El diezmo



Hablando en sentido literal, el diezmo es la décima parte de los frutos que deben entregarse a Dios en reconocimiento de su dominio supremo sobre todo lo creado, tal como leemos en el libro de Levítico:

El diezmo entero de la tierra, tanto de las semillas como de los frutos de los árboles, es de Yavé, es cosa sagrada para Él; si alguien quiere rescatar parte de su diezmo, añadirá la quinta parte de su valor. El diezmo del ganado mayor o menor, de todo lo que pasa bajo el cayado, será consagrado a Yavé como diezmo. No se distinguirá entre bueno o malo, ni se cambiará uno por otro, y si se hace un reemplazo, el animal sustituido y el que lo sustituye serán cosa sagrada y no podrán ser rescatados. (Lev 27,30-33)

En este pasaje no se habla en ningún momento del diez por ciento: los judíos llevaban de forma anual el diezmo a un santuario y este era consumido, se tratase de cosechas, vino o ganado. Esa colaboración, aunque se ofrezca a Dios, se transfiere a sus ministros.

Sí encontramos menciones a la décima parte en el Génesis:

Melquisedec bendijo a Abram, diciendo: «Abram, bendito seas del Dios Altísimo, Creador del cielo y de la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, porque entregó a tus enemigos en tus manos.» Y Abram le dio la décima parte de todo lo que llevaba. (Gén 14,19-20)

Entonces Jacob hizo una promesa: «Si Dios me acompaña y me protege durante este viaje que estoy haciendo, si me da pan para comer y ropa para vestirme, y si logro volver sano y salvo a la casa de mi padre, Yavé será mi Dios. Esta piedra que he puesto de pie como un pilar será Casa de Dios y, de todo lo que me des, yo te devolveré la décima parte.» (Gén 28,20-22)

Se trata de una práctica de la antigüedad común a muchos pueblos, tanto entre babilonios, griegos, mahometanos, romanos y persas, incluyendo a los propios hebreos: los árabes pagaban un diezmo de incienso al dios Sabis, los cartagineses hacían lo propio con Melkart, el dios de Tiro. En Lidia se presentaba un diezmo del ganado a los dioses.

Queda preguntarse por qué tantos pueblos con características diversas y en puntos distintos del globo escogieron presentar un tributo consistente en la décima parte. Sin olvidar la revelación común a los pueblos primitivos, los estudiosos del tema apuntan al significado místico del número diez, asumido en diversas culturas como signo de la totalidad, al contener todos los números que conforman el sistema numérico, y por ende todas las series de números posibles. Esto representa todo tipo de bienes, los cuales son dones de Dios.

Es por esto que todos los tipos de propiedad se contaban en décadas, y el titular reconocía la fuente de sus bienes consagrando una de las partes para Dios. Esta práctica está lejos de estar en desuso, pues es ley entre muchos grupos cristianos, judíos y musulmanes[1]. Lo que este artículo se propone no es constatar una realidad existente, sino dilucidar si este tributo como tal es aplicable en la actualidad para los cristianos.

Una vez el pueblo hebreo se asentó en la tierra prometida, el Señor la repartió entre todas las tribus, con excepción de los levitas. Dios pidió que estos fueran sustentados con la décima parte de los frutos del pueblo de Israel. Compartamos al respecto este pasaje del Libro de los Números:

