Todo esto nos conduce a reflexionar acerca de la Paternidad de Dios, Padre de misericordia, siempre pendiente de cada uno de nosotros, que nos espera con los brazos abiertos aunque seamos hijos pródigos, para ofrecernos paz y consuelo, devolvernos la alegría que algún sinsabor nos quitó, y colmarnos de esperanza y calidez.
La oración aparece también en el Evangelio de Mateo, como parte del Sermón de la montaña del capítulo 6, donde es presentada dentro de una enseñanza más amplia que Jesús realiza respecto a la oración.
En el caso de Lucas, un discípulo se acerca a Jesús para pedirle que le enseñe a orar al ver cómo lo hacía el Señor, quien va a cumplir con el pedido enunciando la oración central de la vida cristiana: el Padrenuestro. Ese “nuestro” no debe ser tomado a la ligera. Viene a decirnos que la oración no es un acto individual, es un hecho social que me une con personas de otro hemisferio, que hablan con el mismo Padre que lo hago yo pero en otro idioma; porque la oración no conoce fronteras, razas ni clases sociales.
Existe una intensa enseñanza detrás de las palabras “Santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”: el nombre de Dios, su Reino y su voluntad deben tener la máxima prioridad. Quien pretenda cambiar el mundo tiene aquí los ejes fundamentales de cualquier transformación.
En el pedido del pan de cada día los Santos Padres no solamente han visto el alimento físico, sino también el espiritual: la Sagrada Eucaristía. Es por eso que siempre debemos pedir que no nos falten el pan de la Palabra de Dios, el Pan de Vida Eterna, y en orden a este mundo, el pan material.
Suplicamos también al Señor que no nos deje caer en la tentación, que nos de la fuerza para resistir, a sabiendas que los atajos para desviarnos de Dios son moneda corriente en la existencia humana. Nuestras preocupaciones, muchas veces excesivas, no nacen de la negación de Aquel que nos creó por amor, sino por no fiarnos del todo de su providencia divina.
Es cierto que en la vida atravesamos más a menudo de lo que nos gustaría por situaciones que nos hacen sufrir, pero estas circunstancias no se deben a un olvido de Dios sino a oportunidades que recibimos para superar los miedos y limitaciones creciendo en santidad y madurez.
Es muy importante aprovechar este pasaje para reflexionar acerca de cómo nos estamos comunicando con el Señor. El error clave a erradicar es nuestra sensación de omnipotencia en la oración, al pedir muchas veces lo que no nos conviene creyendo ciegamente que es lo mejor para nosotros.
Pensar que lo que pedimos es más atinado que lo que Dios nos concede es un acto de soberbia por no creer verdaderamente en el amor de Dios. El principio fundamental para una oración fructífera consiste en asumir que si Dios no nos concede lo que pedimos es porque no nos conviene.
¿Cuántas veces a lo largo de nuestra vida tomamos una decisión confiando sin ningún margen de duda que estamos haciendo lo correcto y después comprobamos que estábamos equivocados? Traslademos esto a la oración, asumiendo que siempre debemos pedir de forma condicional: Dios sabe mejor que yo si lo que pido es lo más necesario, y obrará en consecuencia.
Cuando rezamos, tengamos la humildad de quien se sabe pobre y ruega por aquello que necesita para vivir, alguien que pide ser orientado ante un camino - el futuro - del que no sabe absolutamente nada. Pidamos aquello que no somos capaces de lograr por nuestros medios: el saber perdonar, el aliento de vida, la paz interior, y fundamentalmente para lograr la salvación y llegar al Cielo.
Pero pedir no debe limitarse a cruzarse de brazos esperando que Dios, como un genio de la lámpara que concede deseos, resuelva todos mis problemas. Del pedir debo pasar al buscar, a dar los pasos necesarios para que, con el auxilio que viene de lo alto, tenga fuerza y decisión para conseguir lo que esté a mi alcance.
Ante lo expuesto resulta vigorizante la imagen del Padre que cierra este pasaje (v.11-13), donde se nos asegura la donación más grande que recibe el cristiano que ora con perseverancia, el Espíritu Santo. Es que la oración siempre vuelve hasta nosotros, y nunca regresa vacía, siempre da frutos.
Lo importante es que entendamos correctamente cómo relacionarnos con Dios por medio de la oración, que es la primera de las herramientas que necesitamos si queremos ser verdaderos apóstoles. Pensemos que en los evangelios no encontramos ninguna lección del Señor a los discípulos respecto a la predicación, pese a enviarlos a anunciar la Buena Noticia a todo el mundo. Pero sí les enseña cómo orar e insiste en el valor y en la eficacia de esta acción.
Que este evangelio nos llame a la reflexión respecto de esta hermoso medio de vinculación con el Padre, para que la podamos emplear correctamente y no como una lista de deseos donde esperemos conseguir lo que queremos de Dios. Que la oración sea para nosotros el instrumento fundamental e imprescindible para cumplir la voluntad de Dios en nosotros y alrededor nuestro.
Mariano Torrent