16 que los miembros de la Iglesia conformamos un Cuerpo donde la cabeza es Cristo, y por ende esos miembros están unidos entre sí y con el propio Jesús? Pues si sumamos esto a lo expuesto en el testimonio de un Pablo ansioso de abandonar este mundo para estar con Cristo, es evidente que esta unidad no se pierde al morir.

Pero hay algo más: cuando evaluamos el “más allá” ocurre, y es algo que no podremos evitar jamás, que utilizamos parámetros y definiciones que nos llevan a emitir juicios presididos por las experiencias propias de este mundo, cuando la situación de las almas después de la muerte es muy diferente a la que conocemos aquí, y para esto es necesario aplicar simplemente el sentido común.

La vida que estamos transitando se rige por las variables de tiempo y espacio, que no cuentan después de la muerte, donde las almas se “sitúan” - permítaseme la licencia consciente de una definición errónea - en la eternidad, cuya correlación con lo que llamamos tiempo escapa a nuestra capacidad de comprensión, aunque podemos asumir que la eternidad no se trata de una sucesión de instantes, sino de un presente continuo.

A todo esto agreguemos que las almas de quienes gozan de estar en gloria del Señor son dotados con lo que se llama visión beatífica, una potencia superior que las almas en la tierra no poseen. A la luz de esa facultad, no es de extrañar, sumando esto a lo ya expuesto, que los santos tengan conocimiento de las oraciones que se realizan, pidiendo su intercesión, en este mundo.

Por tanto, preguntar cómo pueden escuchar oraciones los santos sin poseer ninguno de los atributos mencionados es plantear un interrogante a partir de una equivocación.

Es por esto que desde sus inicios la Iglesia Católica ha defendido el papel de los santos como intercesores permanentes ante el Padre. Vienen a mí, como justa conclusión a lo expuesto, las palabras de Clemente de Alejandría, nacido a mediados del siglo II, y uno de los más destacados maestros cristianos:

De modo que él [en referencia al verdadero cristiano] es siempre puro para la oración. El también ora en la sociedad de los ángeles, siendo ya de rango angélico, no está nunca sin sus santos cuidados; y aunque ora solo, tiene el coro de los santos permanentemente [orando] con él. (Misceláneas 7: 12, año 208).

Quien quiera ser un verdadero cristiano deberá ser puro en la oración, y esto no quedará sin recompensa: tendrá el coro de aquellos que están con Cristo orando permanentemente por él.

Mariano Torrent