A los hijos de Leví les doy como herencia todos los diezmos de Israel, a cambio del servicio que presten, es decir, del servicio de la Tienda de las Citas. Los Israelitas no se acercarán a la Tienda so pena de cometer una falta grave. Los levitas son quienes asegurarán el servicio de la Tienda de las Citas y cargarán con la falta si existiese: es una regla perpetua de generación en generación. Por eso no tendrán heredad entre los Israelitas. El diezmo que los israelitas separan en honor de Yavé, se los doy a los Levitas como parte de su herencia. Por eso les he dicho que no tendrán heredad entre los Israelitas. Yavé dijo a Moisés: Transmitirás esto a los Levitas: Cuando perciban de los Israelitas el diezmo que les otorgo en herencia, reservarán una parte para Yavé: será el diezmo del diezmo. Esa parte que ustedes reservarán, les será contada como se cuenta el trigo en la era o el vino en la cuba. Así pues reservarán una ofrenda para Yavé de todos los diezmos que reciban de los Israelitas y entregarán esa parte al sacerdote Aarón. De todos los dones que reciban reservarán una parte para Yavé, que será lo mejor de todo lo consagrado. Les dirás además: Cuando ustedes aparten lo mejor, el resto del diezmo será para los Levitas como el trigo en la era o como el vino en la cuba. Pondrán comérselo en cualquier parte, ustedes y sus familias: es su salario por el servicio que prestarán en la Tienda de las Citas. Si han apartado lo mejor, no cometerán por ello ningún pecado. Cuiden pues de no profanar las ofrendas santas de los Israelitas y no morirán. (Núm 18,21-32)

El objetivo era que los sacerdotes levitas pudieran dedicarse por completo al servicio del tabernáculo, función que debían cumplir desde los 25 hasta los 50 años, momento en que debían retirarse:

«Esta ley también se refiere a los levitas. Los de veinticinco años para arriba servirán en la Tienda de las Citas. Pero, cumplidos los cincuenta años, dejarán de servir». (Núm 8,24-25)

En su infinita Sabiduría, Dios procuró evitar la corrupción dentro del pueblo de Israel, por lo que ordenó que el diezmo fuera entregado siempre en productos, tales como aceite, animales, trigo, vino, etc. Estos se guardaban en el “alfolí”, lugar que se encontraba en el templo y que era utilizado como bodega para almacenar los productos generados por este tributo.

Podemos comprobar que estaba destinado además a ayudar a los más pobres de su tiempo, y se daba cada tres años:

El tercer año, año del diezmo, cuando hayas acabado de separar el diezmo de todas tus cosechas y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, para que lo coman en tu misma ciudad hasta saciarse, dirás en presencia de Yavé: «He sacado de mi casa lo que pertenece a Yavé: se lo he dado al levita, al forastero, al huérfano y a la viuda, según los mandamientos que me has dado. No he traspasado ninguno de ellos ni los he olvidado. De lo que quedaba no he comido nada durante mi duelo, nada hay impuro en él, nada he ofrecido a los ídolos, sino que he obedecido la voz de Yavé, mi Dios, y he obrado en todo como me lo habías mandado». (Dt 26,12-14)

Vemos entonces para quién se reservaba el diezmo y quién lo cobraba. Como alguien de una denominación donde se cobra el diezmo puede proponer que esto era así porque en ese momento no existía el dinero tal cual hoy lo conocemos, debemos aclarar que éste sí existía desde los tiempos de Abraham. Basta recordar que él compró con dinero el terreno para el sepulcro de su esposa. Veamos una clara referencia de los tiempos de Moisés:

No oprimirás ni despojarás a tu prójimo. No retendrás el salario del jornalero hasta el día siguiente. (Lev 19,13)

Los jornaleros recibían un denario por cada día en que cumplían con su trabajo. Estos ejemplos muestran a las claras que plantear como excusa la supuesta inexistencia de una unidad monetaria adolece de cualquier tipo de fundamento.

Si lo expuesto no basta, veremos a continuación que Dios concedía el permiso, como algo excepcional, para que esta colaboración pudiera hacerse en dinero, si el camino era demasiado largo y no se pudiera cargar con el diezmo en cuestión:

Cada año separarás el diezmo de todo lo que hayas sembrado y que haya crecido en tus tierras. Comerás en presencia de Yavé, en el lugar que El haya escogido para morada de su Nombre, el diezmo de tu trigo, de tu aceite y de tu vino, así como los primeros nacidos de tu ganado mayor y menor. Con eso aprenderás a honrar a Yavé, tu Dios, todos los días de tu vida. Pero, cuando Yavé los haya multiplicado, podría ser que el camino sea demasiado largo y, por eso, no puedas llevar ese diezmo al lugar que Yavé ha elegido para morada de su Nombre. En ese caso, cambiarás todo por dinero, e irás al lugar elegido por Yavé llevando el dinero. (Dt 14,22-25)

Al estudiar el tema en profundidad a través de los distintos libros de la Escritura, como los pasajes compartidos en este artículo, comprobamos que el diezmo es un impuesto a beneficio del templo en el Levítico; en Números la orientación es hacia los levitas, mientras que en Deuteronomio se trata de un gozoso banquete ante Yahveh, donde se consume el diezmo en especies, con el agregado de una obra a favor de los más necesitados cada tres años.

Comparto ahora la que muy probablemente sea la cita más repetida por los protestantes a la hora de justificar el diezmo:

Entreguen, pues, la décima parte de todo lo que tienen al tesoro del templo, para que haya alimentos en mi casa. Traten después de probarme, dice Yavé de los ejércitos, para ver si les abro las compuertas del cielo o si derramo para ustedes la lluvia bendita hasta la última gota. (Mal 3,10)

La cuestión ante esta cita de Malaquías es que los cristianos somos hijos (herederos) del Nuevo Testamento, de la Nueva Alianza que Cristo selló con su propia sangre (Lc 22,20), y para esto tenemos que ver qué se habla de este tema a partir de su venida. Y es ahí cuando comprobamos que el propio Cristo mandó hacer exactamente lo contrario del cobro del diezmo:

Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. (Mt 10,8)

Incluso podremos encontrar al Señor hablando con bastante rudeza a los fariseos que cobraban el diezmo y se quedaban en la superficialidad de las prácticas externas:

¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes pagan el diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino, pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe. Ahí está lo que ustedes debían poner por obra, sin descartar lo otro. (Mt 23,23)

Podemos encontrar un paralelismo en Lc 11,42, y en ambos casos notaremos que el mismo Cristo, al repudiar el accionar de los fariseos ofrece como detalle que el tributo no se pagaba en dinero sino en especies.

Los partidarios del diezmo tratan de “llevar agua para su molino” valiéndose de este pasaje de Mateo. En todo caso, estamos ante una alevosa manipulación - otra más - de un versículo bíblico. En primer lugar, no estamos aquí ante una enseñanza de Jesús a sus discípulos, muy por el contrario, lo encontramos reprendiendo a los escribas y fariseos en una acusación vinculada al sentido de la Ley de Moisés. Los fariseos no eran cristianos, y la referencia de Cristo es hacia una práctica prescrita en la ley antigua. Nadie puede argumentar que Jesús estableció la norma del diezmo hacia sus discípulos, y por ende para las generaciones futuras.

En el Nuevo Testamento no encontramos menciones del diezmo como medio para el sostenimiento económico de la Iglesia. Lo que sí vamos a encontrar es el concepto de solidaridad y del compartir como un aliciente y un sello distintivo de la comunidad cristiana:

Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno. (He 2,44-45)

Vemos que en aquellos primeros grupos se llegaba incluso a vender los bienes y propiedades en pos de colaborar con las necesidades de los demás miembros. Al ser Palabra de Dios, este mensaje está dirigido a los cristianos de todas las generaciones, y viene a recordar que debemos tener siempre un espíritu de ayuda mutua con nuestros hermanos.

Realizaré un resumen de las palabras de Sylvestre Bergier en su Suplemento al Diccionario de teología:

«Los Apóstoles y sus inmediatos sucesores no exigieron diezmos; pero también lo es que en su tiempo y en el de J. C. se pagaron diezmos a los sacerdotes y levitas. Conviniendo a la Iglesia sepultar primero la sinagoga que introducir ésta ley en la de Gracia, se esperó oportunidad, y se estimó que no la hubiese en los tres primeros siglos, en los que es constante se mantenía el clero con las oblaciones cuantiosas de los fieles que suplieron a los diezmos. Pero considerándose que aquel fervor ardiente de los primitivos cristianos no debía durar perpetuamente, se fueron disponiendo las bases de la ley de diezmos (...) muchos de los Padres, tomando su argumento del Antiguo Testamento, usaron de la expresión diezmos para exhortar a su solvencia, entendiéndose en esta voz la ley de Moisés, de las oblaciones que hacían los hebreos para el mantenimiento de los ministros sagrados, dando semejante frase motivo para que creyesen algunos que por entonces estaba ya en su fuerza la indicada ley del Diezmo».

Muchos protestantes tuercen a su favor también este pasaje:

Entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de cada uno. (He 4,34)

En pocas palabras, el mensaje sería el siguiente: la gente ponía sus bienes a los pies de los apóstoles, y estos los administraban en orden a las necesidades de cada uno. Como ellos aseguran ser los actuales apóstoles, por carácter transitivo alegan que deberían ser quienes reciban el diezmo. El problema para quienes postulan esto es que chocan de lleno con lo que dice el Nuevo Testamento:

¿No habrá sido mi pecado el haberme rebajado para que ustedes crecieran? Yo les he entregado el Evangelio sin cobrarles nada. (2 Co 11,7)

Entonces, ¿cómo podré merecer alguna recompensa? Dando el Evangelio gratuitamente, y sin hacer valer mis derechos de evangelizador. (1 Co 9,18)

Y como si no fuera aún suficiente con el ejemplo de San Pablo de dar el Evangelio gratuitamente, dejo por aquí este versículo:

Solamente los sacerdotes de la tribu de Leví están facultados por la Ley para cobrar el diezmo de manos del pueblo, es decir, de sus hermanos de la misma raza de Abrahán. (Heb 7,5)

Pregunta abierta a la luz de la Palabra del Señor: ¿Qué nombre le ponemos a aquella persona que pretenda cobrar el diezmo sin ser sacerdote de la tribu de Leví? Pienso en varios adjetivos, y en ninguno los destinatarios salen bien parados.

A modo de conclusión

La mala interpretación de las Escrituras lleva a muchos hoy día a mezclar las dos Alianzas como si se trataran de lo mismo. Parecen olvidar que una vez Cristo se hizo hombre, instituyó una Nueva Alianza. En el Nuevo Testamento encontramos un solo Pueblo, la Iglesia Católica:

Cuiden de sí mismos y de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les ha puesto como obispos (o sea, supervisores): pastoreen la Iglesia del Señor, que Él adquirió con su propia sangre. (He 20,28)

Vemos que este nuevo Pueblo, con los apóstoles y sus sucesores, ha sido instituido por Cristo, “que lo adquirió con su propia sangre”. En este nuevo pacto es inverosímil proponer el diezmo, porque ya no hay que sostener el sacerdocio judío.

Cuando se utiliza la palabra diezmo en la Iglesia Católica no se la aplica en el sentido bíblico originario, entendido como la décima parte, sino que se trata de un aporte de los fieles. No hay cobros de ningún tipo en los cuales se obligue al creyente a pagar determinada cantidad de limosna sino que cada uno contribuye a solventar las necesidades económicas de la comunidad eclesial con lo que su situación le permita, sabiendo que toda ayuda nace libremente del interior de la persona. Cito al respecto al canon 222 del Código de Derecho Canónico:

«El quinto mandamiento de la Iglesia Católica señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a socorrer las necesidades materiales de la Iglesia».

Es por esto que en el Catecismo de nuestra Iglesia, cuando el numeral 2449 menciona al diezmo, lo hace reconociendo su valor en orden al compromiso cristiano de contribuir a remediar las necesidades de los hermanos más carenciados. Pero esto no debe llamar a confusión: se trata de una invitación y no de un mandato, pues, siguiendo las palabras de San Pablo, nadie debe dar “a la fuerza”, sino desde la alegría que produce el amor:

Cada uno dé según lo que decidió personalmente, y no de mala gana o a la fuerza, pues Dios ama al que da con corazón alegre. (2 Co 9,7)

Quiera Dios que llegue el día que todas las denominaciones cristianas actúen de la misma manera.



[1] En el caso musulmán, el tercero de sus cinco pilares es llamado azaque o zakat. Se trata de una proporción fija de los bienes personales que está destinada a servir a los pobres y necesitados.

 Mariano Torrent